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Arquitectura

Isozaki, el arquitecto japonés más español

El maestro nipón, una de las referencias mundiales del siglo XX y XXI, obtuvo ayer el Premio Pritzker. España es uno de los países que más obras suyas aloja, con el Palau Sant Jordi de Barcelona como uno de sus emblemas.

La Central Academy of Fine Arts, en Los Ángeles, es uno de los edificios más representativos del nipón. Arriba, a la derecha, boceto del Palau Sant Jordi; en el medio, la conocida como «Puerta Isozaki» en Bilbao; debajo, Parque de Oficinas Distrito 38, en Barcelona
La Central Academy of Fine Arts, en Los Ángeles, es uno de los edificios más representativos del nipón. Arriba, a la derecha, boceto del Palau Sant Jordi; en el medio, la conocida como «Puerta Isozaki» en Bilbao; debajo, Parque de Oficinas Distrito 38, en Barcelonalarazon

El maestro nipón, una de las referencias mundiales del siglo XX y XXI, obtuvo ayer el Premio Pritzker. España es uno de los países que más obras suyas aloja, con el Palau Sant Jordi de Barcelona como uno de sus emblemas.

Arata Isozaki es un hombre de sonrisa medida, algo que caracteriza a muchos nipones. No es la suya una risa escandalosa. Podríamos decir que es producto de una cultura y del lugar donde le nacieron, Oita, en 1931,una ciudad japonesa en la isla de Kyushu. Unos años duros en los que el nuevo Premio Pritzker, que seguramente habrá recibido sin alharacas el galardón, hubo de enfrentarse a penurias y momentos de dureza, extremados por una contienda en la que su país sufrió lo indecible. Tremendo que su pueblo estuviera no muy distante de las ciudades marcadas por el horror, Hiroshima y Nagasaki, y que aquellas imágenes tan dolorosas como vergonzosas se le tuvieran que clavar en la retina. «Cuando era lo suficientemente maduro para empezar a entender el mundo mi ciudad fue arrasada. Al otro lado de la costa, la bomba atómica había sido. Todo estaba en ruinas y no había arquitectura, no había edificios y ni siquiera una ciudad. Solo me rodeaban galeras y refugios. Así que mi primera experiencia de la arquitectura fue el vacío, y empecé a considerar cómo la gente podría reconstruir sus casas y sus ciudades», ha relatado. Frente a la devastación circundante, frente a la nada más absoluta Isozaki tejió en su cabeza la idea de levantar y donde se divisaba un erial, el joven Arata construyó.

Es esta la séptima vez que un arquitecto nacido en Japón se alza con el premio, las mismas, por otra parte, que lo han obtenido creadores de Estados Unidos, incluso en 2013 y 2014 el galardón se fue a aquellas tierras lejanas en las figuras de Toyo Ito y Shigeru Ban. Merece una reflexión, y así lo comenta en estas páginas otro Pritzker, el portugués Siza Vieira, que este año el jurado haya optado por distinguir una arquitectura «con valor y significado», al tiempo con visión de futuro, después de unos años en que lo sostenible y lo socialmente comprometido se coronaban en esta ceremonia del Nobel arquitectónico. Alejandro Aravena lo obtenía en 2016 y el indio Balkrishna Doshi el año pasado. Frente a ellos, el maestro Isozaki ha conseguido aunar en sus obras su vasta y amplia cultura y ser un hombre de su tiempo, que ha seguido de cerca la carrera de aquellos que empiezan en el duro oficio de construir.

Conexión global

La directora ejecutiva del galardón, Martha Thorne, señalaba ayer a Ep que una de las razones que han llevado a premiarle es la capacidad de su obra de tender puentes con Occidente en estos tiempos difíciles. Su apuesta por esa conexión es muy destacada. Ha sido uno de los primeros arquitectos de Japón que realmente ha conectado con sociedades de muchos otros países y eso es de agradecer en un momento en el que preocupa tanto por la globalización como de los nacionalismos». ¿Qué más le ha valido el galardón a Isozaki? el ser «un arquitecto muy completo, cuya obra se apoya en una base cultural, histórica o filosófica. No es una persona que meramente haga formas, sino que ejerce una búsqueda que responde a una inquietud más allá de lo estilístico o formal. Y eso esa profundidad es lo que ha premiado el jurado».

Tras titularse en la universidad de Tokio en 1954 fue el maestro Kenzo Tange quien le tuteló. Con él aprendió el oficio y en 1963 se independizó y abrió su estudio. El despegue definitivo le llegó en la excesiva en tantos sentidos década de los ochenta. Su nombre en aquellos años quedó impreso con letras de molde, pero alejado de esa vida de las estrellas que premia más forma que fondo, algo de lo que nuestro protagonista ha huido como de un mal presagio. «Siempre ha hablado de intentar ver la arquitectura desde la perspectiva de una persona que va a pasar por ahí, de cómo la gente percibirá esos espacios de la luz, la temperatura..., una cuestión bastante importante después de ver en años pasados momentos en los que la arquitectura contemporánea no tenía tanto en mente el servicio a las personas», ha añadido Thorne.

La obra del japonés es tan múltiple como los lugares donde ha levantado un plano. La biblioteca en Oita, su localidad de nacimiento, se ve tan austera como bella, sencilla de formas y rotunda. Uno de sus primeros proyectos donde la huella de Tange y Le Corbusier son visibles. Nada que ver con la majestuosa torre Allianz que se ha convertido en uno de los símbolos de Milán. En España se siente muy a gusto. No en vano es uno de los arquitectos que más obras tiene en nuestro país, sobre todo en Cataluña. Además del Palau Sant Jordi, suyas son dos torres, en nada parecidas a la milanesa, situadas detrás del puente de Calatrava en Bilbao, símbolos también ya de una ciudad del futuro. Aunque si existe una obra en España que no se aparezca a ninguna otra y lleve su firma está en La Coruña donde se levanta majestuosa la Domus, mecida por el viento. Cuentan que le llevaron a la ciudad para convencerle de que debía de ser él y no otro quien firmara el edificio. Allí vio algo que no se paga con dinero, quizá la zona, la cantera, Galicia misma, para qué más, y aceptó. Después diría que es una de sus obras maestras. Es más, para que nadie lo olvidara rubricó en el libro de oro de la Casa de las Ciencias una frase bellísima: «El futuro del hombre puede empezar aquí, en A Coruña», palabras visionarias. La armonía, dijo, estaba en ese edificio, el camino hacia ella, más concretamente.

Como una esponja

En su vocabulario de construcción la idea de estancamiento no existe, sino la idea de adecuarse al lugar y al contexto. El maestro se deja impregnar por la idea, por el cliente, absorbe como si fuera una esponja, de ahí que entre su variada «prole» se haya colado hasta un edificio que se abre con las orejas de Mickey y ante cuyas críticas él no se arredra, pues artistas tan grandes como el veterano Claes Oldenburg ya lo habían hecho antes. Dice que prefiere tener ideas a un estilo que le distinga y entre sus creadores de cabecera, los que le interesan, están Duchamp y Picabia, vaya pareja.

En su libro «Japan-ness in Architecture» explica que «desde el cambio de siglo se ha vuelto cada vez más difícil crear arquitectura con una fuerza constructiva real. Japón se ha encogido y una vez más ha cerrado sus puertos, esta vez debido a la recesión. La ausencia de cualquier presión cultural externa que pueda provocar cierta consciencia crítica hace más extrema la situación. Más bien parece que la forma entera del mundo hace hoy la noción de una frontera que se desvanece en el océano obsoleta, haciendo incluso imposible cerrar los puertos, dividiendo no sólo Japón sino al mundo entero en innumerables archipiélagos».