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El farragoso cártel de Don Winslow

larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Fue sorprendente descubrir la obra de Don Winslow de forma desordenada a medida que se traducía en España. Llamó la atención su narrador, personalizado, omnisciente y con sentido del humor, que se deja notar y construía el relato con frases cortas y los personajes de forma sucinta y rasposa. Un autor pop chispeante y moderno. Ahí están su mejores novelas, que se mecían entre olas del Pacífico, surfistas amistosos y denuncia social de la mafia y la violencia contra los emigrantes mexicanos. Las que juegan con el estilo y humor cínico de su narrador, como la melancólica «El club del Amanecer» y las divertidas «Los reyes de lo cool» y «Salvajes».
Aire fresco
Para los españoles, el descubrimiento de su primera novela, protagonizada por el detective Neal Carey, fue como su título: «Un soplo de aire fresco». Menos estilizado que sus posteriores relatos, más cultista pero de estilo cuajado, como demostraría en una de sus trepidantes y más angustiosas novelas sobre la ley del hampa y la fatalidad de quien se enreda en ese mundo sin salida, «El invierno de Frankie Machine». Sus héroes viven una tragedia griega. Sus decisiones, un tanto románticas, los condicionan hasta atraparlos en un destino inexorable, al que se sacrifican con la resignación de un mártir cristiano. Poco importa el lado en el que se encuentran de la línea que separa el bien del mal. En «El poder del perro», su protagonista, Art Keller, de la DEA, vive obsesionado por ese destino ligado al mal, aunque su misión sea perseguirlo, darle caza y destruirlo. Desde entonces, su carrera sólo mejoró, con su humor cáustico, la aparente ligereza de su prosa, un tanto tosca, y el cinismo fatalista pero vital de sus héroes.
En «El Cártel», lo que en «El poder del perro» era hipérbole desbocada es ahora delirio mesiánico. Una crónica de la lucha entre los cárteles mexicanos, en connivencia con políticos, policías y ejércitos corruptos, y las fuerzas de la DEA, incapaces de entender que retroalimentan el mundo que destruyen, excepto Art Keller. Un héroe redentor que se opone a una espiral del mal que sabe indestructible, pero que persigue usando los mismos métodos violentos de sus oponentes, como un Sísifo infatigable. Lo menos estimulante de esta emulación confesada de «El padrino» no es la ideología de este Rambo de la teología de la liberación, sino la pesadez del relato en forma de crónica, en donde el presente de indicativo anula el tiempo narrativo, los personajes carecen de entidad y las muertes violentas se amontonan, como datos sin enunciación dramática que anestesian y exasperan al lector. En «El Cártel», Don Winslow quiere concienciar. Quizá ha recibido el premio RBA por su crónica de denuncia política, en la que los aciertos literarios chipean, dispersos y apagados, por culpa de un novelista metido a ampuloso predicador.