Finkielkraut no es racista
El polémico filósofo francés de origen judío Alain Finkielkraut ha convulsionado el debate público en su país con su libro «La identidad desdichada» (Alianza), que ahora se publica en nuestro país. Finkielkraut sufrió todo tipo de ataques en los medios por parte de los bienpensantes franceses defensores acérrimos de la multiculturalidad como si fuera un retrógrado contrario a las culturas no europeas. Se le acusó de islamófobo y racista, recordando algunos de los más suaves calificativos, a raíz de este libro que agitó la conciencia nacional francesa. El libro, sin pelos en la lengua, presenta un ataque a los occidentales que, por mala conciencia con su pasado, han relegado la defensa natural de su identidad europea para diluirla en una serie de identidades extranjeras a las que quieren dar carta de naturaleza. La defensa de las raíces judeocristianas y grecorromanas de Europa es ya de por sí un hito muy reseñable y que había de ser objeto de críticas en un país con una sensibilidad exacerbada por estos temas. De forma consciente o no Finkielkraut dio en el clavo con su tratamiento de un debate que agita a la conciencia europea, no sólo en Francia, sino también en Alemania, Reino Unido o España. El libro de Finkielkraut quizá está excesivamente centrado en la problemática de Francia para un lector español, pero no nos costará reconocernos en él e interesarnos por lo que expone. La deconstrucción de la identidad europea en el «melting pot» de una sociedad multicultural ha sido saludada como un signo de modernidad por parte de muchos sectores, pero el cosmopolitismo buenista, como expiación de una suerte de pecado original europeo, critica, es una enfermedad de Europa que puede conllevar su propia destrucción.