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Stabler: el espía que llegó de Harvard

El embajador de EE UU en España desde 1975 fue un hombre educado que se encargó de pilotar la realidad política española en el delicado fin de Franco

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Encendió un cigarrillo. Nunca le habían llamado espía con tanto descaro. Wells Stabler no se alteró. Un diplomático formado en Harvard debe mantener siempre la sangre fría, y más todavía si representa a Estados Unidos de América. Tomó asiento y miró a su interlocutor. Era el ministro Pedro Cortina, nombrado por Franco para ocupar la cartera de Exteriores desde comienzos de 1974. Stabler sabía perfectamente español. Había pasado muchos años en Ecuador, Chile y Venezuela, y lo entendía todo, desde los gestos amables a las palabras escupidas. 

Kissinger, secretario de Estado, le nombró embajador en España el 1 de enero de 1975. La administración de Gerald Ford necesitaba un hombre que ayudara a encauzar el proceso político español tras la inminente muerte de Franco. No había nadie como Stabler. Era experto en el polvorín de Oriente Próximo, y había vivido el espionaje de la Guerra Fría en París y Roma. Su misión era mantener a España en la órbita de Estados Unidos, que no sufriera un proceso comunista como Portugal, y que el Príncipe Juan Carlos lo tuviera fácil.

Red de espionaje

Stabler aterrizó en Madrid en marzo de 1975. Solo le acompañaba su mujer, que también hablaba español. Marchó a El Pardo el 13 de marzo de 1975. Entregó sus credenciales al Caudillo y se fue. El futuro no estaba allí. Tenía que hablar con la oposición alegal y con la clandestina, con los ministros y los jerifaltes del Régimen, pero sobre todo con el Príncipe Juan Carlos. Contaba con una red de espionaje por todo el país compuesta por cónsules, agregados culturales y gente variada. Cada día recibía puntualmente los informes y mandaba cables a Washington. Pronto lo tuvo claro. La transición a la democracia en España solo la podía hacer la élite política del tardofranquismo, con la integración de la oposición en una segunda fase, y la legalización del Partido Comunista de España (PCE) después. Esto último era tan ineludible como que Franco muriese en la cama. Por eso Stabler indicó a Kisinger que dijera al Príncipe Juan Carlos que no asumiera la Jefatura del Estado hasta el «hecho natural».

Muerto Franco, el camino a la democracia necesitaba una opción de centro que no molestara a nadie, pensó Stabler, y así se lo comunicó a Kissinger, y luego a Cyrus Vance, el nuevo secretario de Estado de Jimmy Carter. Fraga no servía para eso. Era abiertamente conservador. En numerosas ocasiones se había mostrado contrario a la legalización del PCE, y partidario de una democracia a la alemana, sin comunistas. José María de Areilza, tampoco. Era un gran diplomático pero incapaz de crear un partido. Los informes y el espionaje indicaban que debía ser algún «converso» del Movimiento, uno de esos que no asustara mucho al búnker y que hablara de justicia social. Fernando Herrero Tejedor tenía hechuras, pero murió en un accidente de automóvil en junio de 1975. Torcuato Fernández-Miranda caía mal a casi todo el mundo. No servía. Arias Navarro ni cotizaba. Era necesario alguien nuevo, quizá Adolfo Suárez, que se había definido como un «chusquero» de la política. Era preciso tener un partido centrista para dirigir la Transición, aconsejó Wells Stabler. Así nació la UCD. Ahora bien. Había que ganar en las urnas, y el que tenía todas las papeletas era la Alianza Popular de Manuel Fraga. Para impedirlo, bastaba con imponer un sistema electoral proporcional adecuado, no el mayoritario que quería el político conservador. Dicho y hecho. Stabler aconsejó a Suárez el modelo y acertó de pleno. Quedaba, eso sí, pendiente, el espinoso asunto de la legalización del PCE.

El propio Felipe González confesó a Stabler que el PSOE no tenía prisa por la legalización del PCE. Estaba en juego qué partido sería hegemónico en la izquierda. Prefería que fuera tras las primeras elecciones para que se asentara un partido socialdemócrata homologable a los europeos, como querían los gobiernos de Alemania, Reino Unido, Francia y EE UU. La jugada era conveniente pero arriesgada. Stabler supo por sus espías que el PCE pretendía aprovechar la crisis económica y social para alterar la calle y hacer la ruptura (léase «revolución»). Fue entonces cuando el norteamericano indicó al Rey y a Suárez que era la hora de legalizar al PCE, meterlo en el circo, y castrar así su plan. La mejor manera de neutralizar a los comunistas, como Stabler vio en Italia, era aburguesarlos en el abrevadero de los sueldos públicos. Llegó así el llamado Sábado Santo Rojo, el 9 de abril de 1977. Así que la legalización no fue por la matanza de Atocha, aquel asesinato de abogados laboristas a manos de la ultraderecha, sino por un cálculo estratégico.

El 4 de mayo de 1978, con el trabajo ya hecho y el país más o menos encauzado, Stabler abandonó España. La misión le dejó tan satisfecho que se retiró del servicio diplomático. (La información en Jorge Urdánoz, «La Transición según los espías», Akal, 2024).