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La tiranía del subconsciente

La prosa reunida de Hermann Ungar muestra su visión terrorífica del hombre

La tiranía del subconsciente larazon

La prosa reunida de Hermann Ungar muestra su visión terrorífica del hombre.

Completo acierto el de Siruela al recuperar la obra de Ungar, desconocida en nuestro idioma, que nos permite descender hasta los silos de la condición humana, donde dimite el raciocinio y predominan las bajas pasiones en su más amplio espectro de crueldad. Aunque alabado por Thomas Mann o Stefan Zweig, su fuerte individualismo le aisló del círculo de Praga en torno a Max Brod y Franz Kafka, a quienes le unían parámetros vitales semejantes: checos, judíos y de expresión en alemán. Por su escaso legado literario –dos novelas y una serie de relatos y «nouvelles»–, su muerte temprana y la coincidencia a en el tiempo con gigantes como Robert Musil, Franz Kafka o Hermann Broch, a veces no es tenido en cuenta por los libros de historia de la literatura universal ni alemana. Se centró en seres con patologías y parafilias de diversa índole: criminales, incestuosos, manipuladores, enajenados, desorientados, culpabilizados, angustiados, despersonalizados, hipocondríacos, sadomasoquistas... Los describe siempre de forma implícita y con el telón de fondo de la alienante ciudad, un mundo monótono y despersonalizado que incita a la locura o al suicidio.

Obsesión

Buena prueba de ello es «Los mutilados», cuya atmósfera enfermiza y asfixiante anticipa el horror de «Auto de fe» de Canetti. Conocemos a un empleado bancario, Franz Polzer, tan hastiado de la puntualidad y del orden que persigue de manera obsesiva, como incapaz de aventurarse a lo inesperado, cuando es seducido por su viuda casera, Klara Porges. A diferencia de Josef K. en «El proceso» de Kafka, aquí no hay un Estado enemigo que oprima con su maquinaria, en tanto que su único adversario es su inconsciente tirano (Ungar estudió psicología).

Pese a que el sexo le produce repugnancia, Polzer, que aprendió desde niño a encontrar placer en los castigos físicos paternos, se precipitará hacia una espiral de depravaciones cuando una amante desboque sus patologías dormidas. El sadomasoquismo dejará de ser un juego consensuado para convertirse en un vehículo de goce, un instrumento para humillar y someter al otro. No hay posibilidad de amar sin dañar, quiere recordarnos el autor.

La otra novela, «La clase», tiene como protagonista a Josef Blau, un maestro apocado, desconfiado y obsesivo que teme la humillación de sus dieciocho alumnos. La pérdida de estatus social le empujarán a un torpe maquiavelismo. El profesor sacará sus garras con el fin de defender su triste existencia y su vida familiar, en especial la de su bella esposa ,a la que, como buen misógino y ultrareligioso, obliga a usar faldas hasta los pies o raparse la cabeza para no ser deseada por nadie. Paranoico, débil, histriónico e histérico, su figura daría para más de un manual freudiano. Ungar se afana en retratar al ser humano como sujeto pasivo, con la razón desconectada frente al subconsciente y herido para vivir en comunidad.