«La búsqueda de la felicidad»: Tocata y fuga de Tara

No es casual que solo sepamos cómo se llama cuando decide emprender su camino hacia la libertad. Ha pasado una hora de metraje y, lejos de ese «ennui» femenino que el cine ha retratado con lágrimas en los ojos, desde «Breve encuentro» hasta «El desierto rojo», esa ama de casa que arrastra la mochila de una depresión post-parto no diagnosticada o de la insatisfacción enquistada de no encontrar su lugar en un mundo que los roles patriarcales han creado para aplastar los anhelos femeninos, se reencuentra con su nombre. Tara es, en cierto modo, una Emma Bovary de los suburbios de Kent, aunque no está enamorada de ningún ideal romántico ni concibe la infidelidad como único punto de fuga. Gemma Arterton la encarna desde el dolor de un monólogo silencioso, en el que cualquier acto cotidiano –hacer el desayuno, jugar con sus hijos, soportar la insólita condescendencia de su marido– significa una lucha contra una realidad que los otros perciben como perfecta sin darse cuenta de lo mucho que se parece a una cárcel. A veces la película carga demasiado en la estulticia de una pareja masculina que, en el peor de los casos, es un violador por defecto y, en el mejor, un hombre incapaz de enfrentarse con la verdad del otro, pero cuando se trata de acunar el desconcierto vital de su frágil heroína, lo hace con notable sensibilidad.

Sabe transmitir la terrible soledad de una mujer que lo tiene todo y no disfruta de nada

El postizo encuentro con una desconocida en París, un innecesario «deus ex machina»