Joseph Pérez: «No veo discriminación en Cataluña»
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Apareció un Joseph Pérez polémico, excesivo, contradictorio, desmesurado en sus digresiones, sin miedo a mostrar las paradojas que alberga uno mismo, que es una manera muy intelectual de reconocer que el pensamiento nace de las oposiciones internas que cada hombre arrastra consigo. El hispanista francés defendió su republicanismo de raíces jacobinas, su ideario progresista y humanizador, y criticó al mismo tiempo pasados errores de la izquierda a la que se siente unido; aceptó «que es posible que los catalanes un día no se consideren españoles» y, a la vez, que «no acaba de entender la reivindicación de los catalanes»: «No veo discriminación en Cataluña. No se prohíbe la sardana ni ningún aspecto de su cultura. Si dejan de sentirse españoles y forman un Estado, esa respuesta la tienen los catalanes. Tendrán que decidir si quieren separarse de aquellos con los que han convivido desde la Edad Media». Surgió un Joseph Pérez afable y didáctico en sus explicaciones dilatadas, pero también agudo y rotundo en su mirada inquisitiva a la historia, en sus sentencias, que es donde se define: «Los territorios no dan privilegios. Todos debemos tener los mismos derechos públicos, ser iguales ante la Ley. En cuanto a los impuestos... no los paga una región, sino los contribuyentes. Lo que hay que decidir es si con lo que uno paga recibe el mismo trato que sus semejantes». En todas las personas hay muchas voces, y la que escogió fue una reivindicativa, una que abogaba por una república más personal que institucional: «La república no es igual que la democracia, que es la ley del número, la mayoría más uno: ¿y si, de repente, sale elegida una barbaridad?; la república no es de la mayoría, representa el interés de la nación, comprende que hay valores no escritos, como señaló Sófocles, que están por encima de la ley». Así defendió lo público, la sanidad, la educación, o sea, el centro de salud y el colegio cercano, de barrio; el Estado que vela por el «bien común» por encima de intereses secundarios, «todo eso que ahora tanto molesta de Francia en Bruselas».
Políticos: ¿élites o méritos?
Joseph Pérez arremetió contra esta actualidad de crisis y desfalcos que tanta insatisfacción va extendiendo a su alrededor: «A la izquierda francesa no le queda ya nada de izquierda, lo ha perdido todo. No me encuentro a gusto en la Europa que se está preparando. Comprendo la insatisfacción de los ciudadanos. En España y en Francia, el poder político no lo tiene una élite, como debe ser; está en manos de una oligarquía. En mi país hay un ministro que no paga impuestos, y un político que, al perder las elecciones, se quejó porque decía que tenía que buscar un empleo. ¿Cómo un español o un francés puede sentirse representado por personas así?». En su discurso no quedaba ayer rastro de la leyenda negra ni de la política dinástica de los Habsburgo ni, siquiera, vestigios de su admirado Velázquez, al que dedicó una biografía inusual, casi imprescindible, o de Cisneros, al que ha dedicado una amplia monografía y para el que reivindica un papel más destacado en la historia española, el de gran estadista que, por algo ha dicho que, si hubiera intervenido más en la política, hoy, España, sería un país muy diferente. Lo que sí hay en su conversación es un descontento abundante, un desafecto manifiesto, patente, contra la gestión de los estados, de lo que insiste en llamar «res publica»: «Hay hombres que están dispuestos a defender ideales, a entregar la vida por la Justicia, que no están dispuestos a transigir; el político de hoy no quiere morir, vive de la política. Antes uno ascendía por méritos. Hoy, para encontrar una salida, es preferible tener una familiar bien situado que un currículum académico». A Pérez, que ha cultivado el humanismo, la palabra, le molestan ahora cómo los políticos manipulan la lengua: «En Francia no existe paro, es gente que busca empleo; no hay sordos, sólo personas que no oyen bien. Esto es lo que dicen los políticos. Dicen que hay que hacer reformas para ir a mejor, para progresar hacia el bienestar. Antes se defendía la reforma contra la reacción, ya que ésta conllevaba cortar cabezas y la primera resultaba más pacífica. Estoy de acuerdo –prosigue–, pero, tal como están muchas cosas, te das cuenta de que una reforma va a suponer lo que antes se entendía por reacción. ¿Qué catástrofe están preparando? Dicen que hay que recortar los derechos de los trabajadores, que tantos hemos defendido, porque las empresas no pueden desarrollarse... pero lo que quieren es la esclavitud. ¿A eso nos quieren conducir a todos? Pues, bien, yo no quiero».