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Hispania, el primer rubicón de Julio César

Un excelente ensayo relata las estancias del militar romano y sus aportaciones en España y muestra cómo desarrolló aquí parte del talento que le conduciría al poder
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Un excelente ensayo relata las estancias del militar romano y sus aportaciones en España y muestra cómo desarrolló aquí parte del talento que le conduciría al poder.
Cuenta Suetonio que en Gades, en el templo de Hércules, había una estatua de Alejandro Magno y que ante ella suspiró Cayo Julio César lamentándose de que a la edad en que el macedonio había conquistado el mundo él seguía siendo un desconocido. No podemos saber hasta qué punto le impactó esta visita, pero con la perspectiva de más de veinte siglos de historia, el suspiro de César nos hace sonreír. Su nombre es sinónimo de poder, autoridad y carisma. Es uno de los personajes más fascinantes de la historia y tras su muerte los emperadores romanos añadieron César a su nombre y de él proceden káiser y zar. Julio César pertenecía a un humilde barrio, la Subura, y era hijo de una familia patricia de pocos recursos. Con seguridad, estos orígenes influyeron en su facilidad para tratar con la plebe y desenvolverse entre extranjeros.
César fue un hombre inteligente, seductor, culto, refinado, un brillante militar y estratega y un notable escritor. De él se conservan «Comentarios de la Guerra de las Galias» y «Comentarios de la Guerra Civil», pero escribió mucho más, por ejemplo, un tratado de astronomía y otro sobre la lengua latina. Era un gran orador y su capacidad retórica fue decisiva para alcanzar la fama y ganarse al pueblo y al senado. En este libro se detallan tanto la vida de César como las tres visitas que hizo a Hispania, que era para el Imperio Romano una fuente inagotable de recursos y un punto geoestratégico de primer orden.
Un don extraordinario
Su primera estancia en España fue como cuestor de la Hispania Ulterior. Tenía 30 años y se ocupaba de cuestiones financieras y administrativas, como el cobro de impuestos. César debía ir a varias ciudades, lo que aprovechó para crear relaciones clientelares, una de las bases de su poder. En Gades (Cádiz) desempeñó una gran actividad judicial e hizo amistad con los notables de la ciudad. César se creaba enemigos, pero sabía cómo ganarse también amistades nuevas. El segundo viaje fue como propretor, un cargo superior que le proporcionaría recursos para saldar sus deudas. Organizó veinte cohortes romanas (cada una tenía 480 infantes) y diez más con hispanos para iniciar las campañas contra los rebeldes. Su gobierno de la Hispania Ulterior (sur de España y de Portugal) fue un ensayo para su política posterior. Siguiendo su norma adoptó una serie de medidas conciliadoras para ganar las voluntades de sus habitantes y mejoró la administración de justicia. Los logros militares y el botín de las campañas hispanas fueron enormes y por eso era aclamado por sus hombres como «imperator». Su búsqueda de «voluntades y botines» fue tan grande que regresó a Roma con un extraordinario poder. Su can-didatura al consulado quedaba asegurada y ya como cónsul llevó a cabo una intensa actividad legislativa en el senado y una amplia reforma agraria.
Con clemencia
Cuando finalizó este ejercicio, en el año 58 a.C., César marchó a las Galias y tras su exitosa campaña y sus problemas con el senado, volvió a Hispania por tercera vez, pero para acabar con las legiones pompeyanas acantonadas en la Hispania Citerior. Un gran despliegue de tropas y una astuta estrategia en la batalla de Ilerda (Lérida) le dio la victoria. Una de las características de César fue su clemencia. Era capaz de perdonar, incluso más de una vez, a un enemigo, porque en su ánimo pesaba más la voluntad de crear amigos que de forjarse enemigos. Esta victoria es un ejemplo: exoneró a los ven-cidos de rendirle juramento, les entregó trigo para subsistir y forzó a sus hombres, compensándolos previamente, a devolver el botín capturado durante los combates. César reunía en su persona una mezcla de clemencia y diplomacia que incluso hoy causa admiración.
Miguel Ángel Novillo López ofrece no solo la descripción de las estancias de César en Hispania, también realiza un retrato bien documentado de sus múltiples facetas. Hay un episodio del joven César muy ilustrativo. A los 25 años fue secuestrado por unos piratas en la isla egea de Farmacusa. Les dijo que pagaría el rescate cuya cantidad dobló él mismo, y, que después los crucificaría. Durante su cautiverio actuó como si fuera el amo de sus secuestradores, a los que leía los versos que escribía. Llegó el res-cate, obtenido con dinero público, y le pusieron en libertad. Julio César, desobedeciendo las órdenes recibidas, reclutó hombres y fletó barcos para acabar con los piratas, a los que en efecto mató, y recuperar el dinero, que devolvió al pueblo romano. En este joven arrogante había ya mucho del adulto que llegaría a ser, aunque en esa ocasión no dio muestras de su proverbial clemencia.

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