Hollywood, agente doble
Un polémico libro demuestra que tres grandes productoras pactaron con el régimen de Hitler, compraron bonos y financiaron noticieros pronazis
El cine apasionó a los nazis y especialmente a su líder, Adolf Hitler, que, como con otras tantas cosas, fue un fanático de las películas. Tanto fue así que en la Cancillería del Reich mandó construir un pequeña sala privada, donde cada noche veía una película tras la cual gustaba de debatir con sus invitados. Es sabido que el Führer detestaba las aventuras de Tarzán y maldecía a Charlie Chaplin, pero que, a la contra, le encantaban las comedias protagonizadas por el Gordo y el Flaco, en donde hallaba una gran cantidad de buenas ideas e ingeniosas bromas. Pero las películas fueron para Hitler mucho más que un simple entretenimiento. Enseguida percibió su alto poder de seducción y, por encima del simple relato, fue capaz de hallar en ellas un importante instrumento de persuasión. No fue el único. Su ministro de propaganda, Joseph Goebbels, también lo captó. Es más, un día, tras ver «Sucedió una noche» de Frank Capra, anotó en su diario: «Una divertida y amena película americana de la que podemos aprender mucho. Los americanos son muy naturales. Muy superiores a nosotros». ¿Tanto que existió una colaboración entre Hollywood y los nazis desde la llegada de Hitler al poder hasta el estallido de la II Guerra Mundial? Ben Urwand, historiador de la Universidad de Harvard, no sólo apoya esta tesis, sino que en su libro «The collaboration. Hollywood’s pact with Hitler» («La colaboración. El pacto de Hollywood con Hitler») defiende y prueba que ambas partes «cooperaron de manera activa y entusiasta con el esfuerzo de la propaganda mundial del régimen». Para muchos es un aporte sin precedentes a la investigación académica sobre el vínculo entre la Alemania nazi y la «época dorada» de la industria estadounidense. Urwand sostiene que, una vez que Hitler ascendió al poder en 1933, los estudios de Hollywood aceptaron la censura del nazismo e incluso consintieron omitir en sus películas la persecución antisemita, llegando al extremo de suprimir cualquier mención a la palabra «judío».
Urwand se apoya en una ardua investigación que le ha llevado a archivos y a seleccionar un sinfín de cartas, notas e informes periódicos que, en su conjunto, desvelan una vergonzosa política de compromiso por parte de los directivos de los estudios. Concretamente y según el historiador, tres compañías –Paramount, Metro-Goldwyn-Mayer y la 20th Century Fox– permanecieron en Alemania hasta mediados de los 40 y siguieron eliminando de sus películas referencias a la población judía, incluso cuando Hollywood había puesto en marcha su campaña de propaganda bélica a favor de los aliados. Pero, ¿qué obliga a la meca del cine a aceptar semejantes condiciones? El pacto se remonta a diciembre de 1930, cuando la película «Sin novedad en el frente», dirigida por Lewis Milestone y basada en la novela homónima de Erich Maria Remarque, provocó importantes disturbios en una sala de Berlín. Su mensaje, supuestamente pacifista, y la imagen antipatriótica que muchos vieron en los soldados alemanes, causaron tal indignación entre el público nazi que muchos de ellos –y con el beneplácito de Joseph Goebbels– lanzaron bombas fétidas e incluso llegaron a soltar ratones en la sala para dispersar a los espectadores. Seis días más tarde, acusada de dañar la imagen nacional, fue prohibida y retirada de las salas alemanas. Su productora y distribuidora, Universal Pictures, se vio además obligada a aceptar importantes recortes en suelo germano, por lo que dos años más tarde, y ante el temor de perder los beneficios de ese mercado, aprobó una ley que reguló la distribución a nivel mundial de cualquier cinta considerada «antialemana». No sólo eso, sino que poco después el ex diplomático alemán Georg Gyssling fue enviado a Hollywood para controlar o incluso vetar cualquier película que pudiera ser perjudicial para el «prestigio alemán».
Guiones censurados
En su obra, Urwand demuesta con pruebas cómo ese vínculo se prolongó durante la década de los treinta. Según sus indagaciones, los representantes de los estudios se reunían regularmente con Gyssling en Los Ángeles para acatar las normas del funcionario. El historiador descubrió documentos que muestran que, con el fin de evadir las restricciones de exportación de divisas, la Metro-Goldwyn-Mayer compró bonos alemanes que financiaron fábricas de rearme en los Sudetes o que, por su parte, Paramount y Fox invirtieron las ganancias extraídas del mercado germano en la filmación de noticieros pronazis.
Mientras tanto, numerosos fueron los guiones que no pasaron el corte. Uno de ellos, una historia escrita por Herman Jacob Mankiewicz, coguionista de la legendaria «Ciudadano Kane», y que bajo el título «El perro malo de Europa» versaba sobre la destrucción de una familia judía en la Alemania de Hitler. Tras una serie de gestiones, el proyecto fue abandonado. Igual suerte tuvo la adaptación de la novela de Sinclair Lewis, «It can’t happen here» (No puede suceder aquí), que trata sobre un imaginario golpe de Estado fascista en Estados Unidos y que, tras la valoración nazi, fue asimismo suprimida. Pero hay más. En su periplo por los archivos berlineses, Urwand descubrió una misiva enviada por la 20th Century Fox en enero de 1938 en la que este estudio solicitaba las opiniones de Hitler sobre las películas americanas y, para la sorpresa del historiador, la carta estaba firmada con un «Heil Hitler».
Louis B. Mayer y el cónsul alemán
Con todo, el libro de Ben Urwand que ya está disponible en inglés, francés y portugués está generando todo tipo de controversias. Algunos académicos aseguran que muchas de las producciones de esa época ya contenían claros elementos antinazis. Para ellos, o para las posibles reacciones que puedan vertirse desde la meca del cine, Urwand asegura que «los ejecutivos de Hollywood sabían exactamente lo que estaba pasando en Alemania, no sólo porque se habían visto obligados a despedir a sus propios empleados judíos, sino porque su persecución fue un hecho bien conocido en ese momento». Un hecho del que este académico está tan seguro como presente tiene en su mente la entrevista con la que se topó en 2004, en la que el guionista Budd Schulbert menciona que Louis B. Mayer solía reunirse con un cónsul alemán en Los Ángeles para discutir los cortes a las películas de su estudio. Ben Urwand, de 35 años y cuyos abuelos maternos eran judíos húngaros y pasaron los años de la guerra escondidos, vio en ese detalle un interesante tema para su tesis y empezó a indagar.