Dolor y color en la India
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El lector español tiene la oportunidad, en estos últimos años, de profundizar en la trayectoria de V. S. Naipaul a partir de escritos autobiográficos que ponen el acento en los tres lugares que han marcado su literatura: la isla caribeña de Trinidad, La India y Londres. En 2012, con «Momentos literarios», reflejó esa trayectoria con el punto de inflexión que supuso recibir el premio Nobel 2001, tras siete décadas de incertidumbre en torno a su propia identidad. No en balde, varios de los ensayos del citado libro incidían en la extrañeza de ser indio en Trinidad, algo «insólito y exótico», y en el impacto de visitar su país de ascendencia –«viaje que rompió mi vida en dos»– ya establecido en Inglaterra tras recibir una beca para poder estudiar en Oxford.
Pues bien, ahora se recupera el libro que dedicó a conocer in situ sus orígenes, una tierra desolada que le hizo replantearse el concepto de «hindú» o «los prototipos de ser colonia o indio». Traducido por Flora Casas Vaca, y subtitulado «El descubrimiento de la India» (1964), el libro es una mezcla de crónica viajera y denuncia social que se le ocurrió, explica, mientras escribía su obra más reconocida, «Una casa para el señor Biswas». ¿Pero a qué se debe esa zona de oscuridad del título para un país todo luz, todo color? El contraste parte del recuerdo de su infancia, cuando oía hablar de La India de forma indefinida, y esa percepción «oscura» se extendería año tras año; persistiría incluso pisando territorio hindú y recorriendo Bombay, Delhi y Cachemira.
La India británica
«Quizá la India fuera inagotable, pero mi India no era como la de los ingleses o los británicos. Mi India estaba llena de dolor», dice al recordar cómo sus antepasados, en el siglo XIX, habían hecho un larguísimo viaje desde la India hasta el Caribe, de al menos seis semanas. Naipaul se propondría estar allí un año, sin saber si podría soportar la pobreza «estremecedora», la sordidez –«los indios defecan en todas partes», y de «esas figuras acuclilladas no se habla jamás»– y el olvido del mensaje de Gandhi –«el mahatma ha sido absorbido por la espiritualidad amorfa y el pragmatismo decrépito de la India»–. Él, un hombre que se ve siempre sin ser ni inglés ni indio, que jamás se creyó del todo los libros de Kipling o E. M. Forster, insiste en ofrecer una India cruda y directa, exponiendo los malditos asuntos burocráticos necesarios para llegar al país y abriendo su escrito a multitud de testimonios que dan vivacidad a una narración que a veces peca de ser demasiado descriptiva. Aunque es lógico que se demore en ello alguien para quien La India era un telón de fondo imaginativo, «no el país de verdad sobre el que al cabo de poco empezaría a leer y cuyo mapa me aprendí de memoria». El mapa de una India inglesa que intenta desmontar y extraer del prejuicio occidental.