Tiberio: el emperador triste y pedófilo que mantuvo el esplendor de Roma
Sucesor de Augusto, pasó a la historia como un gobernante "odioso y objeto de desprecio", pero que supo cuidar el Imperio en lo político y lo militar
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Describió el historiador Plinio el Viejo a Tiberio como "tristissimus hominum". Es decir, "el hombre más triste". No hubo emperador más cabizbajo, apesadumbrado y sombrío que Tiberio. Fue el segundo gobernador del Imperio Romano, aunque nunca quiso serlo. No amaba la política. Se enfrentaba a la gran tarea de ser sucesor de Augusto, de quien debía igualar, al menos, el recuerdo y la calidad de su gobernanza. Tiberio fue brillante en su juventud, uno de los más grandes generales del Imperio, pero prefería huir a las complicaciones de la política antes de enfrentarse a ellas. Esta pesadumbre a la hora de enfrentar sus deberes aumentó, si cabe, cuando murió su querido hijo y sucesor, Druso el Joven: aunque pareciera que hasta entonces Tiberio consolidó buena parte de la herencia de Augusto, fue a partir de entonces cuando su gobierno declinó, hasta que su reinado terminó en terror. Pero el horror no solo lo exploró en lo profesional, sino también en lo personal, pues además del más triste Tiberio ha pasado a la historia como un emperador depravado y vicioso.
Tiberio nació en Roma el 16 de noviembre del año 42 a.C. Ya desde pequeño mostró un carácter melancólico y reservado, en parte propiciado por la temprana pérdida de su padre, quien falleció cuando tan solo tenía 9 años. Comenzó pronto su carrera militar, y sus inteligentes habilidades llamaron la atención de Augusto, quien se fijó en él como potencial sucesor. Una vez se alzó como emperador, Tiberio consiguió reforzar el imperio con grandes campañas militares, aunque siempre arrastrando una pésima fama, hasta el punto de ser definido como "odioso y objeto de desprecio". Pues, por mucho que mantuviese la prosperidad del Imperio, muchas de sus acciones son motivo de repudia, ante todo si tenemos en cuenta algunos de los escritos de Suetonio, en su obra magna "Las vidas de los doce césares".
En esta obra, el escritor descubre dificultades, desamores o fetiches que tuvo que afrontar Tiberio. Entre ellos, narra cómo en su villa de Capri, donde se trasladó cuando decidió apartarse del poder, se entregaba a la pedofilia o al sadomasoquismo. Según el cronista, Tiberio habría adiestrado a niños, les llamaba "pececillos", para que jugaran entre sus piernas en el baño y lo excitaran. También torturaba, sobre todo a las mujeres: sus víctimas a veces eran arrojadas al mar de Capri, anota Suetonio. Unos rumores que, según otros historiadores, eran falsos, pero que ciertamente condicionaron su imagen hasta el día de hoy, como el emperador triste y depravado sexual. Veleyo Patérculo es uno de los pocos cronistas de su época que ofrece en sus escritos una imagen muy positiva sobre el emperador, aunque no se descarta que lo hiciera para ganarse su favor.
Tiberio se casó dos veces: con Vipsania y con Julia la Mayor, hija del Emperador Augusto. Este último matrimonio, según su biógrafo, "le causó disgusto". A su tristeza casi innata se le sumó, por tanto, un enlace infeliz, lo que tomó como el impulso definitivo a que se exiliase voluntariamente, "dejando en Roma a su esposa y su hijo. Tomó el camino de Ostia, sin contestar palabra a las preguntas de los que le acompañaron", relata Suetonio, hasta que llegó a la isla de Rodas. Allí permaneció casi una década: "Llegó incluso a renunciar a sus ordinarios ejercicios de equitación y armas. Abandonó el traje romano y adoptó el calzado y manto griegos. Vivió cerca de dos años en este estado, haciéndose cada día más odioso". Pero tuvo que volver al Imperio, desarrollando un gobierno marcado por la represión política, las ejecuciones y las purgas, que generaron todo tipo de controversias. En pocas palabras, fortaleció un imperio esplendoroso de mala gana, sin más interés que el de quitárselo de encima y darse a una vida emocionalmente oprimida.