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La vida nocturna del primer paparazzi

La Fundación Foto Colectania acoge una amplia retrospectiva, con hasta 110 copias de época, del fotógrafo que inmortalizó la sordidez del Nueva York de los años 30 y 40 cuando todos los otros reporteros gráficos dormían.
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La Fundación Foto Colectania acoge una amplia retrospectiva, con hasta 110 copias de época, del fotógrafo que inmortalizó la sordidez del Nueva York de los años 30 y 40 cuando todos los otros reporteros gráficos dormían.
El nombre de Weegee puede sonar estrafalario y grotesco, pero esconde a uno de los reporteros gráficos más importantes del siglo XX, uno de esos tótems que marcan un antes y un después en su oficio, y de la noche a la mañana cambian por completo sus reglas del juego. ¿Qué hizo, qué inventó, cuál fue su gran revolución? En realidad, no hizo otra cosa que trasnochar. Mientras los otros reporteros gráficos de la época, los convulsos años 30 post gran depresión, se iban a dormir, él sacaba su cámara y documentaba una ciudad hasta entonces desconocida. Convirtió a la Nueva York real en una película y se hizo tan famoso con sus imágenes que, como no podía ser de otra manera, acabó en Hollywood. Weegee, una auténtica vida de película
La Fundación Foto Colectania de Barceloa acoge ahora la exposición «Weegee by Weegee», la más completa retrospectiva de este pequeño, salvaje, agresivo, valiente y talentoso fotógrafo y periodista que un buen día decidió que no quería ser pobre, que de alguna forma se haría famoso, y lo consiguió con una cámara. «La fotografía fue siempre su pasión, su influencia fue enorme, hasta puede decirse que fue uno de los primeros paparazzi. Tenía una técnica increíble, conseguía hacer fotos muy complicadas en momentos muy dramáticos, obteniendo matices increíbles», comenta Irene de Mendoza, directora artística de Foto Colectania.
En total, se pueden ver 110 copias de época de una dilatada trayectoria que se alargó cuatro décadas y que van de la imagen mítica de una playa de Coney Island a rebosar, con todos los bañistas mirando a cámara, a sus célebres retratos de escenas de un crimen. «El fotógrafo debe estar en el lugar de los hechos en el momento justo. Mi fórmula es la siguiente: lidiar a mi manera con los seres humanos, que me parecen maravillosos. Los dejo a su aire, les doy libertad para que sean ellos mismos, que se den la mano con amor, con los ojos iluminados, que duerman o que sencillamente paseen por la calle. El truco es estar donde está la gente. No hace falta un escenario o un guión, basta con estar en el lugar adecuado, alerta. Nunca sabes lo que puede pasar», escribía Weegee.
El fotógrafo nació como Arthur H. Fellig, pero pronto su verdadero nombre desapareció para siempre. Como la mayoría en aquellos años, era un niño pobre sin muchas esperanzas en el futuro. Lo único que sabía es que no quería acabar como su padre, vivir como las cucarachas, con miedo a la luz, sino que quería ser rico y famoso y sentir el amor de la gente. Un día, en el parque, vio a un hombre haciendo fotos a las parejas y allí vio un futuro. Así empezó a hacer fotografías a la gente que paseaba por el parque por unos cuantos centavos. Pero no era suficiente, hasta que advirtió algo que le hizo estremecer: no había reporteros gráficos por la noche. Ahí vio un hueco y lo aprovechó. Siempre acompañado por su cámara Speed Graphic, se adjudicó la noche y empezó a retratar todo lo que veía y vendérselo a las cabeceras de diarios más importantes. Su dedicación era tanta que vivía prácticamente en su coche. «Me compré un Chevy Cupçe marrón del 38 nuevecito. Luego conseguí mi acreditación de prensa, y unos peces gordos de la poli me dieron un permiso especial para llevar una radio de las suyas, igual que la de los coches patrulla. Era el único fotoperiodista que tenía una. Mi coche se convirtió en mi hogar. Ya no necesitaba estar todo el rato pegado a los teletipos de las comisarías. Tenía mis propias alas», aseguraba Weegee.
De incendios a asesinatos
La exposición está ordenada a partir de sus cinco primeros libros y documentan una evolución de los retratos de gente anónima a escenas de incendios y asesinatos, para acabar con divertidos fotomontajes a estrellas de Hollywood y celebridades como Andy Warhol, Dalí o Louis Amstrong, llenos de ironía y humor. Su primer libro, «Naked city» es una carta de amor a ese Nueva York que nunca duerme y que en cierta forma él inventó, o al menos le puso imagen. Sus libros se vendían por millares, algo insólito en 1945, cuando la fiebre Weegee empezó. La exposición también cuenta con primeras ediciones de los libros firmadas por el propio autor. «A veces, atraído por una especie de fuerza que no soy capaz de explicar me dirigía a un lugar. Así capturé a los neoyorkinos sin su máscara, sin miedo a reír, llorar o hacer el amor. Fotografié lo que sentí, riendo y llorando con ellos», explicaba el fotógrafo.
La muestra, coproducida por la Fundación Banc Sabadell, ha sido posible gracias a la generosidad de los coleccionistas Michelle y Michel Auer, pareja que lleva desde los años 70 detrás de los grandes astros de la fotografía y cuentan con una colección de más de 50.000 fotografías y 24.000 libros. Tienen en su haber un total de 500 copias de época de Weegee de las que Fotocolectania ha escogido 110, una historia de amor que comenzó hace 25 años. «En esa época vivíamos en Paris. Teníamos dos apartamentos, pero uno tenía arrendado a un famoso fotógrafo y su familia. Siempre ayudaba a los fotógrafos que llegaban a la ciudad. Sin embargo, no eran buenos tiempos y le dije que tenía que vender el piso, así que tenía que irse. Él no estaba en disposición de quedarse sin techo, así que comenzamos a hablar y llegamos a un acuerdo. Le pregunté si tenía fotografías con las que hacer un trueque. Él dijo que sí, que para empezar tenía 500 de Weegee. Así que tasamos cada instantánea en 225 dólares y le intercambié las 500, además de otras de Brassai, Stieglitz, etc., por el piso. Creo que salí ganando», asegura Michelle Auer.
La figura de Weegee también ha generado polémica. Muchos le acusaron de falsear las escenas del crimen para dotarlos de mayor dramatismo y de ser una especie de buitre carroñero a expensas del sufrimiento ajeno. Sin embargo, la perfección del resultado final de las fotografías descalifican cualquier crítica. «Lo importante nunca fue la verdad de sus imágenes, sino cómo te golpeaban y emocionaban. En eso siempre fue un maestro», afirma Auer.
Ojo de halcón
Otra de las características de la obra de Weegee era su variedad de registros, cubriendo absolutamente todas las razas, las clases sociales, los credos. Tenía ojo para encontrar esa persona que desaparece entre la multitud, pero que si la cazas en solitario resplandece como un personaje mítico. «Lo que es anormal para usted es normal para mí», solía decir el fotógrafo, que no juzgaba nunca y que prefería mezclarse en la algarabía nocturna, cualquiera que ésta fuera. «No era un ladrón de fotografías, siempre se ganaba a la gente. Les decía que sus familiares y amigos estarían encantados de verles retratados en los periódicos, y así los convencía. Se hacía con facilidad con la gente», añade Auer. El fotógrafo fallecía el 26 de diciembre de 1968,a los 69 años, dejando un amplio legado ya deseado por los principales museos del mundo. Pero, ¿por qué se llamaba Weegee? El nombre se lo pusieron en sus años gloriosos, cuando llegaba más rápido que la policía a las escenas de los crímenes. Weegee era así una distorsión fonética de Ouija. Dicen que se lo puso un policía, pero nadie se lo cree. «Weegee by Weegee», así se llama la exposición, y así se llamó a sí mismo.