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Laurie Cunningham, el “soulman” que pateó al racismo y fue un galáctico del Real Madrid

El jugador, un icono pop amante de la música, fue el primer negro en defender la camiseta sub 21 de Inglaterra y tuvo mala suerte en el Real Madrid, adonde llegó tras un fichaje galáctico

Cunningham disputa un balón de cabeza con Phil Thompson, capitán del Liverpool, en la final de la Copa de Europa de 1981
Cunningham disputa un balón de cabeza con Phil Thompson, capitán del Liverpool, en la final de la Copa de Europa de 1981Archivoi

Parecía un Nureyev negro driblando defensas mientras se deslizaba sobre las puntas de las botas de tacos. Ni siquiera el pesado barro de los anegados campos de fútbol de Londres le hacían perder la gracilidad única y el estilo (hoy le llamarían “flow”) de quien fue uno de los mejores delanteros que se habían visto en Inglaterra. Laurie Cunningham tenía un talento natural para el fútbol, porque él “acariciaba la pelota, no la atacaba”, como era lo habitual entre sus coetáneos, gracias a su otra pasión, el baile, que voló la cabeza del eléctrico y flaco muchacho antes de cumplir la mayoría de edad. Cunningham fue el primer jugador negro en vestir la camiseta de la selecciona nacional británica sub 21 no sin haber soportado insultos que hoy nos escandalizarían. Fue un icono pop por su manera de vestir y su estilo de vida y también fue uno de los fichajes más caros de la historia cuando recaló en el Real Madrid en 1979. No tuvo suerte y cultivó una fama de juerguista (merecida a medias), destino que llevó con inmensa dignidad. Se casó con una española, tuvo un hijo madrileño y falleció en trágico accidente de tráfico cuando defendía los colores del Rayo Vallecano. “A Different Class” (Dermot Kavanagh, Colectivo Bruxista) cuenta la historia de este futbolista atípico.

Y es que en la era actual del deportista unidimensional, ese que no es más que un mero escaparate de marcas, una máquina de negocio que solo aspira a gustar a todo el mundo pues no hay otra manera de conseguirlo que ser un rostro de anuncio insustancial, leer sobre la atribulada vida de Laurie Cunningham nos catapulta a un tiempo ajeno. Aunque quizá no tanto: el racismo sigue muy presente en todos los campos de fútbol. Jugadores como Vinicius, también extremo rápido y habilidoso del Real Madrid, lo siguen sufriendo todos los domingos.

Laurie jugó su primera temporada de profesional en el Leyton Orient, un club de Londres de poco prestigio frente a sus vecinos Chelsea, Tottenham o Arsenal, pero que era uno de los poquísimos clubes profesionales de la ciudad que aceptaban negros en sus filas. La prensa y los directivos de los clubes sostenían abiertamente que los negros eran “poco serios y malos profesionales”. Los muchachos del Frente Nacional (un partido filofascista) presionaban para su expulsión y las hinchadas rivales no se ahorraban métodos de intimidación: le arrojaban plátanos e imitaban el sonido del mono. Tampoco aflojaban sus maneras los jugadores rivales, que le cosían a patadas... hasta que aprendió a zafarse de ellos. Cunningham aplicaba sobre el césped los pasos de baile que practicaba por la noche en las discotecas donde comenzaba a gestarse una movida cultural soul y funky. También los movimientos del yoga y del karate, disciplina con la que estaba fascinado por las películas de Bruce Lee.

En 1974, Inglaterra estaba sumida en la crisis política y económica que culminaría en el Invierno del Descontento unos años después. En 1975 el funky entró en el país como un viento de aire fresco, pero apenas un año después las tensiones raciales desembocarían en los disturbios del carnaval de Notting Hill, que la minoría negra había promovido como válvula de escape. Laurie vestía “estilo Gatsby”, con trajes elegantes de raya diplomática y era célebre en la glamurosa escena de la noche londinense. Ese mismo año, el “Sunday Times Magazine” le dedicó un reportaje en portada en el que se preguntaba en el titular: “¿Será Laurie Cunningham el primer futbolista de color que juegue con Inglaterra?”. Efectivamente, así fue. Poco a poco, sus estelares actuaciones con el Leyton Orient le abren la puertas de un club con solera dirigido por un entrenador con mentalidad abierta hacia los jóvenes negros: en 1977, dos días antes de cumplir 21 años, fichó por el West Bromwich Albion, dirigido por Johnny Giles, un irlandés que había visto en primera person cómo se discriminaba a sus compatriotas tanto como a los caribeños en los célebres carteles de “No Irish, no blacks, no dogs” que algunos comercios de Inglaterra exhibían sin vergüenza alguna.

Con los de Birmingham firmó una temporada regular, pero de actuaciones magistrales. Cuando estaba en vena, parecía que nadie le podía parar. Desde el sombrío páramo victoriano de las Midlands, devolvió el orgullo a un territorio ninguneado frente a la capital del sur y las orgullosas ciudades del norte como Liverpool y Manchester, con sus tradiciones futbolísticas gloriosas. Birmingham, epítome de la urbe proletaria y de la industria pesada, una ciudad donde antes llovían cenizas y ahora la cola del paro se alargaba hasta el infinito, Cunningham formó los Three Degree junto a Cyrille Regis y Brendon Batson, tres futbolistas de raza negra y enorme talento. Estos tres hombres llevaron al viejo Albion a la copa de la UEFA y su actuación contra el Valencia de Mario Kempes, a los que apearon de la competición, deslumbraron a toda Europa en 1978.

Tal fue la impresión que se convirtió en el sujeto de deseo del mayor equipo del mundo, el Real Madrid, que llevaba unos años de sequía en la máxima competición continental. La superioridad técnica y física de Cunningham era insultante. Mientras, fuera de la cancha, Laurie tenía que defenderse habitualmente de insultos. En una ocasión, cuando caminaba con su pareja, Nikki, por la calle, escuchó cómo la llamaban “¡Escoria, amante de los negros!”. No pudo contenerse y derribó al paleto de un golpe de karate. “¡Discúlpate con ella!”, le gritó cuando estaba en el suelo. Cuando el garrulo racista miró a su agresor, no se pudo contener: “¡Dios mío! Si es Laurie Cunningham. ¡Te quiero, joder!”.

Fichó por el Real Madrid por la astronómica cifra de 950.000 libras, una cantidad que le perseguiría como lo ha hecho tiempo después con tantos otros fichajes millonarios, muchos de los acometidos por el equipo blanco, como una maldición casi endémica del club de Chamartín. En la capital no tuvo suerte. Sufrió patadas hasta en los entrenamientos que compartía con Camacho, Del Bosque y el “Madrid de los García”, con hasta cinco jugadores con ese apellido, además de Goyo Benito, epítome del defensa duro y del carácter recio que caracterizaba a los merengues por entonces. Laurie recibió patadas constantemente, hasta en los entrenamientos. Todos querían poner a prueba las espinillas del hombre del millón de libras. Aún así, formaba una delantera temible, por la derecha, con Santillana de delantero centro y Juanito de extremo izquierda. Hizo partidos memorables, como su visita al Camp Nou en octubre de 1980, de donde salió ovacionado por la hinchada local después de destrozarles por completo. No sufrió el racismo en España, donde se le conocía con el apelativo, más cariñoso que otra cosa, de “el negrito”. Por supuesto que el trato de la prensa sería hoy inaceptable por condescendiente o estereotipado, pero no había sonidos de primate ni plátanos voladores. Sin embargo, el fracaso del Real Madrid en Europa dejó mal sabor de boca. En la segunda temporada, una patada del bético Francisco Bizcocho le rompió un dedo del pie y aquella lesión fue decisiva. Un mal diagnóstico y tratamiento y, especialmente, unas fotografías de Laurie en una discoteca con el pie escayolado, provocaron el escándalo. Le acusaron de fiestero -dicen que estaba muy feliz en el Madrid de los inicios de la Movida- y de irresponsable. Su carrera, igual que la ruinosa mansión que había adquirido en Las Matas, comenzó a desmoronarse. Cunningham dejó de sonreír y de bailar. La siguiente temporada fue un desastre y el Madrid perdió la paciencia. Su mujer le abandonó.

Cunningham trató de enderezar su carrera. Pasó por el Manchester United y el Sporting de Gijón. Luego el Olimpique de Marsella y el Leicester. En ninguno llegó a cuajar y recaló en el Rayo Vallecano. En Madrid, una ciudad que “había llegado a amar”, como dice Kavanagh en la biografía que ha publicado sobre él, conoció a Silvia López, con quien mantuvo una hermosa relación y juntos tuvieron a Sergio. Laurie volvió a ser un ídolo local en el proletario Vallecas. Volvió a emigrar al Charleroi y al Wimbledon y recaló de nuevo en la Calle Payaso Fofó. El 15 de julio de 1989 el vehículo en el que iba de pasajero tuvo un accidente. No llevaba puesto el cinturón de seguridad. Se fue Laurie Cunningham, un hombre hecho “de otra clase”.