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cultura
Ternura y cuidados en el calcolítico
Unos restos humanos hallados en Bulgaria invitan a pensar que un joven, dependiente a causa de unas terribles heridas, fue cuidado y querido por los suyos durante la Edad del Cobre

Al modo de las leyendas urbanas, también hay leyendas académicas y una de las más especiales incumbe a Margaret Mead, una influyente antropóloga. En una conferencia universitaria, un alumno le preguntó sobre cuál consideraba que era la primera muestra de una sociedad civilizada. Supuestamente, Mead contestó que era «un fémur fracturado y curado», es decir, una actitud de empatía y altruismo, de cuidados y colaboración entre los miembros de un grupo hacia uno de los suyos. No hay ninguna evidencia de que este episodio fuera real y todo hace pensar que sea una invención aunque, como se dice en Italia, «si non é vero é ben trovato». O sea, aunque sea falso merece la pena reflexionar sobre sus enseñanzas.
Pero, ¿cuándo comenzaron estos cuidados? Mientras que la arqueología de los primates ha analizado comportamientos similares entre nuestros parientes más cercanos, la paleoantropología, subdisciplina científica que estudia la evolución humana, ha acreditado una amplia y antiquísima evidencia de cuidados. Así, la muestra más temprana de supervivencia de alguien con evidentes problemas de salud se halló en Dmanisi (Georgia): un homo erectus que vivió hace 1,7 millones de años y que sobrevivió pese a perder toda su dentición por una grave periodontitis, una dolencia que podría haberle costado la vida. Aunque pudo haberse recuperado por mera suerte, se ha propuesto que fue tratado con plantas con propiedades antibacteriales. Más actual es otro caso paradigmático, el primer individuo catalogado como hombre de neandertal y encontrado en 1866 en el valle epónimo alemán. Murió con unos 40 años con un largo historial de heridas y enfermedades, como meningitis, a las que únicamente pudo sobreponerse con el cuidado de sus semejantes.
Otro ejemplo de fascinantes cuidados en la prehistoria lo encontramos en «Bones, Bites, and Burials: Investigating a Skeleton from Eneolithic Necropolis for Evidence of Probable Lion Attack in Bulgaria», una investigación colectiva encabezada por Nadezhda Karastoyanova de la Academia Búlgara de Ciencias y prepublicada en el repositorio «Anthropology & Archaeology Research Network». Esta investigación analiza a un individuo hallado en la necrópolis del calcolítico tardío de Kozareva (Tracia, Bulgaria). Se trata de un hombre de 18-30 años enterrado a una inusual mayor profundidad, recostado sobre su lado izquierdo y con sus miembros flexionados. Lo más notable es el hallazgo de tres gravísimas heridas en su cráneo, que penetraron hasta un centímetro y que le sobrevinieron en su adolescencia. Aunque se observen claras evidencias de regeneración ósea, estas profundas heridas siguieron abiertas hasta su muerte. Estas lesiones, de naturaleza violenta, no fueron causadas por armamento humano sino por los caninos y molares de un depredador que, además, vio como uno de sus dientes se astilló, alojándose una esquirla en el hueso del cráneo de su víctima. El análisis de las mordidas determinó que se trataba de un león, un animal presente ampliamente en el este y sur de Europa durante este período. Aparentemente, le agredió por la espalda y le mordió repetidamente en cráneo, tronco y miembros superiores e inferiores aunque las condiciones del esqueleto no permitan afinar más.
Diferente tránsito al más allá
La gravedad de las heridas implica que necesitó de un «largo período de recuperación», incluyendo cuidados similares a los realizados durante una trepanación craneal. Sobrevivió pero, como insisten en la investigación, en un estado de práctica dependencia que le debía imposibilitar contribuir a la vida grupal. Más allá de unos daños estéticos brutales, las terribles heridas le debieron dejar profundas secuelas en la movilidad e intensos daños neurológicos. Fue cuidado y querido por los suyos aunque su tránsito al más allá difiere del habitual de sus congéneres. Esta investigación sostiene que sus restos fueron enterrados en una sección dedicada a los niños, adolescentes y otros adultos consignos de discapacidad y enfermedad. Todos ellos sin ajuar en contraste con el resto de muertos. Según la investigación, podría reflejar el estatus social inferior del finado y podría habérsele considerado una persona maldita por su apariencia y diversidad funcional que debía alejarse del resto, siendo enterrado más profundamente para protegerles de su peligrosa presencia. Aunque esta tesis sea interesante, siempre cabe pensar que pese a sus dificultades y profundas necesidades fuera extraordinariamente querido por los suyos, considerado el niño especial de una familia que lo cuidó hasta el final de sus días. Es decir, una muestra de ternura que traspasa el tiempo y nos retrotrae a nuestro presente.
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