Josefa de Jovellanos, primera poetisa de Asturias
Hermana de Jovellanos, quien la tenía en una alta estima, creó una obra repleta de ironía y centrada en dar voz a los problemas de su tiempo, especialmente a la pobreza, pues la detestaba
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Josefa de Jovellanos y Jove Ramírez (Gijón, 1745 – Gijón, 1807) comenzó su vida rodeada de sus hermanos, uno de ellos el famoso Jovellanos, al que estuvo muy unida y quien tuvo un papel fundamental en su vida, aunque esto no impidió que la propia Josefa sobresaliera de por sí en la sociedad dieciochesca. El mismo Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744–Puerto de Vega, 1811) dejó una cariñosa descripción de su hermana en la que asegura que destacó «por su extraordinario talento y gracia, y en el resto de su vida, por su caridad y virtud ejemplar». Su infancia fue feliz y tranquila. La familia formó parte del entorno de la baja nobleza: su madre era la hija de Carlos Ramírez de Jove, primer marqués de San Esteban del Mar de Natahoyo, y su padre, comisario provincial de Artillería de Asturias y caballero de la Orden de Calatrava. Ambos procuraron dar la mejor educación a un total de doce hijos –siendo su familia por parte de madre la que pudo conseguir mejores oportunidades para ellos–, tres de los cuales murieron antes de superar la niñez.
Al cumplir los veinte años y después de distinguirse por sus inquietudes intelectuales, muy propias de la Ilustración, contrajo matrimonio con Domingo Antonio González de Argandona –por lo que fue conocida como «la Argandona»–, diputado del Principado de Asturias en la Corte entre 1760 y 1774, año en el que murió. Uno de los principales defensores de este compromiso fue Jovellanos, a quien terminó por ser provechosa esta unión, ya que el marido de Josefa fue una de las personas que más proporcionó buenos contactos a Jovellanos, una figura importante durante el reinado de Carlos III que llegó incluso a ser ministro con su hijo, Carlos IV.
El matrimonio tuvo tres hijos, los cuales fallecerán antes de que muera su padre, por lo que Josefa, viuda a los 28 años y sin hijos, le tuvo que dar un nuevo rumbo a su vida, que decidió continuar en Asturias, no sin antes pasar unos años en Madrid, donde siguió frecuentando círculos de ilustrados entre los que destacaba la tertulia que organizaba en su casa el conde de Campomanes, aunque ella misma, antes, también había llegado a formar una de estas tertulias hogareñas. Al regresar a Gijón se dedicó a cuidar de sus padres. Luego comenzó a alternar su residencia entre la ciudad portuaria y otros lugares asturianos, entre los que destacó Oviedo, sintiendo un profundo amor por esa región. Es entonces cuando decide dar a conocer su poesía, que probablemente ya llevara escribiendo desde joven, al igual que su hermano. Y, así, se convirtió en la primera mujer conocida que publica literatura en Asturias. Tristemente, no se conservan sus obras originales, solo manuscritos de copias que no fueron hechas por ella y que se conocen gracias al historiador Francisco de Paula Caveda Solares, publicados por su hijo José Caveda y Nava en 1839.
Estos hechos hacen que su figura y, especialmente, sus escritos, se encuentren rodeados de cierta aurea de misterio. Vale la pena destacar que, cuando todavía vivía y su fama iba aumentando, se le llegaron a atribuir obras enteras que realmente no habían sido escritas por ella, según cuenta su hermano en 1791. La poesía de Josefa, llena de ironía, se centra en dar voz a los problemas de su tiempo, especialmente la pobreza, que detestaba.
En 1793, atendiendo a su vocación religiosa, entró como agustina recoleta en el Monasterio del Santísimo Sacramento y Purísima Concepción. En este llegó a ser nombrada priora, con lo que fundó –siendo sensible a los problemas de su tiempo, sensibilidad que se acrecentó a raíz de sus desgracias personales– una escuela para niñas huérfanas llamada Enseñanza Caritativa de Nuestra Señora de los Dolores.
Falleció en 1807 y fue enterrada en el claustro de su convento –la futura fábrica de tabacos de Gijón– no sin haber experimentado el disgusto de las desgracias que acompañaron a su hermano Gaspar. De hecho, se cree que fue la noticia del encarcelamiento de este en Mallorca lo que precipitó el empeoramiento de la grave enfermedad que le quitó la vida. Mientras que este estuvo en prisión, su hermana le escribía asiduamente para paliar su soledad, incluso lo hizo a Godoy incitando su piedad, algo que no sirvió de nada.