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Blasco Ibáñez, desde el Ganges

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La personalidad literaria de Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867 - Mentón, Francia, 1928) fue amplia y diversa; novelista, periodista, activista político y viajero impenitente, vio su trayectoria profesional coronada por un éxito sin precedentes. La adaptación al cine, ya en la época, de celebradas obras suyas como «Sangre y arena» o «Los cuatro jinetes del Apocalipsis» le supondrá un masivo reconocimiento popular. Junto a esos destacados títulos de pura ficción –inolvidables también «La barraca» o «Cañas y barro»– ha adquirido una creciente consideración su narrativa viajera, particularmente la «Vuelta al mundo de un novelista», pormenorizada impresión de un detallado periplo intercontinental. Se publica ahora «La India», en la misma editorial que ya había ofrecido recientemente China y Japón, partes integrantes, más asequibles y manejables así, de aquella voluminosa obra. Más allá de una característica geografía social que incluye los variopintos bazares de Bombay, la impresionante industria del yute en Bengala, el exuberante lujo del Taj Mahal, el colorista Templo de los Monos de Benarés, o los innumerables faquires, santones y encantadores de serpientes, hallamos el profundo ritualismo ceremonial de las cremaciones de cadáveres a orillas del Ganges, el carácter sagrado de todo lo viviente y su consecuente respeto extremo hacia los animales, la secular desigualdad del sistema social de castas, la creencia en la transmigración de las almas o la lacerante marginación que sufren las viudas (aunque ya no siguen al marido en la pira funeraria), en un completo panorama de la India colonial británica en la que, por cierto, el ya rebelde Gandhi de esos años veinte empieza a agitar la conciencia de la emancipación política.
Con un arraigado costumbrismo naturalista, Blasco Ibáñez nos muestra los olores, colores y sabores del abigarrado universo hindú, sin olvidar pintorescos episodios como su escapada al vecino Ceilán (actual Sri Lanka), patria de Simbad el Marino, o las peripecias de un diente-reliquia de Buda. Quizá el mejor complemento a este excelente libro de viajes sea «El río», la imperecedera película de Jean Renoir.