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La muerte ronda el Everest

El tesón inquebrantable de George Mallory se topó con la montaña más alta de la Tierra. Fue en 1924, y aún se desconoce si el alpinista llegó a tocar la cima
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El tesón inquebrantable de George Mallory se topó con la montaña más alta de la Tierra. Fue en 1924, y aún se desconoce si el alpinista llegó a tocar la cima
Sin saberlo, George Leigh Mallory, rector del colegio de Charterhouse, en Cambridge, estaba destinado a convertirse en el alpinista más célebre de su tiempo y a dar rienda suelta a la leyenda tras su cruel epopeya en el Everest.
Previamente, en 1852, uno de los empleados de la oficina británica donde se procedía a elaborar el plano trigonométrico de la India puso el grito en el cielo, nunca mejor dicho, al comprobar la elevación de la remota cima de aquella montaña: «¡He descubierto el monte más alto del mundo!», exclamó, como el ateo que un día de repente cree.
Y no le faltaba razón, pues aquella gigantesca mole formada caprichosamente por la madre naturaleza se elevaba 8.848 metros sobre el nivel del mar. La montaña figuró al principio en los mapas con el nombre de «Pico XV», pero después se le dio el de Everest en honor de Sir George Everest, primer topógrafo general de la India.
Durante más de medio siglo después de su descubrimiento, el Everest constituyó todo un misterio, porque el Tíbet y el Nepal, entre cuyas fronteras se alzaba, eran países vedados entonces a los europeos. Hasta que en 1920, la Real Sociedad Geográfica de Londres y el Club Alpinista Británico obtuvieron el anhelado permiso para explorar tamaño prodigio de la geografía mundial.

Tercera expedición

Tras su vano intento por coronar aquella inaccesible cumbre, George Leigh Mallory se dispuso a participar en la tercera expedición que partió de Darjiling en marzo de 1924. Demasiado pronto empezaron los problemas y adversidades. Apenas habían instalado el campamento 3 bajo la Estrechura del Norte, una ventisca desbarató todos los campamentos y vías de comunicación. Los miembros de la expedición se deslomaron tratando de salvarse unos a otros y de poner a buen recaudo los abastecimientos.
Sin darse por vencidos, tropezaron de nuevo con dificultades en el gran muro de hielo bajo la Estrechura del Norte. Las tormentas y los aludes registrados durante dos años consecutivos habían transformado la cuesta de unos trescientos metros de largo en un conjunto de riscos y abismos donde no quedaba ni huella de la senda trazada por los expedicionarios anteriores. Hubo que formar, así, a fuerza de hacha y pico, millares de peldaños en el hielo y la nieve, e instalar cables y escaleras para que los sherpas pudieran subir con la carga que transportaban.
La expedición, según los planes, debía haber llegado a la cuchilla del nordeste a mediados de mayo; pero ya había empezado el mes de junio y nadie había plantado aún las suelas de sus botas en la montaña misma.
Distribuidos en grupos, el primero, formado por Mallory y el capitán Geoffrey Bruce, alcanzó los 7.710 metros de altura, pero el termómetro descendió a dieciocho grados bajo cero de noche y el viento arreció. Los porteadores desistieron de proseguir con la aventura en semejantes condiciones, emprendiendo la retirada ante las impotentes miradas de Mallory y Bruce.

Su gran sueño

Mortificado por el fracaso, Mallory volvió a la carga días después con más ímpetu todavía si cabe para cumplir el gran sueño de su vida. Acompañado esta vez por Andrew Irvine, diestro remero de Oxford, partió de la Estrechura. En la segunda noche de marcha llegaron al campamento 6. Planeaban cubrir el último trecho con la ayuda de tanques de oxígeno.
El destino quiso que sólo un hombre volviese a verles desde entonces, aunque fue en la lejanía. El 8 de junio, N. E. Odell, geólogo de la expedición que había pernoctado solo en el campamento 5, partió hacia el 6 provisto de una mochila con víveres. La parte más alta de la montaña estaba cubierta por la niebla, de modo que Odell tuvo que subir hasta un risco situado a 7.900 metros de altura para poder divisar desde allí dos diminutos bultos que subían por la montaña y que, según sus cálculos, se encontraban a unos doscientos cuarenta metros de la cima. Pero antes de que se diese cuenta, la espesa niebla los hizo desaparecer como por ensalmo.
A la mañana siguiente, Odell volvió a salir del campamento 6 y ascendió todo lo que pudo tratando de localizar a sus dos compañeros con la mirada e incesantes gritos. La única respuesta que recibió fueron los fuertes gemidos del viento. Arriba, misterioso e imponente, se alzaba majestuoso el pico. Perdida toda esperanza de rescate, Odell regresó al 6 para comunicar con señales la alarmante noticia a los que vigilaban y aguardaban abajo: Mallory e Irvine había sido fagocitados por la despiadada montaña.

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