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cultura
Virués, Garín y el mito de Montserrat
La montaña mágica por excelencia en Cataluña es el lugar de poder más destacado de las mitologías de la España del noroeste y es un imán para otras narrativas

En el «donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo», uno de los más grandes episodios novelescos de crítica literaria de todos los tiempos, en la primera parte de Don Quijote de la Mancha, Cervantes, por boca de sus personajes, salva de la quema y destrucción de libros perniciosos tres grandes poemas que, en palabras del cura «son los mejores que, en verso heroico, en lengua castellana, están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia: guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España». Uno de los tres guarda una leyenda emblemática de la historia mítica de España relacionada con la montaña sagrada de Cataluña, y es «El Monserrate», de Cristóbal de Virués (1587), poeta valenciano que cantó en veinte cantos en octavas la leyenda del ermitaño Juan Garín o Joan Garí.
La épica folclórica y piadosa de este ermitaño está en la base mitológica de la fundación del monasterio de Montserrat, un lugar de la geografía mítica que tiene muchas aristas y toca claves insospechadas de la narrativa patrimonial. Estas conectan, por un lado, con la hagiografía de los padres orientales y sus escenarios fantásticos de anacoreta, santos locos, místicos y santones que han sido pecadores, santas que han sido prostitutas, y que tienen una peripecia memorable con episodios de toda índole y con la imprescindible tentación diabólica incluida (como recrea la imprescindible «Simón del desierto», de Buñuel). Por otro lado, Montserrat, la montaña mágica por excelencia en Cataluña, es el lugar de poder más destacado de las mitologías de la España del noroeste y ejerce el atractivo de un imán para otras narrativas: toca mitos variados que tienden sus lazos hacia el mundo de la mitología artúrica, del Grial y de la poderosa Virgen o de una diosa de la tierra que funde cristianismo y paganismo celta y centroeuropeo, entre otros temas.
Pero hoy me gustaría detenerme en el mito del ermitaño Garín, que recoge y amplía «El Monserrate», de Virués, la historia de este personaje legendario que se supone que vivió en la época de Wifredo el Velloso, a mediados del siglo IX. La leyenda popular cuenta que el diablo intentó tentar a ese anacoreta, que vivía en una cueva, situada en aquella montaña, buscando la santidad. El maligno salió de una cueva en la zona de Collbató y se disfrazó de venerable ermitaño para localizar al anacoreta Garín en su humilde cueva. Poco a poco fue ganándose su confianza, como un falso director espiritual, mientras a la vez intentaba sembrar dudas en la fe de Garín. Al final, el diablo pasó al ataque directo y poseyó a la hija del conde Wifredo, llamada Riquilda. La joven no paraba de gritar y proclamar que solo se curaría de su mal con la mediación del anacoreta Garín, así que el conde la llevó a Montserrat y allí pidió al santo que admitiera a su hija en su pequeña cueva.
La tentación del diablo
El diablo tentó al ermitaño hasta que, finalmente, Garín cayó en la tentación y violó a la chica, que quedó como muerta. El monje, avergonzado y para que no se supiera nada, ya consciente del engaño del diablo, escondió el cadáver en la montaña. Luego Garín peregrinó a Roma a pedir perdón al Papa y este le impuso como penitencia que viviera como un animal solitario y se apartara de la sociedad humana, alimentándose de hierbas y raíces, y que rezara así en las soledades hasta que un alma inocente le anunciara su redención. Regresado a Montserrat, así hizo Garín: vivió en penitencia durante años y su cuerpo se metamorfoseó en el de una bestia extraña, cubierta de cerdas y con apariencia bestial. Tiempo después unos cazadores lo capturaron y lo encerraron en una jaula, creyendo que era una bestia salvaje e inusitada, para llevarlo a Barcelona y regalárselo al conde como una rareza. Entre tanto, la condesa había tenido un niño, de nombre Miró. Cuando se celebró un banquete con la corte del conde para presentar al extraño animal, el niño, siendo aún infante, vio a la supuesta bestia en la jaula en que se la presentó a su padre. Allí el pequeño se puso a hablar y dijo que era Garín y que Dios finalmente le había perdonado tras su larga penitencia. El ermitaño fue lavado y adecentado y contó su historia. El conde, llorando al recordar la muerte de su hija, le pidió al ermitaño que, al menos, le revelara dónde había escondido su cadáver para darle sepultura. Pero la sorpresa fue que, al regresar a Montserrat a buscar el cuerpo, por intercesión de la Virgen, la joven fue encontrada viva. En ese mismo lugar se fundó el futuro monasterio, del que Riquilda fue la primera abadesa.
La leyenda fue adaptada a la épica por Virués, en un libro que tuvo un notable éxito y difusión. Pero en ella se mezclaban temas del cuento popular y de la novela bizantina (como la falsa muerte) con otros de las vidas de santos y sus tentaciones que tienen grandes paralelos con la historia del santo oriental Jacobo de Palestina, llamado el Ermitaño, del siglo VI. Su vida fue glosada por el hagiógrafo bizantino Simón Metafraste (s. X), en una leyenda que también se difundió en versiones occidentales. Larga es la sombra de la montaña mágica de Montserrat y de sus leyendas.
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