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Aniversario

Lo que Cela se dejó en el tintero

El Premio Nobel de Literatura, que falleció el 17 de enero de 2002, dejó un montón de libros y proyectos inacabados y un par de obras de teatro sin terminar que ahora se están catalogando

Camilo José Cela, un escritor que fue más allá de los márgenes de la literatura
Camilo José Cela, un escritor que fue más allá de los márgenes de la literaturalarazon

A Cela le faltaron años y le sobraron proyectos. Hombre de múltiples máscaras y acicalada prosa, el escritor, de natural inquieto y de intelecto brillante, trajo consigo una literatura de portentosa imaginación, bien enjambrada de personajes y preñada de una valentía inaudita. Partió de «La familia de Pascual Duarte», libro rompedor y feroz; un retrato audaz que, sin salir de los moldes de la novela más tradicional, agitó las aguas empantanadas del franquismo, le valió el epíteto de «tremendista» y le puso por primera vez enfrente de la censura. Renovó después el género de viajes con un librito de apariencia sencilla y humilde, bien trabajado y baldeado con lo mejor del idioma, que después ha sido cien veces imitado: «Viaje a la Alcarria». Y como el éxito jamás es lo que se ha logrado, sino lo que aún queda por venir y acariciar, remató fama y nombre con «La colmena», que le encauzó hacia una obra indómita, que desafiaba las normas preestablecidas para alumbrar unos textos que nacían con una declarada vocación de impulsar la escritura hacia márgenes más inexplorados: «San Camilo, 1936», «Mazurca para dos muertos», «Oficio de tinieblas 5», «Cristo versus Arizona»...

El 17 de enero se cumplen veinte años del fallecimiento de Camilo José Cela, ahora enterrado en el cementerio de la iglesia de Iria Flavia, en una sepultura sobria, sin alardes, que casi pasa desapercibida y que contrasta con la imagen pública que pervive de él. El novelista, admirador de Valle-Inclán, del que debió aprender que para iluminar una estética antes hay que forjarse un personaje, dejó en las gavetas de escritor un buen montón de proyectos, ideas y textos que arrojan luz de la inquietud de un talento que esperaba revolver todos los baúles de las letras.

Con su desaparición quedó así un curso de obras inacabadas de mayor o menor ambición o relevancia, y la posibilidad, tampoco descabellada, de que aparezca algún cuento o artículo traspapelados. Cela fue un escritor que aprovechaba el material y no dejó, como otros más descuidados, papeles arrumbados. La sorpresa surgió cuando su hijo, heredó de su madre, Charo, unos arcones y en su interior aparecieron dos obras de teatro sin rematar «entre un montón de carpetas, sobres y hatajos que, para pasmo mío, contenía cerca de cuatrocientas páginas de manuscritos de CJC, incluidos poemas inéditos, artículos y casi un millar de cartas más», como contó Camilo José Cela Conde en «Cela, piel adentro» y ha confirmado a este diario. Esas páginas están en proceso de transcripción, estudio y examen.

No pudo abordar el tercer y prometedor volumen de sus memorias, ‘Turno de réplica’

Son unos textos que parecen viejos y que, como asegura Adolfo Sotelo Vázquez, profesor de la Universidad de Barcelona y uno de los mayores expertos en el escritor, «están inacabadas, pero muy en consonancia con el cine. Habrá que estudiarlas para saber bien de qué van». Una de las ideas que quedó subrayada por el autor es el libro «Lo que quedó cuando el amor ya muerto...». Todo lo que pudo ser esta obra proviene del sugerente nombre. Iba a estar dedicado a relatos. La idea partía de 1943, pero nunca se publicó. Adolfo Sotelo Vázquez explica que estos volúmenes muchas veces estaban destinados a recoger los cuentos que el autor iba publicando en diferentes publicaciones. «Fueron años duros para Cela. En los cuarenta, él siempre andaba en busca de un editor que le publicara, pero nadie se comprometía con él».

Otro de los proyectos era una antología dedicada a la poesía contemporánea, un proyecto que también quedó desbaratado. En esta ocasión debido a la aparición de un volumen de similares costuras auspiciado por César González Ruano, al que conoció en 1945 en Sitges y del que se hizo enseguida amigo. «Tenía otro muy notable, lo anuncia en una carta y lo ofrece en 1946 y 1947 a una editorial que, con una enorme fatalidad, quebró, de escribir una historia de la novela española del siglo XX. Es algo que sorprende, porque Cela, en efecto, había escrito algo sobre Baroja, Unamuno... pero no está claro que dispusiera de una formación para lanzarse a una historia de la novela», comenta Sotelo Vázquez. Cela siempre sintió una debilidad por armar libros que conjugaran la escritura con las artes plásticas. Una predilección o debilidad que resulta evidente en la revista «Papeles de Son Armadans» y en una obra pequeña, pero atrevida y de renombre llamada «Izas, rabizas y colipoterras», con fotos de Juan Colom, una suerte de ordenación o índice de la fauna de la prostitución del barrio chino de Barcelona.

En esta dirección pretendía avanzar con «Nueva York Amarga». Un libro que formaría parte de una serie y que nacía con resuello y enorme envergadura (otros volúmenes estarían dedicados a la ciudad de México, de mano de Octavio Paz, y a Roma, con Rafael Alberti). Por un lado, contaría con fotografías de Carles Fontseré y, por otro, con los textos que redactaría el propio Camilo José Cela. Estaría centrado en Manhattan. Se conservan bastantes imágenes de Fontseré y hasta existen las cubiertas, que llegaron a prepararse, pero, en cambio, solo hay seis textos del Premio Nobel de Literatura. Pero el gran libro perdido es el tercer volumen de sus memorias, que proyectó: «Turno de réplica». «Lo estaba comenzando, pero ese tomo no existe. En sus cuadernos hay esquemas. Iba a abordar su relación con Juan Aparicio, la falange y con grupos monárquicos que apoyaban a Don Juan. Iba a ser importante porque queda implícita la autojustificación».

MÁS QUE UN PROSISTA

Por Ignacio Echevarría
La posteridad de Camilo José Cela permanece hipotecada por los malentendidos que él mismo contribuyó a sembrar. La presencia mediática que llegó a tener en las últimas décadas de su vida, la enorme exposición pública de su figura –siempre espectacular, socarrona y brutal–, lo convirtieron en un escritor popularísimo, que acaparaba todo tipo de galardones y reconocimientos, que vendía decenas de miles de ejemplares de casi todos sus libros, pero al que pocos en verdad leían.
Sesenta años de presencia constante y estelar en el escenario de la vida literaria española –los que van de la publicación de La familia de Pascual Duarte, en 1942, hasta su fallecimiento, en 2002– hicieron de él un icono cultural asociado a la posguerra y a las esencias «carpetovetónicas», por emplear un término muy de su gusto del que él mismo se sirvió en más de una ocasión para acuñar su propia poética. No es de extrañar, siendo así, que su obra despierte en la actualidad escasa curiosidad y se considere producto de una época y de una idiosincrasia ya superadas.
El carpetovetonismo constituía para Cela toda una «actitud estética» íntimamente ligada a la tradición española, que a su entender «ignora el equilibrio y pendula, violentamente, de la mística a la escatología». Él la suscribió persuadido desde muy pronto de que «la cultura y la tradición del hombre, como la cultura y la tradición de la hiena o de la hormiga, pudieran orientarse sobre una rosa de tres solos vientos: comer, reproducirse y destruirse». Este nihilismo esencial, aliado a un portentoso sentido del humor y a un no menos portentoso sentido de la piedad (aunque puede que uno y otro sean lo mismo, aun cuando se manifiestan con toda crueldad), alimentó una prosa narrativa a menudo entretenida en «la croniquilla atónita de los minúsculos acaeceres de la España árida», como él mismo se refirió a ella en alguna ocasión con una humildad que no debería confundirse con la falta de ambición.
Pues, con independencia de que esa «croniquilla» terminara siéndolo de la faz entera del país (allá están los portentosos libros de viajes por toda la península española, o la trilogía de sus «novelas gallegas»), lo cierto es que con tan sencillos y burdos materiales Cela fue hilvanando, con admirable deliberación y paciencia, con asombrosa coherencia y radicalidad, una forma personalísima y sofisticadísima de novelar que se cuenta entre las más grandes y portentosas hazañas literarias del siglo XX en cualquier lengua.
Esto último es lo que la estentórea interferencia de su figurón público impidió ver y calibrar, tanto a sus detractores como a la mayor parte de sus admiradores, unos y otros distraídos por las boutades y el feroz anecdotario del personaje, satisfechos con la sola celebración de su prosa, sin duda magistral, pero urdidora a la vez –conviene insistir en ello– de un puñado de extraordinarias novelas que le aseguran un puesto destacado en la historia del género y de la literatura.