Literatura

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Miguel Fernández: «A los niños de hoy en día les falta calle»

Miguel Fernández / Ilustrador y guionista. Es uno de los autores de «Aquellos maravillosos kioscos», una crónica sociológica de las décadas de los 60, 70 y 80

Miguel Fernández, ilustrador y guionista
Miguel Fernández, ilustrador y guionistalarazon

Es uno de los autores de «Aquellos maravillosos kioscos», una crónica sociológica de las décadas de los 60, 70 y 80

Un libro para volver a la niñez y viajar entre risas hacia el pasado. Una máquina del tiempo en papel que sirve como crónica sociológica de las décadas de los 60, 70 y 80. Más que un entrañable catálogo de juguetes clásicos, «Aquellos maravillosos kioscos» (Edaf) es una ventana para asomarse a una época en la que peonzas y canicas enloquecían a unos niños despreocupados que gastaban sus pagas dominicales en todo tipo de cachivaches. La obra de Miguel Fernández y Juan Pedro Ferrer nos recuerda que «para saber hacia dónde vamos debemos saber de dónde venimos». Es, en definitiva, un homenaje a la infancia.

–¿Eran los kioscos lugares sagrados?

–Eran un punto de reunión y emoción. Cada semana íbamos para aprovisionarnos de juguetes baratos hasta la llegada de los Reyes Magos. Los fabricantes se las ingeniaban para tenernos enganchados a todas las novedades.

–¿Peregrinaban?

–(Risas) Pues solíamos ir los domingos, cuando nos daban la paga. Allí nos la gastábamos.

–¿Giraba el mundo alrededor de los kioscos?

–Sí. Su éxito fue el descubrimiento del plástico, que invadió absolutamente toda la industria juguetera. Unos de los objetos de la época fueron los paracaidistas, que estuvieron muchos años adornando los cables de luz y teléfono de las ciudades. Las niñas también tenían sus cacharritos de cocina. En una sociedad tan machista los juguetes otorgaban a cada uno de los sexos un papel.

–Incluso se vendían periódicos...

–Al principio eran puestecillos muy básicos que tenían desde tabaco hasta chuches. Luego se hicieron casetas un poco más sólidas y vendían juguetes. Más tarde fueron derivando hacia kioscos para distribuir, básicamente, periódicos.

–Y ahora ya, por desgracia, casi ni eso...

–Es verdad. La crisis de los medios gráficos es bastante evidente.

–¿Están los kioscos condenados a desaparecer?

–Es complejo predecirlo, pero el kiosco que conocimos ya ha desaparecido. Plantearse si desaparecerán los kioscos de prensa es como plantearse si desaparecerán los libros. Yo creo que no. Hay a quien le gusta tener un periódico bajo el brazo.

–¿Y si Marisol apareciera desnuda en la portada de «Interviú», volverían las peregrinaciones?

–(Risas) Ha sido una mujer bellísima, pero no creo que quiera.

–¿Usted se sigue deteniendo frente a los kioscos?

–Por supuesto. Y me vienen aquellos recuerdos. Pero no son muy identificables, han perdido su personalidad.

–¿Le veo nostálgico?

–La nostalgia hay que dosificarla. Tiene que ser terapéutica y divertida. No es conveniente instalarse en ella y deprimirse por considerar que estos tiempos son peores.

–¿La nostalgia se cura o sirve para curar?

–Entendida como un ejercicio lúdico, hasta cierto punto es sana. Pero no hay que volverse un nostálgico empedernido. Éste es un libro escrito en clave de humor que puede ser bueno para recordar sin sufrir.

–Hay quien borra las memorias de la infancia.

–Cierto, pero basta un pequeño clic para que se desentierren. Una imagen, una canción, un anuncio... nos retrotraen al pasado. Para saber hacia dónde vamos debemos saber de dónde venimos. Y tenerlo presente no es malo.

–Además, la persona que recuerda vive dos veces.

–Exacto.

–¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

–No, pero es verdad que la vida se vive diferente a los 8 años que a los 58. Las responsabilidades pueden agobiar y aquella era una época feliz y despreocupada. Muchos hablan de la España en blanco y negro. Sin embargo, aquella España era de un estallido de color... Los 70 fueron los años de la psicodelia. Era una sociedad ingenua, que empezaba a abrirse al mundo. La gente no era tan precavida como ahora.

–¿No existió una España en blanco y negro?

–No. España y el mundo siempre han sido de color.

–¿Qué juguetes han relevado a las peonzas y canicas?

–Estos juguetes no han sido sustituidos, forman parte de las modas de ida y vuelta. Se van modificando al gusto de las generaciones, pero nunca desaparecerán.

–Pero ¿a qué juegan los niños de hoy en día?

–A lo mismo, aunque de manera electrónica. Eso les hace perder la sociabilidad que había en la época, cuando nos íbamos con un bocadillo a jugar con el resto de los niños. Ahora llevan una vida más aislada.

–¿Les falta calle?

–Sí. A los niños de hoy en día, sobre todo en las grandes ciudades, les falta calle. Ya no tienen aquellos descampados de los que disfrutábamos tan a lo loco.

–¿Es la calle una buena escuela?

–En la calle se aprende a convivir. Y relacionarse con la gente es muy útil para la vida.

–¿Cuándo un descampado deja de ser un lugar para jugar?

–Cuando entras en la adolescencia y se convierte en el escondite de los primeros cigarrillos. Y más tarde en el sitio donde tienes las primeras citas...

–Suéltese. Que si los descampados hablaran...

–Podrían contar muchas cosas (risas). Son zonas poco iluminadas y muy solitarias.

–¿Cuánto de niño hay en un adulto?

–Almacenamos nuestro propio yo durante toda la vida. Y dentro de cada uno hay un niño entero. Sólo hay que rascar un poco para descubrirlo.

–¿Cómo son los adultos sin recuerdos de la infancia?

–Todas las etapas de nuestras vidas son indispensables para crecer. Un adulto que no haya sido niño no es un adulto equilibrado.

–Usted volvió de la mili y empezó a dibujar para Disney. ¿Qué necesita un dibujo para cobrar vida?

–Que el dibujante trabaje con cariño y esté vivo. Para dibujar hace falta inteligencia emocional.

–¿Cree que la vida es un guión?

–Sí. A veces lo escribimos nosotros. Y otras veces lo escriben otros.

–¿Quiénes son los otros?

–Todos somos actores. Hay mucha gente que se cruza en tu camino. El guión de tu vida lo escribes con quienes te rodean. Pero deberíamos –al menos intentar– escribir el nuestro propio. No se puede vivir sin tener objetivos.

El lector

Aunque continúa yendo al kiosco para comprar documentos gráficos, cada mañana hace el ejercicio de consultar todos los periódicos por internet para tener una visión completa de lo que acontece a su alrededor. Asimismo, a lo largo del día escucha emisoras de radio de distinta índole.