Karla Sofía Gascón y las minorías que piensan por su cuenta
La actriz de «Emilia Pérez» descubre el castigo que espera también a mujeres, negros o gitanos que no se sometan fielmente al dictado progresista


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Finales de noviembre de 2023. Ernest Urtasun recibe la cartera ministerial de manos de Miquel Iceta y pronuncia su primer discurso: «Vamos a levantar la bandera de la cultura frente a la censura y el miedo. En la calle, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Donde sea», proclama. No es habitual que un ministro arranque de manera tan grandilocuente, mucho menos cuando apenas se cuenta con experiencia en el sector. Catorce meses después, Urtasun elogiaba en público el «talento» y el «trabajo» de Karla Sofía Gascón, incluso la recibía en su despacho, pero una serie de tuits políticamente incorrectos de la actriz le hacían dar un volantazo y sumarse a una de las operaciones de linchamiento más salvajes que se recuerdan (hasta el punto de que Gascón ha decidido retirarse de la vida pública por tiempo indefinido). Otros santones progresistas que participaron de la cancelación fueron Yolanda Díaz, Tania Sánchez y Bop Pop. El progresismo español lo está dando todo contra una actriz trans de Alcobendas a la que hace un mes todos adoraban. Hoy se la aparta de la carrera hacia los Oscar y los Goya, confirmando –como si hiciera falta– que la izquierda actual concibe la cultura como un sistema de premios y castigos para imponer sus postulados ideológicos. Estamos ante una operación especialmente burda de la que Gascón no es la única víctima: se trata de escenificar lo que espera a cualquier artista que desobedezca los mandamientos del buenismo posmoderno. No se acepta cuestionar el integrismo islámico, ni las fronteras abiertas, ni la falta de patriotismo de la izquierda, que por cierto son posiciones compartidas por la mayoría de españoles (basta ver las redes sociales o las encuestas del CIS). Si eres una artista trans, solo se te permite repetir el credo «progre» como un loro amaestrado.
Mujeres vilipendiadas
Todo esto es un fenómeno llamativo, pero no algo nuevo, ya que ha ocurrido antes con el colectivo gay, los afroamericanos y las mujeres. La izquierda solo atiende a minorías y oprimidos que se convierten en portavoces de su programa. ¿Por quién empezamos? Quizá por lo más complicado, las mujeres, ya que no son una minoría numérica, pero desde los años sesenta –con el auge del feminismo– han sido consideradas un colectivo discriminado. De manera matemática, sin excepción, todas las que se han desviado de la línea oficial han sido señaladas y vilipendiadas en público. El caso más llamativo ha sido J.K. Rowling, a quien se llegó a apartar del papel que le corresponde en su propia franquicia, «Harry Potter», por el simple hecho de defender que solo existen dos sexos biológicos y que una mujer no puede transformarse en hombre.

En España padecen distintos niveles de acoso y ninguneo feministas de varias generaciones a las que se ha acusado de «terfas» (para entendernos, «tránsfobas»). Es el caso de Lidia Falcón, Laura Freixas, Lucía Etxebarría, Carmen Domingo y Paula Fraga, entre otras. La gran sorpresa es que el republicano Donald Trump es quien ha acabado poniendo en práctica algunas de las medidas que ellas proponían para evitar el borrado del sexo biológico. Carmen Domingo, autora del libro «Cancelados» (2023, Círculo de Tiza), explica que el wokismo no siempre responde a convicciones políticas sustanciales, sino que «muchos compran ese discurso para ganar dinero o entrar en lo moderno». En gran medida, estamos ante una cuestión de atención mediática, subvenciones a colectivos y posición social de los portavoces.
Las teorías «queer» más vanguardistas, por ejemplo las que articula Paul B. Preciado, pretenden abolir la distinción entre hombres y mujeres. Lejos de lograr sus objetivos, han empujado al PSOE a dejar de apoyar las siglas «Q+» de la fórmula LGTBIQ+ y también se ha producido un efecto rebote por el que las feministas clásicas han terminado defendiendo las mismas posiciones que el famoso autobús de Hazte Oír en 2017, el que paseaba el lema «Los niños tienen pene y las niñas tienen vulva». Este clima de impotencia y de derrota fomenta un tipo de puritanismo implacable, el que se ha llevado por delante la carrera de Karla Sofía Gascón.
Seguro que muchos lectores recuerdan lo distinto que era el escenario político en 2015, annus mirabilis de la izquierda española. Entonces un Podemos unido sacaba un millón de personas a la calle en sus Marchas de la Dignidad y empezaban a despuntar liderazgos fuertes como los de Manuela Carmena, Ada Colau e Irene Montero, entre otras. Yolanda Díaz alzó la voz para pedir una «feminización de la política», argumentando que las mujeres tienen un estilo menos tóxico de gestionar organizaciones. Una década después, su deseo se ha cumplido con creces, ya que brotan en Europa líderes femeninas tan fuertes como Giorgia Meloni, Alice Weidel, Marine Le Pen, Marion Maréchal e Isabel Díaz Ayuso, respetadas por los votantes y decisivas en sus partidos. Como era de esperar, esta marea de «feminización de la política» no parece satisfacer a nuestra izquierda, menos al comprobar que las lideresas que ellos vendían ya están retiradas o recaban un respaldo decreciente. En el campo progresista, tampoco parece causar especial alegría el hecho de que Alice Weidel, líder de los pujantes Alternativa por Alemania, sea abiertamente lesbiana y tenga una pareja con raíces en Sri Lanka.
Les rompe el relato que una política de derechas sea homosexual y tenga vínculos fuertes con un país no occidental. Otro varapalo serio llegó en mayo del año 2019, cuando la empresa demoscópica francesa Ifop Opinion publicó una encuesta que revelaba que la Agrupación Nacional de Marine Le Pen era el partido preferido de los homosexuales franceses, con un apoyo del 22% de los votantes dentro del colectivo. Si lo piensan, tiene tanta lógica como los tuits de Sofía Karla Gascón contra el integrismo islámico: cualquier homosexual tendría miedo de besarse con su pareja o simplemente pasear por barrios europeos donde las versiones radicales del Islam son dominantes y se han mostrado hostiles a la homosexualidad. Las últimas elecciones de Estados Unidos estuvieron marcadas por el fenómeno del Blexit, la tendencia de las comunidades negras a abandonar la inercia de votar demócrata. Liderados por la bloguera católica Candance Owens, a quien Kanye West diseñó una línea de ropa activista, los partidarios del Blexit cuestionan campañas sociales progresistas como el #MeToo y Black Lives Matter. El rapero Ice Cube, que hace treinta años arrasaba con el himno «Fuck the police», sostiene hoy que son los empresarios progresistas de la industria discográfica los que promocionan contenidos de hip-hop que glorifican la violencia para impedir que haya comunidades unidas. Denuncia que los mismos ejecutivos que poseen las distribución musical son dueños de las prisiones donde van a parar los jóvenes que siguen las consignas del rap violento.
También podemos mencionar a los gitanos. Desde siempre fueron uno de los colectivos patrimonializados por la izquierda, pero en cuanto sale una celebridad con discurso propio comienzan los menosprecios. Se ve claro en el caso del cantante Pitingo, atacado en redes por celebridades progresistas como Gabriel Rufián (ERC) y Oskar Matute (Bildu). Los mensajes patrióticos y antiseparatistas del cantante flamenco le convirtieron en objeto de sus burlas, también, por supuesto, el hecho de ser hijo de Guardia Civil. Pitingo trabajó como mozo de equipajes en el aeropuerto de Madrid, que está situado cerca de Alcobendas, el municipio de extrarradio donde creció Karla Sofía Gascón. Quedan pocas dudas de que los nuevos censores son señoritos de izquierda que pierden los papeles cuando las minorías a la que pretenden gobernar no se portan tal y como ellos mandan.