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El autor que se oculta detrás de la leyenda

Cela siempre cultivó su imagen provocadora, insumisa. Una estrategia para reivindicar el oficio de escritor, pero que eclipsaba quién era en realidad
larazon

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Existía un aire provocador en Cela. Una pulsión, no solo para colocarse en el centro de los focos, sino también para romper corsés y costumbres. En la Real Academia Española quedaba una tradición relativa a la etiqueta que imponía que ningún académico debía lucir barba el día de su ingreso. Norma que Cela se impuso romper y que, sobra decirlo, al fin consiguió. Después de su lectura, ni corto ni perezoso, hizo de barbero de sí mismo, se rasuró las mejillas y metió la noble pelambrera, reducidas ya a un barato mechón de pelo, en un sobre. A su vuelta, escribió: «Las barbas de la Academia».
Desde entonces, lo de llevar o no perilla, no cuenta tanto en la RAE. Fue un reclamo, sí, pero su postura también trajo, quizá de rebote, cierto punto modernizador. El mismo talante gastó en la ceremonia del Nobel de Literatura. La regla imponía chaleco, pajarita y camisa blanca. Pero Cela estaba orgulloso de su traje de gala de la RAE y no renunció a él. Así que ese día lució pajarita y traje negro. Y como estaba orgulloso de su lengua y cultura se adornó la estampa con la medalla de la RAE y la de la Orden de Isabel la Católica.
Las dos anécdotas arrojan luz sobre su figura. «Él siempre tuvo una tendencia histriónica. Quería construirse un personaje público. Todos recuerdan su inmersión en una fuente. En las entrevistas hacía declaraciones provocativas. Dionisio Ridruejo siempre decía que Cela fue un gran estratega de su fama. Pero él se lo podía permitir porque, aparte de esas estrategias, en lo sustantivo era irreprochable: fue un gran escritor. No vendía humo», comenta Darío Villanueva, exdirector de la RAE. Él mismo pone en valor una de sus reivindicaciones: «En varios de sus escritos se lee, y esto es algo que se le debe reconocer, denuncia el trato que la sociedad española da a los escritores. Comenta que aquí cuando un niño quiere ser poeta, la familia lo machaca para que sea agrimensor o funcionario de correos. Y cuando alcanza el éxito, la sociedad lo ningunea. Eso es lo que quiere obviar a través de este histrionismo».
Villanueva puntualiza un detalle: «Siempre se le ha acusado de su afecto al dinero. Pero él defendía que el escritor debía poder vivir de su profesión y defendió la profesionalidad económica de los escritores. En ese aspecto contribuyó a algo de lo que después se han beneficiado otros colegas». Pero Cela, que ha quedado desdibujado por el resplandor de su personaje y propia fama, ¿cómo era en realidad? Darío Villanueva no duda: «Tuve trato con él y una cosa era el Cela de «petit comité», el que se reunía con personas de su confianza y simpatía, y otra cosa el Cela que se manifestaba ante la gente poderosa o en general, cuando hacía teatro de sí mismo. Yo mismo asistí a algunas de estas representaciones, pero como conocía al otro Cela, me daba cuenta de que todo eso era una impostación. Cela era un tipo extraordinariamente inteligente, que veía crecer la hierba. Era muy amigo de sus amigos, que apreciaba la lealtad, la fidelidad, la sinceridad, algo que daba y pedía. Pero también era una persona extraordinariamente sabía y entretenida».