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Menos mitos y más historia sobre Unamuno

La Universidad de Salamanca concede al escritor un doctorado honoris causa como «desagravio»
Miguel de Unamuno leyendo pausadamente durante su periodo de destierrolarazonFilmoteca de Castilla-León

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La Universidad de Salamanca va a conceder a Unamuno el doctorado honoris causa como «desagravio». El homenaje no debería salir de ahí; es decir, sería conveniente evitar el uso político del filósofo, tal y como piden los descendientes, y ajustarse a su pensamiento en su evolución y contexto. Esto supone contemplar al personaje completo, al carlista que pasó por el socialismo, que renegó de la patria para luego aferrarse a ella, que quería más Europa y luego menos, y que despreció a los nacionalistas vascos y catalanes. Fue el mismo hombre que criticó al PSOE por apoyar a Primo de Rivera, y que fue en su candidatura electoral en 1931. Hablamos del filósofo que apoyó el golpe del 36 y después lo despreció.
Unamuno es uno de los grandes intelectuales contemporáneos. No obstante, sus vaivenes ideológicos y cambios de opinión fueron considerables. Se afilió a la Agrupación Socialista de Bilbao en 1894, con treinta años. Escribió en «La lucha de clases», que no destacaba por el carácter tolerante o liberal, donde afirmó que la patria era un engañabobos para defender los privilegios de los capitalistas. Abogó también por la disolución del Ejército y la negación del catolicismo. La única solución, decía entonces, era hacer de nuevo el país y encomendarse a Carlos Marx o ser más como «Europa». Ahí está «En torno al casticismo» (1895), en la que todo es criticable, desde Castilla a Calderón, menos el pueblo español, compendio de todas las virtudes.
Para entonces Unamuno ya había coqueteado con el carlismo y era amigo de Sabino Arana. El escritor pensó en la vuelta a la tradición, a las raíces, como alejamiento de la corrupción urbanita y recuperación de lo verdadero. Era lo que llamó la «intrahistoria», lo inmutable frente a lo cambiante de la vida moderna. Todos cambiamos, y Unamuno también. Perdió la fe, lloró y se metió en un convento en Salamanca. No sirvió de nada. No volvió a creer en Dios. Sin embargo, dio un cambio. España tenía solución con el centralismo y el liberalismo. A Prat de la Riva, padre del nacionalismo catalán, le escribió que no se encerrara en sí mismo, sino que «catalanizara» España. En Bilbao, en 1901, dijo que había que enterrar el vascuence por arcaico, aislacionista e inútil. A Joaquín Costa le soltó que el caciquismo era modernidad porque el pueblo español estaba animalizado y era fanático y analfabeto. Europa dejó de ser la solución en el pensamiento de Unamuno. Era mejor, afirmó, «españolizar Europa» que «europeizar España». De hecho, en el epílogo de «El sentimiento trágico de la vida» insultó a Ortega, que defendía lo contrario, y luego en el ABC le llamó «papanatas».
Tampoco fue Unamuno muy socialista cuando se opuso a la dictadura de Primo de Rivera, en la que participó el PSOE. A pesar de esto accedió a estar en la lista de la coalición socialista-republicana, y fue elegido diputado para las constituyentes de 1931. En las Cortes defendió la unidad de España diciendo que el vascuence era una «lengua artificial», y que el pueblo vasco «datamos de cuando los pueblos latinos, de cuando Castilla, sobre todo, nos civilizó». Por contra, «el castellano es una obra de integración» construida entre todos, porque «España no es nación, es renación; renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se funden todas las diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad diferencial» de los nacionalistas. Esto encolerizó a los diputados de ERC y PNV.
Luego vino el apoyo de Unamuno al golpe de Estado de 1936. Fue destituido como rector por el gobierno republicano de José Giral, en decreto firmado por Azaña el 22 de agosto. Lo repusieron los golpistas, y publicó un comunicado el 22 de septiembre diciendo que en España se defendía «nuestra civilización cristiana de Occidente, constructora de Europa, de un ideario oriental aniquilador», el comunismo. Franco lo cesó el 22 de octubre, diez días después del incidente en el que nunca dijo «¡Venceréis pero no convenceréis!» a Millán Astray, que tampoco contestó «¡Muera la inteligencia!». En suma, sería conveniente un desagravio sin mitos y con historia.