Quien busca, encuentra
J. S. Monroe da una vuelta de tuerca al tema del asesino en serie en «Búscame»
La fractura de los límites en la literatura popular ha significado una vuelta sobre los géneros y modelos que lo encorsetaban para combinarlos sin más cortapisas que el todo vale del collage posmoderno. Razón por la que muchos títulos actuales recuerdan intrigas clásicas con formulaciones contemporáneas. Una libertad que la literatura pop se ha tomado con prodigalidad: repristinar la novela gótica con cualesquiera de los elementos contemporáneos que vuel-van a darle un sentido. La de intriga psicológica es uno de los subgéneros que han tomado el relevo a la novela negra, agotada por consunción. Su reformulación ha tocado fondo y el mercado orienta sus antenas hacia propuestas como el «thriller» en su vertiente psicológica, ya sea mediante el «domestic noir» o los mestizajes de la novela de intriga internacional: espionaje y acción.
El malvado
Lo que unifica este batiburrillo es uno de esos personajes mutantes que tan buenos resultados ha dado desde la aparición histórica de la Némesis del protagonista: el asesino en serie. Prefigurado en su concepción romántica del malvado aristócrata, cuyo antecedente más perverso es el inspector Javert, de «Los miserables», convertido en el significante del malvado obsesionado con el protagonista que irá deslizándose en reencarnaciones: Moriarty, Fu Manchú, Hannibal Lecter, que cimientan la literatura pop. Un segundo elemento es la heroína convertida en el sujeto paciente de la misoginia masculina. El asesino en serie no deja de martirizarla. El héroe de antaño asume el papel de investigador. En una intriga psicológica como «Búscame», el misterio se cifra en un rompecabezas, en apariencia simple, que se va complicando a medida que el protagonista investiga y se enreda y se pierde en un laberinto tan complejo como disparatado. La intriga fabulada por J. S. Monroe es tan densa, tiene tantos recovecos y misterios, que nada prefigura la enormidad que alberga al inicio.
El suicidio de una estudiante, cuyo cuerpo nunca aparece, el duelo del novio y algunos mensajes de ésta apremiándole a que «la busque antes de que la encuentren» hacen de «Búscame» un modelo de intriga de delirio paranoico. Es la típica novela de espías –con referencias a John Le Carré– que alberga todas las variantes del «thriller» psicológico: la violencia doméstica, suspense y novela gótica de misterio. No lo parece, porque J. S. Monroe, pseudónimo de Jon Stock, presenta su obra como un «thriller» psicológico con una atmósfera onírica que va convirtiéndose en un delirio obsesivo que rememora las obras de espías, hasta que un giro argumental la devuelve a la intriga doméstica. Hay pretensiones de marcar los límites entre realidad y ficción, la fiabilidad del relato que se lee en forma de diario y sus manipulaciones literarias, con referencias a la red oscura, espacio mítico de las sectas secretas donde la maldad tiene su asiento. Todo encuadrado en una atmósfera de irrealidad que logra la suspensión de la incredulidad del lector para su disfrute.