Literatura

Literatura

El oro blanco puede romperse

De Waal recorre la historia y traza las rutas de la porcelana a través del tiempo en esta apasionante obra

El oro blanco puede romperse
El oro blanco puede romperselarazon

Marco Polo lleva la porcelana a Venecia. Es brillante, con cierta calidez casi femenina, y entonces los jóvenes venecianos la llaman «porcella», cerdita, como decían cuando pasaba una guapa y joven veneciana, recordando la textura de las conchas de cauri. Y el encuentro con aquellas primeras figuras de porcelana, en la prosa casi hipnótica de Edmund de Waal (y en una notable traducción de Ramón Buenaventura), se convertirá en una ruta simbólica y literaria por la obsesión de la porcelana, por la búsqueda de la perfección del blanco, por países, tiempos y culturas del mundo, y también por la propia vida del ceramista y escritor Edmund de Waal.

Muy pocas veces le es dado al crítico sentir la magia de un libro, comprender que está ante un texto único, saber que su lectura le modificará para siempre la visión de una parte del mundo, y sin embargo no señalar un personaje que lo abarque o determine todo. Porque Waal escribe una novela coral sin escribir novela.

Genera un gran escenario donde aparecerán bajo sus luces la ciudad china de Jingdehen, con sus centenares de hornos de porcelana, que lo mismo servirán al Emperador chino que, al final de la obra, a la Revolución del Timonel; las cartas del jesuita D’Entrecolles, dando datos a Occidente de la forja de aquella mágica porcelana; Dresde, la segunda ciudad de porcelana que dice Waal (cita ahí ese momento en que el cristal se pone blando en «A través del espejo»), y donde Augusto, elector de Sajonia, es nombrado rey de Polonia y se entusiasma con la porcelana china, de tal modo que empieza a derrochar dinero en su compra, y entonces se empieza a llamar a la porcelana «oro blanco» en la corte.

w dedicado a la cerámica

Versalles, la Goldhaus, los espejos ustorios de Tschirnaus, alquimistas, hornos escondidos en castillos convirtiendo en infierno a las murallas hasta alcanzar las temperaturas necesarias para transformar las arcillas en porcelanas, buscadores de tierras para la primera fábrica en Europa de porcelana... con sabios, nobles, ceramistas enredados en la confección de un milagro blanco, y que Waal va contando al mismo tiempo que nos narra su vida dedicada desde niño a la cerámica, a la porcelana, en un camino que se cruzará con los lugares y los personajes de esta obra: desde los cuáqueros de Inglaterra que buscarán arcillas en tierras de indios de Estados Unidos, a los trabajos de Newton sobre el color y su afirmación de que «el blanco es el color normal de la luz».

Waal, como decía Rilke del Jehová del Génesis, parece atravesar países, personajes, tiempos históricos, mientras casi lo vemos preparando ante una taza de té sus propias exposiciones de cerámica, y va llevando al lector de la mano a través de todos esos paisajes. Aunque es una lástima que Waal no hable de nuestra fascinante Real Fábrica del Buen Retiro (denominada popularmente La China), que se fundó en Madrid en 1760 por iniciativa de Carlos III, y que fuera destruida por los ingleses. La última huella de la porcelana.