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Me siento extraño

Me siento extraño
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Un exiliado puede vivir lejos de su patria por diversas razones, normalmente, siguiendo un arraigado castigo desde el derecho antiguo, por motivos políticos, aunque hay muchos tipos de exilio, voluntario o no, incluso uno literario. El sentimiento de extrañamiento que caracteriza a los sujetos a cualquier tipo de exilio ha sido explorado en una literatura propia, partiendo de las cartas desde el Ponto que escribiera Ovidio. Tal vez la mejor recreación de este sentir la encontremos en el poema «Exiliados» de Cavafis, que retrata a un grupo de cinco griegos «todos, por supuesto, con nombre ficticio» viviendo en una ciudad extraña. Así, con precisión histórica y no exento de sensibilidad, el sociólogo Richard Sennett explora la condición del exiliado en su más reciente libro, «El extranjero». Con la prosa inteligente a la que nos tiene acostumbrados, el autor presenta una radiografía histórico-cultural de los exilios exteriores e interiores en la Europa moderna y contemporánea aprovechando dos episodios particulares. La segregación, el rechazo al otro y el miedo a lo diferente que habita junto a nosotros es el trasfondo del primero de los dos ensayos.

La situación que Shakespeare recreó en «El mercader de Venecia» aparece con toda crudeza en el primero de los dos ensayos de índole histórica de Sennett, que atañe concretamente a la situación de los judíos en Venecia: las regulaciones que les afectaban, las persecuciones que sufrieron,y un apasionante retrato de algunas figuras particulares, como el rabino Leon Modena. El segundo escrito se sitúa en el marco de los grandes conflictos políticos y revolucionarios del siglo XIX: las peripecias de Aleksandr Herzen en París y Londres ejemplifican el exilio de los rusos en la Europa occidental en un texto que reflexiona sobre la creación de las identidades culturales, políticas y religiosas en el surgimiento de los nacionalismos europeos.

Los ensayos de este pequeño gran libro, en fin, son aplicables a nuestro mundo globalizado y lleno de apátridas voluntarios y forzosos, a nuestra Europa que lleva inserta en su ADN la obsesión por crear reductos para el extranjero y por marcar lo que nos diferencia del otro antes que lo que nos acerca a él.