Sección patrocinada por sección patrocinada

Juego de Tronos

Fin de la era del dragón, ¿y ahora qué?

A escasas horas de que vea la luz el último episodio de la temporada final de «Juego de tronos» repasamos cómo la serie ha cambiado nuestra forma de ver televisión

En la imagen, una de las escenas del último capítulo de «Juego de tronos» / HBO
En la imagen, una de las escenas del último capítulo de «Juego de tronos» / HBOlarazon

A escasas horas de que vea la luz el último episodio de la temporada final de «Juego de tronos» repasamos cómo la serie ha cambiado nuestra forma de ver televisión.

A partir de mañana, ya no habrá más Cersei Lannister, ni más dragones, ni más Poniente; y habrá quienes respirarán con alivio a causa de ello, especialmente aquellos que consideran que «Juego de tronos» encarna las formas más vulgares de entretenimiento. Y, aunque no es difícil entender sus motivos –no hay más que recordar que el primer episodio de la serie incluía tres decapitaciones, cuatro episodios de sexo apenas consensuado y seis desnudos frontales femeninos–, incluso esas voces disidentes tendrán que reconocer cuánto mérito tiene que una ficción protagonizada por guerreros eunucos, muertos vivientes y personajes llamados Daario Naharis haya tenido un impacto tan brutal en la cultura popular.

Cuando se habla de la reciente Edad de Oro de la televisión suele establecerse un paralelismo con el llamado Nuevo Hollywood, ese momento de apogeo artístico durante los años 70 en el que cineastas como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Peter Bogdanovich y Robert Altman hicieron sus obras más icónicas. Según esa analogía, «Juego de Tronos» vendría a ser algo parecido a «La guerra de las galaxias» (1977), el éxito de taquilla que lo cambió todo.

Cuando en 2011 aterrizó en un paisaje creativamente frondoso cuyos activos más preciados eran dramas psicológicamente complejos como «Breaking Bad» o «Mad Men», «Juego de tronos» demostró en efecto que una teleserie podía ofrecer no solo arcos narrativos sofisticados sino también espectáculo puro y duro; que era posible pensar a lo grande y gastarse cifras astronómicas en un solo episodio, de los 3 millones de media de la primera temporada a los 15 millones en la última.

Desde entonces, se ha convertido en uno de los productos televisivos más vistos de la década –sus últimas temporadas tuvieron un promedio de más de 30 millones de espectadores por episodio–, y la serie dramática con más premios Emmy de la historia. Y en el proceso ha redefinido una y otra vez el consenso sobre lo que es posible en la televisión tanto en términos de representación del sexo y la violencia como, sobre todo, por lo que respecta a las guías morales proporcionadas al espectador. Su elenco ha incluido más personajes reprobables que cualquier otra serie conocida –asesinos, tiranos, ladrones y traidores–, y nos ha empujado a empatizar con buena parte de ellos; por ejemplo, nos hemos rendido al carisma de un individuo que tiró a un niño por una ventana y que violó a su hermana junto al cadáver de un hijo nacido de su relación incestuosa. Es una ficción que mató a su supuesto protagonista en el transcurso de su primera temporada, y que durante varias más nos hizo sentir que cualquiera de sus personajes podía morir en cualquier momento.

De forma casi inevitable, el éxito de la serie ha hecho asumir a los productores de contenidos que los espectadores televisivos quieren más ficciones de fantasía. Tres años después de su estreno, Netflix se gastó un buen dinero en crear «Marco Polo», epopeya sobre el imperio mongol que fue un fracaso. Por su parte, Amazon compró los derechos para producir una adaptación de «El señor de los anillos» para la pequeña pantalla que se dice que podría llegar a costar mil millones de dólares. Y Apple tiene previsto estrenar una serie distópica sobre un mundo en el que toda la humanidad se ha quedado ciega.

En busca de recambio

En HBO, mientras tanto, buscan un recambio dentro de los confines del universo creado por los libros de George R.R. Martin; de hecho, tienen previsto rodar el piloto de una precuela de «Juego de tronos» en solo unas semanas. Asimismo, la cadena se irá llenando gradualmente de ficciones de género fantástico: pronto emitirá una adaptación de la polémica épica «La materia oscura»; ha escogido a Damon Lindelof para que ponga en pie una adaptación del cómic «Watchmen», y tiene previsto desarrollar una serie de ciencia-ficción que contará con J.J. Abrams en tareas de producción y a Josh Whedon en la dirección.

No hay garantías, eso sí, de que ninguno de esos títulos –o ningún otro, en realidad– logre emular el éxito de «Juego de tronos». Porque la televisión ha cambiado de forma radical en los últimos ocho años. Cuando visitamos Invernalia por primera vez en 2011, Netflix ni siquiera había estrenado su primera serie original, «House of Cards». Este año, la plataforma de «streaming» tiene previsto gastarse 10.000 millones de dólares en producir contenidos, buena parte de los cuales serán serializados. Solo en EE UU, el número de ficciones televisivas que se emiten ha aumentado en un 86 por ciento desde el principio de la década, de 260 en 2010 a 495 el año pasado. Dicho de otro modo: es un paisaje increíblemente facturado.

Actualmente pocos contenidos que no sean acontecimientos deportivos en vivo logran empujar a millones de personas de diferentes lugares del mundo a ver la televisión de forma simultánea. Mientras tanto, las cadenas compiten por aglutinar la mayor parte de una audiencia que en todo caso es cada vez menor porque cada espectador tiene sus propios horarios. Las posibilidades de que una nueva serie provoque reacciones tan masivas y coordinadas como las que provocó «Juego de tronos» son escasas. A partir de mañana, pues, cuando ya no haya más Cersei Lannister ni más dragones ni más Poniente, habrá terminado una era.