Cuando la magdalena de Proust es una pelota de cuero
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Cineasta, poeta y novelista, pero también deportista y espectador de deporte, Pasolini no distingue entre todas sus facetas.
Pocos placeres se comparan al de reunir una pelota y unos amigos sin mirar el reloj. «Fueron, indudablemente, las más bellas de mi vida», dice Pasolini de las tardes de adolescencia en las que pasaba seis o siete horas jugando al fútbol en Bolonia. Unas tardes que no cambiaron con el paso del tiempo hasta que los niños comenzaron a sustituir los parques por las pantallas. Cualquier niño español de los años 70 u 80 que sólo interrumpiera los partidos improvisados por mandato materno puede verse reflejado en ese adolescente boloñés de los años 30. Cuando la magdalena de Proust es una pelota de cuero. Reconocido aficionado del Bolonia, se acercó al deporte como practicante y como espectador.
«Sobre el deporte», un libro breve y de formato reducido, recoge las opiniones del polifacético intelectual italiano sobre el deporte en cuatro apartados: fútbol, boxeo, ciclismo y un capítulo final dedicado a los Juegos Olímpicos de Roma. Es allí donde se descubre como un «pésimo espectador de atletismo». No le hace vibrar de la misma manera en que lo hacía viendo a Italia en la semifinal del torneo de fútbol contra Yugoslavia o al «desbordante» Cassius Clay ganar el oro en boxeo. Esa capacidad para disfrutar de los triunfos de deportistas con nacionalidades ajenas es lo que le hace amar a Eddy Merckx o arremeter contra Nino Benvenuti, el boxeador italiano más famoso de la época. No encuentra un motivo que explique su animadversión por el ídolo nacional hasta que descubre que sus pósters están colgados en las sedes del neofascista Movimiento Social Italiano.
Su desprecio por los triunfos de los deportistas italianos encuentra otra justificación. «Los éxitos del deporte no deben servir para ocultar las miserias de un país. No pueden tapar los bajos salarios», dice en uno de los textos titulado «Benvenuti no sirve para nada». El deporte siempre ha sido un arma de los gobiernos para aplacar a las masas, algo que asume con fastidio. El deporte, para Pasolini, es sólo deporte y no debe servir para tapar males mayores, por mucho que algunos se esfuercen. La política no se hace a través del deporte. Por eso se molesta especialmente cuando Helenio Herrera, mítico entrenador plurinacional que triunfó, entre otros, en Italia con el Inter y en España con el Barcelona, dice en una conferencia junto a Alberto Moravia: «El fútbol –y en general, el deporte– sirven para distraer a los jóvenes de actitudes contestatarias. [...] Como hace Franco en España con los toros». Pasolini se escandaliza, no por las palabras del entrenador, sino por su escasa repercusión entre los que deberían indignarse por esa realidad. Se refiere a los periódicos de izquierda. «¿Acaso tienen miedo de criticar a Herrera?», se pregunta. «¿Tal vez porque los trabajadores acuden en masa a los estadios?», añade.
Todo es mentira, como mentira son los límites geográficos que se quieren imponer al deporte. ¿Qué le impide a Pasolini disfrutar con los éxitos de Merckx? ¿Su nacionalidad belga? En absoluto. Si disfrutamos con las películas y los libros extranjeros, ¿por qué no vamos a disfrutar con los triunfos del mejor ciclista del momento? Prefiere siempre Pasolini hablar de triunfos y no de victorias. Quizá porque para que haya victorias tiene que haber un vencedor y un vencido. Y el autor siente simpatía por los derrotados.
El lenguaje del deporte
Pasolini se presenta a medio camino entre el deportista y el intelectual. «Los deportistas están poco cultivados y los hombres cultivados son poco deportistas», dice en la entrevista póstuma que sirve de epílogo a la obra. Y asume que el deporte es también un lenguaje, un código de signos, que comienza cuando Gianni Rivera agarra la pelota. Rivera, ídolo del Milan de los 60 antes de ser diputado, es sólo uno de los muchos ídolos que aparecen en el libro.
El autor se convierte en intermediario entre dos mundos diferentes. Porque el deporte, en el fondo, es un relato con un tiempo limitado, un relato que emparenta con las primeras representaciones teatrales. «El fútbol es el único gran rito que queda en nuestra época», reflexiona Pasolini. «Ha sustituido al teatro, el cine no ha podido», añade. Porque el fútbol no es más que una representación de unos actores y unos espectadores que están vivos. Que se ven y se oyen los unos a los otros. El fútbol es la vida en directo.