Crítica de libros

Acoso y derribo a la Universidad

Álvaro Delgado-Gal, Jesús Hernández Alonso y Xavier Pericay coordinan un ensayo con testimonios de 19 profesores universitarios que radiografían los problemas de la institución, diagnostican cuáles son los escollos que arrastra y explican cuáles son los motivos de su crisis.

Acoso y derribo a la Universidad
Acoso y derribo a la Universidadlarazon

En medio de la actual polémica por la reforma universitaria –tras el reciente informe del enésimo «comité de sabios»–, aparece un libro esclarecedor para comprender qué está pasando en la Universidad española. Tras el «proceso de Bolonia», cierto desencanto ha cundido entre los estudiantes y los profesores. Muchos de estos catedráticos, cuyos testimonios se recogen en el libro, han decidido jubilarse ante la «desilusión y desánimo» (dice Blanco Valdés) con el sistema universitario y el obvio y creciente divorcio entre la academia y la sociedad.

Élites autonómicas

Pero, ¿qué pasa con la Universidad? Se puede decir que la española está marcada por la paradoja. Algunos ejemplos: las universidades proliferan en cada pequeña ciudad dominadas por las élites autonómicas con un profesorado cada vez menos cosmopolita y más endogámico; existen muchos campus, pero presentan grados calcados unos de otros, investigaciones y patentes poco relevantes internacionalmente; tenemos uno de los mejores sistemas de becas postdoctorales del mundo –no así las predoctorales–, pero después no se dotan plazas para tanto investigador, con lo que el dinero público se dilapida en una diáspora de cerebros; abunda la desidia entre el profesorado funcionario mientras que malviven profesores hipercualificados. ¿Qué ha pasado con la Universidad? En 1930 Ortega y Gasset afirmaba que ésta debe ocuparse de la transmisión de la cultura, la enseñanza de las profesiones y la formación de nuevos científicos, y advertía contra los peligros de la superespecialización: hoy, tanto en ciencias como en letras, como recuerdan Alario y García Gual, se ha pasado de facultades abarcadoras y programas con un contenido de «comunes» a una fragmentación dañina. El resultado es un notable bajón de la cultura general de los estudiantes y una superespecialización. Las tesis doctorales, las monografías y artículos son tan concretos que no interesan a nadie más que al reducido círculo del investigador. Por influencia de los científicos más estrictos se ha primado la investigación frente a la enseñanza y la divulgación: los autores del volumen insisten en la idea de que la docencia de espíritu humanista y la creación de cultura es la clave de la Universidad. Se echa de menos «en-señar» frente a la maraña burocrática. Cierta investigación impone su ley en los baremos y la jerga de ciertas ciencias experimentales ha invadido otros campos, se habla de «investigar» a Virgilio o Montaigne, y se publican artículos de humanidades en revistas «evaluadas por pares» (horrible traducción). Los profesores tienen que coleccionar cursos psicopedagógicos de dudosa utilidad para sus méritos. Especialmente sugerente –e irónico– es el alegato de Llovet contra las comisiones de reforma, que emiten informes consultivos a la postre inútiles frente a decisiones que ya están tomadas. Otros autores optan por un tono biográfico y contrastan las antiguas oposiciones para cátedra con la selección del profesorado mediante un dossier burocrático, sin tan siquiera entrevista personal.

Fragmentación

Las conclusiones de este libro son demoledoras. La crisis de la Universidad española no cabe achacarla a una herencia franquista o al retraso cultural hispánico: no, la respuesta es más aterradora. Es la equivocada dirección de la política educativa, las innúmeras reformas, la fragmentación autonómica, la politización de la educación, etc. Una paradoja: en Alemania, la política de I+D no ha cambiado en 60 años, como tampoco las bases de su educación, que se remontan a la fundación de la Universidad berlinesa por W. Humboldt en 1810. En España, cada Gobierno impone su reforma. Sólo un pacto de Estado sobre la «Misión de la Universidad», parafraseando a Ortega, lograría una institución a la altura de lo que exige nuestro país.