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Recuperan la tumba del embajador imperial de la corte de Felipe II

Hoy se inaugura en la Iglesia de los Jerónimos la tumba restaurada de Hans Khevenhüller, hombre muy cercano al monarca español
Esta escultura de Hans Khevenhüller volverá a adornar su tumba después de varios siglos
Esta escultura de Hans Khevenhüller volverá a adornar su tumba después de varios siglosLa Razón

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Karl Khevenhüller dormía siempre con la intuición de que en algún punto de la Iglesia de los Jerónimos de Madrid yacían los restos extraviados de Hans Khevenhüller, embajador del Sacro Imperio en la corte de Madrid, hombre de confianza de Felipe II, caballero del Toisón de Oro, conde de Frankenburg y, por encima de todas estas razones históricas y singulares, su antepasado.
Los avatares de los siglos pasados habían hecho que la pista de aquella significativa tumba acabara perdiéndose. En un origen, según dispuso él mismo en su testamento, lo que así hicieron sus herederos tras su muerte, su cadáver fue depositado en una de las principales salas del claustro de esta iglesia, con una figura oferente ornando el lugar escogido para la tumba, que estaba situada justo delante del cuadro «La coronación de la Virgen por la Trinidad», de Tintoretto, un óleo que a día de hoy permanece desaparecido.
Lo único que hasta ahora se sabía con certeza, aquello que deja entrever la documentación de manera clara y sin posible equivocación, es que, en la temprana fecha de 1727, apenas 121 años después de que falleciera, hecho que aconteció en 1606, durante la ejecución de unas obras rutinarias que se acometían en esta parte del edificio, un muro se vino abajo por accidente, dejando a la vista su figura yaciente. «Según refieren las crónicas, su cuerpo permanecía incorrupto al cien por cien. Estaba intacto. Según se dice, la carne estaba carnosa; la dentadura, fuerte; los ojos, claros, porque no se habían secado; el pelo y la barba aún dejaban entrever su color pelirrojo, y su cuerpo se mantenía todavía elástico. Incluso se aseguraba que del interior no emanaba el olor de la putrefacción, sino otro limpio y muy agradable», describe Karl.
Él está ahora sentado en una mesa del hotel Palace, en la famosa rotonda. Bebe una botella de agua con gas, viste una americana verde, pantalones beige, y su mirada parece conservar el tono azulado que uno imagina para el mismo Hans. Lleva corbata y su expresión denota la indudable emoción que ha supuesto para él y su familia la recuperación de esta sepultura después de tantas centurias sin conocer su paradero. Con voz suave y español claro, explica que lo peor sobrevino con la invasión de los franceses. Las tropas napoleónicas no se distinguieron en ningún país por su respeto a los monumentos. Durante esos años trágicos, que trajeron tanta barbarie y destrucción, todo quedó trastocado. Los templos fueron saqueados, los sepulcros, profanados, y, en definitiva, mucho quedó deslucido, olvidado, perdido o mudado.
A pesar de las evidencias, Karl jamás renunció de su fe, y su tesón se vio recompensado. Hace solo unos quinquenios, al retirar una lápida partida en tres trozos que hacía referencia al célebre embajador, quedó a la luz un hueco y, a través de ese agujero, quedaron expuestos unos restos. «Era él. Yo me había apostado con el párroco que estaba ahí y él no me creía. Pero ese día salió a buscarme a la puerta de la iglesia para explicarme que habían aparecido unos huesos. Ellos aseguraban que probablemente se tratara de un fraile jerónimo, pero yo estaba convencido de lo contrario. La osamenta estaba envuelta en ropas de gala, las que se usaron para enterrarlo a él y que son semejantes a las que se ven en el retrato que le hizo Pantoja de la Cruz. Y, además, también apareció la espada, aunque oxidada y partida debido al tiempo transcurrido, y que es igual a la de esa misma pintura».
Karl no ha dudado en honrar a Hans, un hombre esencial en las relaciones entre el sacro imperio con España; una correspondencia fue crucial para conocer los pormenores políticos de esos años, como pone de relieve la biografía «El embajador imperial. Hans Khevebhüller en España», del historiador Alfredo Alvar, y el volumen «Hans Khevenhüller. Conde de Frankenburg, embajador imperial en la corte de Felipe II», que recoge las ponencias que se han leído durante el simposio que se ha celebrado esta semana para estudiar dicha figura.
Asimismo, ha recuperado la escultura de su monumento funerario, atribuida a los artistas Mateo González y Juan de Porras, del círculo de Leone y Pompeo Leoni. Una talla baldada por el maltrato de los hombres y el tiempo al que él ha devuelto su esplendor a través de una ardua y delicada restauración. Este domingo se inaugurará la reconstrucción de este monumento, que quedará situado en la Capilla del Pilar, con una misa. Se contará con el coro y la orquesta de cámara de la Universidad CEU San Pablo y se interpretarán los fragmentos de una obra litúrgica encargada por Franz Christof Khevenhüller, heredero del embajador imperial, a cargo del músico Giovanni Radino.