Los planes del Ángel Exterminador, una sociedad secreta en el siglo XIX
En 1827 fue, de acuerdo, entre otros, con el pensador y propagandista católico José Mariano Riera y Comas cuando la organización pudo ver la luz más fehacientemente
Según diversos historiadores, el Ángel Exterminador fue una sociedad secreta de verdugos protectores de la fe que surgió en el primer cuarto del siglo XIX. Dirigida por el obispo de Osma y compuesta por altos cargos eclesiásticos, por políticos e incluso por legendarios bandoleros, su desarrollo se nos presenta hoy tan confuso, que una minoría llega al punto de dudar de su existencia.
La fecha no está muy clara y los investigado- res manejan cuatro hipótesis. El general Juan Van Halen (1788-1864), un personaje digno de las mejores novelas de aventuras, sugiere que fue en 1817, lo que no parece muy probable. A su vez, el hispanista británico Gerald Brenan (1894-1987), autor de El laberinto español, fijó su origen en 1821, mientras que el historiador y novelista Estanislao de Kotska Vayo lo retrasó dos años, hasta 1823. Pero fue en 1827, de acuerdo, entre otros, con el pensador y propagandista católico José Mariano Riera y Comas, autor de Misterios de las sectas secretas o el francmason proscrito (1864), cuando la organización pudo ver la luz más fehacientemente.
Los objetivos del Ángel Exterminador no eran otros que destruir las ideas del liberalismo y derrocar a Fernando VII, a quien veían como demasiado progresista e influido por las ideas francesas. Su intención era, pues, proclamar como rey de España a su hermano Carlos María Isidro, con objeto de fundir el poder político con el de la iglesia. Combatir a los opositores de la Inquisición y perseguir cualquier falta a “las normas del buen cristiano” se contaban también entre sus objetivos, no importaba si para ello tenían que recurrir a la intriga o el asesinato.
Un famoso caso que, por lo general, se asocia a las acciones ocultas y criminales del Ángel Exterminador es el del juicio y ejecución de Cayetano Ripoll en 1827. Ripoll (1778 - 1826), profesor de escuela, fue acusado de hereje y ejecutado por “sospechársele” masón y haber estado en contacto con la creencia deísta cuando fue hecho prisionero en Francia, tras ser capturado mientras combatía en la Guerra de Independencia como oficial de infantería.
Se cuenta que fue secuestrado en octubre de 1824 por el Ángel Exterminador para ser llevado a juicio, una idea que apoyan investigadores como J. Felipe Alonso, autor de Sectas y sociedades secretas: de la A a la Z (2006). El arzobispo de Valencia remitió un informe al nuncio, representante diplomático de la Santa Sede, que, entre otras cosas, sostenía lo siguiente: “No creía en Jesucristo, en el misterio de la Trinidad, en el de la Encarnación del Hijo de Dios, en el de la Sagrada Eucaristía, ni en la Virginidad de María Santísima, ni en los Santos Evangelios ni en la infalibilidad de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana; no cumplía el precepto pascual, impedía a los niños que dijesen 'Ave María Purísima' y que hiciesen la señal de la cruz, que no era necesario oír misa para salvarse y retraía a los mismos a dar la debida adoración al Señor Sacramentado, cuando era llevado para administrar el viático a los enfermos”. Ripoll fue condenado a muerte bajo la acusación de “hereje contumaz”.
Su caso se remitió a la justicia real, un trámite habitual en la época, pero la Audiencia de Valencia, sin contar con la autorización del rey, se saltó el protocolo, tal vez por la presión secreta del Ángel Exterminador, y dictó y ejecutó la sentencia el 31 de julio de 1826. Fue un escándalo mayúsculo en el resto de Europa, pero en España apenas se supo de él, ya que quedó casi oculto por la censura de prensa. Ripoll tiene el dudoso y triste honor de ser el último condenado en España por el llamado delito de herejía.
Entre los miembros del Ángel Exterminador, se dice que hubo varios obispos entre ellos su propio fundador, el de Osma así como políticos importantes de la época, como el Conde de España o Francisco Tadeo Calomarde, que, aunque afines en un principio a Fernando VII, fueron tendiendo hacia el carlismo. Calomarde, por ejemplo, dio libertad de movimientos a las Juntas de Fe de Valencia, que también pretendían el regreso de la Inquisición y que, al igual que el Ángel Exterminador, también castigaba las faltas contra la fe con juicios y ejecuciones paralelos. El Conde de España, un personaje beato y tremendamente cruel, no dudó en apoyar el carlismo y creó un tribunal que, sin apenas pruebas, juzgó, torturó y condenó a cientos de ciudadanos sólo por poseer libros prohibidos o haber hecho ciertos comentarios.
Entre los componentes de esta siniestra sociedad secreta, no faltaron tampoco algunos de los bandoleros españoles más famosos, que ejercían como sicarios para que los jerarcas de la organización no tuvieran que mancharse las manos. En la biografía Luis Candelas. El bandido de Madrid (1928), el político y escritor Antonio Espina (1894-1972) refiere que la mano derecha de este bandolero, Francis- co de Villena –apodado Paco el Sastre o El Marquesito– sirvió a las órdenes del Ángel exterminador, al igual que otro destacado miembro de la banda, Mariano Balseiro, implicados en la muerte de cierto caballero catalán en la Fonda de los Leones.
Más cercano en el tiempo a los sucesos, el escritor Florencio Luis Parreño (1822-1897) conecta también el Ángel Exterminador con el mundo de los bandoleros, concretamente en su biografía Jaime Alfonso el Barbudo, el más valiente de los bandidos españoles (1873), en el que aborda los hechos criminales de este personaje contra los liberales.
No obstante, no faltan quienes dudan de la existencia del Ángel Exterminador, tanto coetáneos de la sociedad como investigadores actuales. Sin ir más lejos, Benito Pérez Galdós, uno de los primeros en hacer mención a su existencia en los Episodios Nacionales; de acuerdo con este autor, “ningún historiador ha probado la existencia de El Ángel Exterminador”, lo que no es óbice que él se haga eco de las creencias sobre ella, sin darlas por ciertas. El historiador Vicente de la Fuente (1817-1889) apunta en Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España, especialmente de la Franc Masonería (1874) que “la sociedad del Ángel Exterminador es una pura patraña inventada por la francmasonería”.
De la Fuente, todo hay que decirlo, era muy afín a la iglesia, teólogo y experto en derecho canónico; y, para él, los liberales y la masonería eran los auténticos enemigos de la patria. A su vez, Menéndez Pelayo, en su Historia de los Heterodoxos Españoles, también se mues- tra escéptico: “Tengo por fábula risible la Sociedad del Ángel Exterminador, que se supone presidida por el obispo de Osma”. Finalmente, Hipólito Sanchíz y León Arsenal sostienen en Una historia de las sociedades secretas españolas (2006) que el Ángel Exterminador fue una creación de los liberales para desacreditar a sus adversarios, los absolutistas y católicos.
La razón por la que nosotros nos sumamos a las dudas sobre la existencia real del Ángel Exterminador tienen que ver con las incongruencias que se detectan en un somero análisis. Si asumimos que la sociedad fue fundada por el obispo de Osma, seguramente en 1827, su “padre” sería Juan de Cavia González, que ostentó este obispado entre 1815 y 1831.
Curiosamente, la mayoría de los que hacen mención al obispo de Osma no dicen su nombre. El primero que lo hace es Vayo, y De la Fuente lo cuestiona. Nosotros creemos que se ha reproducido la información de una fuente original sin la preceptiva verificación. Porque lo cierto es que, aunque Cavia estaba en contra de muchas ideas del liberalismo, diversos aspectos en su biografía contradicen su “paternidad”.
De hecho, fue un acérrimo enemigo de cuantas sociedades secretas prolifera- ron en el siglo XIX; y, en una pastoral del 16 de enero de 1827, aleccionaba a sus feligreses sobre los peligros de las mismas y exigía un mayor com- promiso por parte de las autoridades y del propio Rey para combatirlas. En El laberinto español, Brenan tampoco resuelve el dilema, e incurre en algunas inexactitudes.
Afirma, por ejemplo, que el Ángel Exterminador echó a andar en 1821 y que su mayor auge se produjo en 1834, bajo el mando del obispo de Osma. El problema es que, tras la muerte de Cavia en 1831 y hasta 1848, la sede quedó vacante. Es decir, no pudo haber ningún obispo de Osma que a la sazón revitalizara el temido tribunal secreto. También el caso Ripoll está rodeado de incongruencias.
En realidad, no fue secuestrado por el Ángel Exterminador – como proponen algunos investigadores– ni falta que hacía, porque en Valencia las llamadas Juntas de Fe actuaban libremente, con el objetivo declarado de sustituir a la Inquisición española. Con la anuencia de las autoridades civiles, en Valencia no corrían ningún riesgo, y tanto la detención de Ripoll como su juicio están documentados por el arzobispo de Valencia, en el informe al nuncio papal. Si se permitían ejecutarlo sin el permiso real, detenerlo era lo de menos.
Finalmente, sobre la supuesta adhesión de los bandoleros a esta causa, quien esto escribe tiene también sus dudas, ya que todas las fuentes no son sino biografías noveladas, y en el caso de Parreño, por ejemplo, consta que la objetividad documental era la menor de sus preocupaciones. En resumidas cuentas, hay dema- siados aspectos poco o mal enlazados sobre el Ángel Exterminador, lo que nos hace dudar de su existencia real y, desde luego, de que el obispo de Osma instigara desde las sombras estos crímenes.
Juan José Sánchez Ortiz