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Los corderos vuelven a balar

Los corderos vuelven a balar
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Puntualmente va traduciéndose en España la saga del psicólogo Sebastián Bergman escrita por de Hjorth & Rosenfeldt, un dúo de autores suecos que han triunfado mundialmente gracias a su serie «Bron» (El puente), con versiones televisivas en Gran Bretaña y EE.UU. Tras una sorprendente primera parte, «Secretos imperfectos», de la que se hizo un capítulo piloto, acaba de publicarse «Crímenes duplicados», en la que el equipo de la Unidad de Homicidios de Torkel Hölgrund se enfrenta a un asesino en serie, un «copycat» que imita a un famoso criminal encerrado de por vida en prisión.

Monstruo encarcelado

Irremediablemente, el thriller vuelve al lugar del crimen: el asesino en serie como arquetipo posmoderno que articula las novelas de intriga y acción desde la aparición de Hannibal Lecter. Tal ha sido su eficacia en la actualización de la novela de detectives desde la creación del genio del mal Moriarty, Némesis de Sherlock Holmes. De nuevo, el asesino litúrgico es la estrella y como las variaciones del mitema es limitada, los autores se han decidido a tomar prestado de «El silencio de los corderos» la relación entre el monstruo encarcelado, el psicólogo Sebastián Bergman y la detective Vanja para descubrir quién se encuentra detrás de este imitador que lleva cuatro mujeres asesinadas, las cuatro amantes ocasiones de Bergman.

La originalidad es esencial para reverdecer el canon pero en todo subgénero son más importantes las variaciones inteligentes sobre el mismo tema. Al igual que en las culturas folclóricas, los mitemas de Lévy-Strauss se recombinan como en un collage recurrente. Tan recurrente como el enfrentamiento de dos mentes prodigiosas, la del investigador y la del asesino. Dos narcisistas patológicos que, como Bergman, se definen como seres egoístas, arrogantes y antipáticos, proclives a manipular a sus semejantes con tal de conseguir sus objetivos: el detective, experto en perfiles criminales, como Van Helsing en vampiros, trata de detener la cadena insufrible de muertes analizando el modus operandi del archimalvado, que no cesa de urdir planes para vengarse del mundo, típico delirio de grandezas del psicópata criminal.

«Crímenes duplicados» es un ejemplo acabado de esta similitud entre dos arquetipos esenciales de la novela criminal: dos inteligencias superiores, dos genios perturbados enfrentados, capaces de polarizar esa lucha sin fin entre el bien y el mal que comenzó cuando, ante la soberbia de Lucifer, el ángel San Miguel gritó: «¡Quién como Dios!». La traslación al mundo prístino de los superhéroes es evidente, aunque más atenuado en los relatos desplazados de los herederos de la novela gótica, en donde sigue resonando esa lucha titánica.

Es evidente que la virtud de «Crímenes duplicados» reside en la capacidad de narrar una historia con pulso implacable, repleta de suspense y con una intriga que sorprende. Sin ser superior al título anterior, la intertextualidad con la novela de Thomas Harris le añade un plus de reconocimiento a unos personajes que luchan por ser similares en la diversidad. Ese es el innegable valor de lo reconocible en las narraciones que contando la misma historia lo hacen desde nuevas perspectivas.