Buscar Iniciar sesión

Juan Ramón Jiménez inédito: «Se agudizaba, puro, el brillo»

La próxima semana llega a las librerías «Historias», un poemario inédito de Juan Ramón Jiménez escrito en el mismo tiempo en el que trabajaba en «Platero y yo». El volumen contiene 27 piezas que estaban repartidas en los archivos del autor en Madrid y Puerto Rico
larazon
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

Creada:

Última actualización:

La próxima semana llega a las librerías «Historias», un poemario inédito de Juan Ramón Jiménez escrito en el mismo tiempo en el que trabajaba en «Platero y yo». El volumen contiene 27 piezas que estaban repartidas en los archivos del autor en Madrid y Puerto Rico.
Sobre Juan Ramón Jiménez se ha construido una imagen de hombre extremadamente serio, de carácter difícil, encerrado en su torre de marfil. Esa pintura, o mejor dicho retrato a brochazos, queda rota para el lector de «Historias», un poemario del autor de «Diario de un poeta recién casado» que permanecía hasta ahora inédito y que la próxima semana publica la Fundación José Manuel Lara. El volumen, bajo el sabio cuidado de Rocío Fernández Berrocal, se compone de una serie de poemas escritos en Moguer entre 1909 y 1912, aunque volvió a trabajar en ellos en 1921. Son 61 textos, de los que 27 no se habían podido ver en letras de molde hasta la fecha.
Nos encontramos con un libro que bebe de las mismas fuentes que «Platero y yo», probablemente la obra más popular del Premio Nobel. Escritos simultáneamente, tanto «Historias» como aquella prosa poética se relacionan con un Juan Ramón cercano a su tierra natal de Moguer, además de encontrarnos al poeta cercano a los niños, todo ello con un lenguaje fresco y sincero. Alguien que conoce de primera mano todo esta labor es Carmen Hernández Pinzón, su sobrina e impulsora de la edición de los inéditos de su célebre tío. En declaraciones a este diario, considera que «Historias» es «un libro en el que Juan Ramón vuelve a Moguer. Representa una etapa muy sensitiva en su carrera». Para ella, este trabajo es «muy emotivo porque tenemos a un Juan Ramón Jiménez tierno, que entiende a los niños, diferente de la imagen distante que se ha querido dar de él». Eso es lo que se puede palpar en cada uno de los versos de las cuatro partes que forman este libro: «Historias para niños sin corazón», «Otras marinas de ensueño», «La niña muerta» y «El tren lejano». Es el poeta que se sensibiliza con los más pequeños, pero que tampoco olvida sus raíceas a través de las marinas de su infancia y adolescencia, además de enfrentarse a la muerte y convertirse en un viajero.
Con los débiles
De la primera sección surgen poemas ya conocidos por el lector habitual de Juan Ramón, como «La carbonerilla quemada», donde habla de «la niña, rosa y negra, moría en carne viva./ Todo le lastimaba. El roce de los besos,/ el roce de los ojos, el aire alegre y bello:/ –Mare, me jeché arena zobre la quemaúra./ Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca/ ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me comían,/ mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!». Carmen Hernández Pinzón recuerda que muchos de estos poemas «surgen de vivencias suyas. A Juan Ramón se le ha tachado de señorito andaluz, pero en “Historias”, como pasa también en “Platero y yo”, salen los más débiles. Él luego diría que se apartó de Dios porque no entendía que los niños sufrieran, que padecieran enfermedades». En este apartado, también se inserta «La verdecilla», con los versos «Verde es la niña. Tiene/ verdes ojos, pelo verde», donde parecen estar el origen del «Romance sonámbulo» de Federico García Lorca, aquella composición que se inicia con un «Verde que te quiero verde». Es evidente que Lorca conocía «La verdecilla» de Juan Ramón, un poeta que admiraba profundamente.
La segunda parte del libro nos lleva hasta el mar, a las marinas que evocan la vida del colegial Juan Ramón en el colegio de los jesuitas San Luis Gonzaga, en El Puerto de Santa María, sin olvidar su paso por Arcachon, en el sur de Francia, el melancólico lugar en el que visitó a su psiquiatra Lalanne. Este apartado es la evocación, como él mismo escribe, del «mar adolescente» y donde «el poniente parece un abanico de oro/ que mandara la brisa».
Tiene un especial trasfondo familiar porque nos encontramos una serie de versos dedicados al fallecimiento de su sobrina María Pepa Hernández-Pinzón Jiménez, fallecida por culpa de una meningitis el 25 de septiembre de 1911 cuando solamente contaba con dos años. En su dedicatoria, rememora que «me parece que oigo el ruido de tu alma jugando, en el techo azul del cielo de Moguer, como antes en el de la casa de la calle Nueva, donde estás ahora». Es otra vez la infancia herida, la que sufre, la que inspira algunos de los más conmovedores poemas escritos por el escritor andaluz. Juan Ramón incluso recrea lo vivido en primera persona cuando fue testigo de la agonía de su querida sobrina: «Yo la tuve cojida por la mano,/ mucho tiempo después de haberse muerto,/ por si podía (yo)/ ayudarla a pasar por el misterio».
Estas «Historias» se concluyen con el poeta en el ferrocarril, el viajero de «El tren lejano», todo ello en versos largos, en cuartetos alejandrinos, con un tono de elegía: «El tren se va. Y en las dejadas soledades;/ uno, en lo oscuro ya, se halla consigo mismo./ La voz baja es mayor que el silencio del mundo./ Es uno casi monte, casi agua, casi abismo».
Y reconstruir todo este camino lírico no ha sido fácil. Los poemas se encontraban dispersos en la Sala Zenobia-JRJ de la Universidad de Puerto Rico –donde se guarda buena parte del archivo personal del poeta–, además del Archivo Histórico Nacional de Madrid, así como de los archivos de sus herederos y los fondos de la casa-museo de Moguer. «Todos los libros inéditos de Juan Ramón están muy dispersos. Escribía en todas partes, desde una cuartilla al reverso de una tarjeta de visita. Así que publicar a Juan Ramón no es nada fácil porque, además, mucho tiempo después de escribir sus poemas a él le gustaba revivirlos», puntualiza Hernández Pinzón.