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Transfobia, racismo, charcos y ruido: ¿qué está pasando con "Emilia Pérez"?

Al compendio de colectivos ofendidos por, entre otras cuestiones, el controvertido retrato de los mexicanos, el narcomusical de Audiard sigue sumando polémicas en su carrera hacia los Oscar. La última: los tuits antiguos de Karla Sofía Gascón
Transfobia, racismo, charcos y ruido: ¿qué está pasando con "Emilia Pérez"?
Selena Gómez, Zoe Saldaña, Jacques Audiard y Karla Sofía GascónPlatón
Marta Moleón
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

Madrid Creada:

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Qué inesperadamente largos se están haciendo los doce vibrantes, salvajes, vehementes minutos de ovación recibidos en el Gran Teatro Lumiére de la última edición de Cannes patrocinados por más de dos mil personas en pie a las que en ese momento la historia que acababan de presenciar de narcos trans redentores mecidos por la consiguiente tonada de frivolidad operística les parecía prodigiosa y qué caros –de momento solo en términos de prestigio y cuestionamiento ético– le están saliendo a Jacques Audiard y a toda la troupe de "Emilia Pérez" esos instantes de cálido pero efímero reconocimiento popular y especializado. "Con ‘‘Emilia Pérez’’, Audiard ha hecho algo fresco, lleno de vitalidad y afecto, sostenido por su propia y silenciosa fuerza" loaba entonces el crítico David Rooney de The Hollywood Reporter. "Un retrato poderoso y sin filtros de alguien que desafía varios estereotipos a la vez", destacaba Peter Drebudge, de Variety. 
Catapultados tras el éxito obtenido en la Croissete –avalado con el premio del Jurado y el de mejor interpretación femenina en conjunto para todas las protagonistas principales– a encabezar un victorioso paso por los Premios de Cine Europeo, continuar con sus sólidas once nominaciones a los BAFTA, doce en los Globos de Oro (de los cuales obtuvo cuatro) y rematar su exponencial recorrido alfombrado de triunfo con las trece históricas candidaturas a los Oscar, nada hacía augurar que la evacuación de halagos se precipitara a tal velocidad. 
En tan solo unos meses la película del consagrado cineasta galo, autor de joyas como "Los hermanos Sisters", "De latir mi corazón se ha parado" o "Un profeta", ha pasado de ser un extraordinario ejercicio de riesgo creativo cuyo atrevimiento han defendido nombres reputados como los de Guillermo del Toro a convertirse en receptáculo escandaloso de rabia, indignación y odio y en poco menos que un artefacto panfletario preñado de transfobia, racismo, ofensa y estigmatización. Sorprende pensar en la progresión tan enrarecida y polarizada –gestada para sorpresa de nadie en la ciénaga digital en la que se ha convertido el juguete maquiavélico de Elon Musk con nombre de cromosoma marginado– que está teniendo un elemento que, ante todo y ante todos, es una obra de ficción. ¿Qué está pasando con "Emilia Pérez"? O más particularmente, ¿qué está pasando con la verborrea descontrolada de sus artífices? 
Porque si nos paramos a analizar pormenorizadamente los elementos compartidos de los distintos frentes abiertos que tiene la cinta relacionados, no con la bizarría del contenido propiamente dicho del relato y la cuestionable manera de plantearlo por parte de Audiard –asunto en el que nos detendremos después–, todos los problemas generados alrededor de sus figuras principales provienen de comentarios polémicos emitidos en momentos inoportunos.
Un fotograma de "Emilia Pérez"
Un fotograma de "Emilia Pérez"Imdb
La culebronesca cronología de reflexiones innecesarias la inició el director hace unos días durante una entrevista concedida a la BBC en la que justificaba su criticada decisión de ubicar la localización de rodaje en los estudios franceses de Bry-sur-Marne, a unos cuarenta minutos del centro de París, para rodar una historia que transcurre, sorpresa, en México: "Tenía la idea de hacer una ópera y luego me asusté un poco, sentí que necesitaba inyectarle algo de realismo así que fui a México, y también exploramos allí durante el proceso de casting. Quizás dos o tres veces pero algo no funcionaba. Me di cuenta de que las imágenes que tenía en mi cabeza de cómo sería la película no coincidían con la realidad de las calles de México. Ahí era todo demasiado ordinario, demasiado pedestre, demasiado real. Tenía una visión mucho más estilizada en mi mente. Así que la llevamos a París y reinyectamos en ella el ADN de una ópera", explicaba el realizador sirviéndose de una descripción sobradamente detallada del territorio mexicano para la que solo le faltó añadir que era "demasiado pobre". 
Además de esta entrevista, en la que evidentemente hubo más declaraciones interesantes y reveladoras del proceso de preparación y gestación del proyecto pero también unas disculpas hacia los colectivos ofendidos ("si hay cosas que parecen chocantes en "Emilia Pérez" entonces lo siento mucho... El cine no da respuestas, solo hace preguntas. Pero quizá las preguntas en "Emilia Pérez" sean incorrectas", defendió), el director incurrió de nuevo durante otro encuentro mantenido con un periodista este verano 
–es decir, antes de que pidiese "perdón"– en un controvertido matiz relacionado con el español, lengua empleada para la producción de la película, que no han tardado también en afearle ahora, meses después, en las redes sociales. "El español es una lengua de países emergentes, una lengua de países modestos, de pobres y de migrantes", declaró entonces Audiard pecando de ese chovinismo tan pronunciado y difícilmente inamovible en los vecinos del Sena.
"Obviamente no soy la misma persona que hace veinte años, ni que hace diez, ni que hace cinco, ni siquiera soy como era ayer"Karla Sofía Gascón

Pasado señalado

Y con recuperar declaraciones pasadas problemáticas en las que la lengua estaba de todo menos entumecida está relacionado el nuevo charco que ha salpicado o en el que se ha metido de forma poco avispada la protagonista de "Emilia Pérez", Karla Sofía Gascón, actriz vivísima, huracán impulsivo y temperamental que va camino de hacer historia al ser la primera mujer transexual en estar nominada al Oscar dentro de la categoría de mejor actriz protagonista, pero cuya carrera hacia la estatuilla dorada se está complicando más de la cuenta por la reciente revelación de unos tuits publicados hace diez años en donde la intérprete de Alcobendas no dejaba colectivo sin cabeza. 
Comentarios racistas, antimusulmanes, profundamente desafortunados contra la supuesta integridad de George Floyd, el joven afroamericano asesinado por un policía estadounidense y convertido en símbolo contemporáneo de la lucha antirracista dentro de las aristas del país más racista del mundo a quien llegó a calificar en uno de estos inadecuados dardos dialécticos de "drogata estafador" e incluso de corte reaccionario sobre el tono inclusivo de los Oscar de 2021 donde opinó: "Cada vez más se parecen a una entrega de premios de cine independiente y reivindicativo, no sabía si estaba viendo un festival afrokoreano, una manifestación Blacklivesmatter o el 8M. Les faltó darle un premio al corto de mi primo, que es cojo". 
En palabras de la propia Karla, que concedía ayer su primera entrevista pública en la CNN tras el ciclón desatado para aclarar entre lágrimas que muchos de estos comentarios no los escribió ella, "la mayoría que están saliendo son falsos. La mayoría ni reconozco que los haya escrito yo. Si tuviera algo que ocultar, habría borrado todos esos tweets y todas esas cosas que “ellos” creen que son tan terribles. Esos tweets que tanto hablan y que son “tan terribles”, eran terribles hace seis meses, o hace dos años, o hace cuatro años, o hace cinco o hace diez. Obviamente yo no soy la misma persona que hace veinte años, ni que hace diez, ni que hace cinco, ni siquiera soy como era ayer. Soy una persona simple que evoluciona y que intenta ser mejor persona todos los días", ha declarado la actriz. 
"La película me recuerda a uno de esos restaurantes mexicanos de París regentados por europeos"Paul B. Preciado
Con independencia de lo poco acertadas y sin duda significativas que resulten las disparatadas publicaciones tiempo ha por parte de la encargada de dar vida a Emilia –especialmente teniendo en cuenta que su naturaleza disidente debería estar acompañada de una coherencia discursiva propia de ideas progresistas contrarias a ese tipo de ofensas– y la poca habilidad demostrada por parte de su equipo a la hora de no adelantarse a la posible lapidación virtual saneando previamente sus redes en tiempos en los que parece que no está permitido cambiar de opinión, todo el ruido y el fango generado en torno a la película empieza a resultar casi tan esperpéntico como su propia trama. 
Desde la racionalidad intelectual de la crítica reposada, ensayística y filosófica y alejándose de las realidades paralelas intrascendentes, abusivas y en ocasiones violentas de los sumideros digitales, Paul B. Preciado, mesías de lo «queer» y consagrado teórico de los estudios sobre el género, glosaba hace unos días su asumido sentimiento de ofensa a través de un artículo compartimentado en cuatro tropos condenables, según él, presentes en "Emilia Pérez", obra a la que cataloga de "amalgama polisémica cargada de racismo y transfobia, exotismo antilatino y binarismo melodramático".
Particularmente brillante resulta uno de los apuntes propuestos en el segundo bloque, el de la exotización etnográfica, en el que Preciado evidencia su entusiasmo y admiración incontenible por la cinta: "La película me recuerda a uno de esos restaurantes mexicanos de París regentados por europeos, en los que trabajan migrantes indocumentadas, vestidas de mexicanas aunque sean de Venezuela, lugares adornados con papelillos de la santa muerte made in China, con happy hour de margarita hecha con tequila belga y platos picantes hechos por cocineros del Centro Nacional de la Cinematografía francesa, el conjunto animado con una charanga de rap latino cocinada por la pareja de músicos blanquitos franceses Camille et Clément Ducol", comparte.

Cuestión de gustos

Admitimos que "Emilia Pérez", este musical excéntrico, libérrimo, loco, caótico y abigarrado en el que cuesta escuchar a Selena Gómez decir "hasta me duele la pinche hueva nada más de acordarme de ti" o "me cortó la lana, cerró la llave, no funciona ninguna tarjeta" con esa ridícula impostura de un idioma que no controla y un acento caricaturizado hasta lo burdo sin proferir una carcajada o un llanto desconsolado de vergüenza; en la que su protagonista, el jefe de un cartel mexicano con incontables asesinatos a sus espaldas decide retirarse de la espiral de violencia que le consume para transicionar, convertirse en la mujer que siempre quiso ser y poder empezar una nueva vida en la que Audiard asocia, a través de una cuestionable licencia representativa, la feminidad de Emilia (antes "Manitas" el narco) con la pureza redentora de la mujer beatífica que ahora se dedica a ayudar a las madres de los desaparecidos y a luchar contra el crimen y en la que a excepción de la actriz Adriana Paz, apenas hubo mexicanos trabajando ni delante ni detrás de las cámaras pese a desarrollarse íntegramente en el país cuya nacionalidad según Chavela te permitía nacer en cualquier lado, es de digestión difícil. Pero en toda esta sintetización compartida, movida en el fondo por la arbitrariedad de algo tan poco importante como el criterio propio, parece olvidarse algo fundamental: estamos hablando de una película. De un artefacto de ficción que no busca ni adecuarse a la realidad ni acercarse ligeramente a su representación. De una obra creativa regida por la libertad autoral del creador, –en este caso, por cierto, un talentoso director para quien cada nuevo trabajo se traduce en la creación de un universo propio distinto porque Audiard no tiene dos películas iguales– y por tanto exenta de exigencias morales, éticas o políticas. No fiscalicemos el cine. Ni le obliguemos tampoco a tener la misma forma estanca en la que habitan las sombras personalísimas de nuestras ideas.