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Un original que suena a falsificación

El autor se adentra en el mundo de la falsificaicón con una intriga con poco suspense
larazon

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El autor se adentra en el mundo de la falsificaicón con una intriga con poco suspense.
Entre los lectores hay un reducido número de bibliófilos que coleccionan primeras ediciones, preferiblemente autografiadas. El fetichismo se da especialmente en el mundo de los objetos carismáticos: libros raros, obras de arte, diseño y cultura popular, coleccionistas bautizados como friquis por su obsesión por objetos de culto cuasi religiosos. «Los falsificadores», la séptima novela de Brad-ford Morrow, reconocido autor de novela literaria, es decir, más allá de los géneros, atesora todos los emblemas de la cultura seria o «premium»: ensayista, poeta, bibliófilo y editor. No faltan en «Los falsificadores» las referencias a Keats, Henry James y James Joyce, y a autores populares como Arthur Conan Doyle, introducidos con un tema realmente original: el negocio de las falsificaciones de cartas y dedicatorias de autores famosos, realizadas por verdaderos maestros de la caligrafía.
Entrelazar el mundo de los bibliófilos y falsificadores con un relato criminal es una variante novedosa. Un coleccionista de libros raros aparece muerto con las manos cortadas. La llegada de cartas amenazadoras pone en acción a uno de los mejores falsificadores de Conan Doyle, retirado tras una condena.
Juegos de apariencias
El punto de partida tiene todos los ingredientes de una intriga criminal de suspense digna del creador de Sherlock Holmes, pero su autor está más interesado en la descripción del mundo de los falsificadores, realmente interesante, que de construir un relato que mantenga al lector en ascuas. Todo tiene la apariencia de un juego entre falsificadores de cartas y documentos en el que se enfrentan dos mentes creadoras capaces de falsificar un documento falsificado y hacerlo pasar por original. Esta paradoja, que Bradford Morrow trata de extenderla al resto de la novela, remite al «Pierre Menard», de Jorge Luis Borges, con la intención de que el lector sospeche que no se encuentra solo ante una novela criminal, sino ante algo muy superior: una novela metaliteraria. En el cuento «Pierre Menard, escritor del Quijote», Menard «no quería escribir otro Quijote –lo cual es fácil– sino el Quijote. (...) Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea– con las de Miguel de Cervantes».
Si el Quijote de Menard no era una copia sino una metaficción, las falsificaciones de Will y su pasión por «reescribir» falsas cartas y dedicatorias de autores célebres es otro nivel más en este juego en abismo de la ficción de la ficción más allá de la metaficción. Una tontería, sobre todo, si la intriga es tan escasa como carente de suspense.
A «Los falsificadores» le sobran pretensiones intelectuales y le falta intriga. El cuidado lenguaje y el amaneramiento del pastiche lastran la obra hasta convertirla en un aburrido ir y venir sobre las falsificaciones, las cartas amenazadoras, ora imitando a Henry James, ora imitando a Conan Doyle, redundando en un bucle que busca jugar con las estructuras en el límite del metarrelato sin lograrlo.

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