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Libros

Joan Didion cierra su obra desde el diván del psiquiatra

Penguin Random House publica «Apuntes para John», el diario inédito de la gran autora que recoge las sesiones con su terapeuta

Voraz lectora, Joan Didion necesitó un permiso especial de su madre para poder pedir prestados libros de adultos en la biblioteca
Joan DidionArchivoArchivo

Cuando muere un autor de éxito suele ser habitual, como si fuera una tradición en este mundo del libro, que sus herederos, a veces cuando el cadáver aún no está ni frío, empiecen a buscar desesperadamente inéditos por los cajones y/o en el disco duro del ordenador, en ocasiones contra la voluntad de quien cree que esas páginas no tenían la calidad suficiente para ser reveladas al gran público. Tras su fallecimiento el 23 de diciembre de 2021, los de Joan Didion encontraron una serie de textos, aparentemente privados, que la gran autora, uno de los nombres de referencia de la literatura estadounidense de todos los tiempos, redactó para un único lector, su marido John Gregory Dunne. En esos apuntes, Didion resumía las sesiones que mantuvo con el psiquiatra freudiano Roger MacKinnon en una suerte de diario iniciado en noviembre del año 1999. Ahora esos « Apuntes para John» llegan a nuestro país de la mano de Penguin Random House.

Parece sospechosamente evidente el pensar que si Didion no quería que estos textos vieran la luz los habría tenido que destruir tras las muertes de su esposo y de su hija Quintana, cuyas presencias quedan patentes en prácticamente cada párrafo del libro. De hecho, la trágica desaparición de ambos dio pie a los que probablemente sean sus dos obras maestras: los impresionantes trabajos memoralísticos «El año del pensamiento mágico» y « Noches azules». Todo este conjunto se conserva, junto con el resto del legado literario de Joan Didion, en la New York Public Library sin restricciones de ningún tipo para su consulta. Es, sin exagerar en la afirmación, un epílogo a su labor como escritora porque estos textos fueron una salvación para ella, un salvavidas mientras buscaba respuestas para salvar a Quintana. Otra cosa es si estamos ante una obra que pueda calificarse como literaria, pese a que estos «Apuntes para John» de alguna manera cierran una trilogía formada por los dos títulos citados en este párrafo. Uno no puede evitar tener la sensación al leer estos «apuntes» que si Didion los hubiera repasado antes de llevarlos a la imprenta los habría trabajado más, habría perfilado lo que nos está narrando para llevarlo a una cota más alta. No los volvió a retocar, así que lo que tenemos el material en bruto.

No, estas notas no son literatura para todos los públicos y nunca fueron pensadas para acabar como letra impresa. Es un ejercicio privado de supervivencia porque Didion y Dunne estaban viviendo, en palabras de MacKinnon, «un infierno. A sus propios ojos, no hay nada que sean capaces de hacer bien» alrededor de Quintana. « Ni siquiera saben qué piensa ella. Solo pueden quererla. No pueden salvarla. Ella [Quintana era adoptada] llegó a ustedes con todo un conjunto de posibilidades genéticas, posiblemente negativas, que no pueden controlar. El abuso de sustancias y la depresión van de la mano, y la depresión tiene un componente genético. El entorno es muy importante, pero no lo es todo», continúa el doctor mientras está en la sesión con la escritora.

Un poco de contexto para comprender toda la historia. En el momento de empezar a acudir al psiquiatra, las cosas no iban bien en el hogar de los Dunne-Didion. Quintana vivía en ese tiempo, a los 33 años, en una vorágine autodestructiva porque la joven bebía y se medicaba, aunque había dado el paso de asistir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Su terapeuta pensaba que sería buena idea que Didion participara en la terapia, que se implicara en el intento de salvar a su hija. La escritora y periodista estaba, como es lógico, aterrada ante la más que palpable posibilidad de poder perderla para siempre. El suicidio era un inquietante fantasma que sobrevolaba en el ambiente de los Dunne-Didion. Dejemos otra vez que sea el buen doctor quien nos aporte una teoría que la escritora comparta: «Me pregunto si este miedo extremo de que le pasara algo no habrá tenido algo que ver con la culpa que usted sentía por no prestarle su atención completa cada segundo. No sé con exactitud de dónde ha sacado esa culpa, pero sé por las cosas que ha dicho que está ahí. Ser padre o madre no quiere decir necesariamente que no pueda perder de vista a su hijo cada segundo de cada día, ¿sabe? No consiste en eso. ¿Había algo por el estilo en la forma en que la criaron?» Habrá notado el lector la precisión con la que Didion nos ofrece las palabras del psiquiatra, lo que invita a sospechar que o tomaba ella también notas durante esas reuniones o directamente las grababa para luego transcribirlas, algo que no se indica en la presentación del libro. ¿Probablemente la escritora, además de dejar unos apuntes a su marido, también quería dejárselas a quien en el futuro quisiera abordar el proyecto de escribir su biografía? O, simplemente como hipótesis, puede que creyera que era mejor que fuera ella misma la que narrara todo esto antes de que cayese en manos de algún torpe estudioso. Preguntas sin respuesta.

La imagen que nos ha quedado de Joan Didion, la manera con la que se ha fijado en el imaginario colectivo, es el de una mujer frágil escondida detrás de unas gruesas gafas de sol, como si fueran la máscara que no nos permitiera mirar en su interior. Realmente esas gafas se las ha quitado con elegancia literaria en cada uno de sus libros, pero nunca lo había hecho de una manera tan clara como en estos «Apuntes para John». Tal vez por eso sea la mejor manera de cerrar su obra, donde más vuelca la verdad alguien que trabajó la no ficción como nadie. Por eso resulta estremecedor cuando, en la entrada del 11 de octubre de 2000, se pone a llorar al inicio de la sesión psiquiátrica. Y permítanme una coda necesaria antes de bajar el telón sobre esta escritora. Debemos al desaparecido editor Claudio López Lamadrid la apuesta decidida por dar a conocer en nuestro país a Joan Didion. Lo hizo desde la misma colección con la que se cierra este ciclo. Es justo recordar que sin Claudio no tendríamos todo Didion traducido al español, pese a que como él mismo admitía a quien escribe estas líneas no era una autora que tuviera muy buenas ventas. Sin embargo, pese a los datos comerciales, el editor decidió apostar por ella y mantenerla siempre en el catálogo, recuperando textos antiguos y estando atento a la novedad. El tiempo le ha dado la razón y hoy todos queremos a Didion, incluso en su fragilidad en el diván del psiquiatra.