«Antes de que llegue el olvido»: Escribir en nombre de las que callaron
Ana Rodríguez Fischer recupera en su nueva novela a las excepcionales escritoras rusas Anna Ajmátova y Marina Tsvietáieva
Madrid Creada:
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No están tan lejos como parece: sí a nivel temporal, pero no en cuanto a inquietudes, retos o emociones. Anna Ajmátova murió en 1966, y Marina Tsvietáieva se suicidó en 1941, pero sus vidas, ideas y escritos pueden ser tan actuales como lo eran en su época. Dos mujeres excepcionales, cuya escritura partió de la lengua poética de Pushkin, y que ahora se acercan más que nunca a través de la palabra de Ana Rodríguez Fischer. La escritora asturiana ha realizado un acto de vigencia y de restitución, y ha traído de vuelta a la vida a estas dos autoras rusas, «para demostrar que son próximas a nosotros». Lo hace en «Antes de que llegue el olvido» (Siruela), novela ganadora del Premio de Novela Café Gijón, y donde se lee: «Cuando una mujer escribe, lo hace para todas, las que han callado miles de años, siguen callando aún, y callarán por siempre jamás». Apunta Fischer que «Ajmátova tuvo que callar durante 20 años, y Marina también estuvo prohibida. Este libro es una condensación de sus voces, pues en su época, con el totalitarismo de Stalin, era muy difícil expresarse». Entonces, ¿escribe por las que callaron, o callarán? «Y para conocerme, aislarme y tener silencio. Pero tiene que haber un motor, una provocación o curiosidad para sentarme», matiza.
Fischer parte de un profundo conocimiento de la obra de Ajmátova y Tsvietáieva, producto de que «desde muy cría he leído bastante literatura rusa». Arranca con el suicidio de la escritora, que impulsa a una Ajmátova desolada a romper su silencio, escribiéndole una larga carta. «El libro es y no es una misiva, porque hay una destinataria, pero también el relato tiene soliloquio, vocación o imaginación. Es una mezcla, con la voluntad de comunicar y transmitir, pero también de confesar por parte de Ajmátova», apunta Fischer. Habla de su infancia, sus hijos, sus amantes, sus amigos –el caso de otros autores rusos como Bulgákov, Pasternak o Maiakovskvi–, pero también sitúa al lector en una etapa crucial de la historia de Rusia y Europa. Plantea un retrato fiel de unas vidas lastradas por las circunstancias, pero que en todo momento tratan de rebelarse contra la represión impuesta por la guerra y el régimen stalinista. Unas páginas, por tanto, cargadas de historia, de dolor y de ideologías llevadas al límite.
Stalin reprimió las voces disidentes, acotó las creaciones y la cultura a sus intereses. Algo que no difiere a la actualidad de Putin. Ante ambos dirigentes, opina Fischer, «existe el culto a la personalidad. Con otras dimensiones, pero hoy estamos por el mismo camino. Da vértigo. También hay una falsificación y una distorsión del lenguaje, por ejemplo con cómo etiquetan la guerra de Ucrania: dicen que es una misión de paz. Con la perversión del lenguaje manipulas las mentes». A esta propaganda, observa la autora que se le une «que la censura y el adoctrinamiento están volviendo. Debemos aprender a defendernos contra las voluntades uniformizadoras en lo moral, en lo político, lo ideológico, lo estético... Se están prohibiendo obras teatrales o metiéndose con los contenidos de los libros de texto. Se está instaurando el uso de la mentira. Eso no se había visto en 30 o 40 años de democracia», denuncia la autora.
El antídoto ante esta pérdida de valor por parte de la verdad es, para Fischer «leer y pensar». Kant definía la Ilustración como «la liberación del hombre de su autoculpable minoría de edad. Esa minoría de edad es no pensar por cuenta propia, aceptar lo que te dan. Es paradójico que eso ocurra en momentos en los que la información está muy disponible y accesible. No te puedes quedar con la primera fuente, hay que ir contrastando», anima la escritora. No se trata, en una época en que Wikipedia ha llegado a ser irónicamente una vía informativa reposada, de ir a una hemeroteca y leer 400 páginas de lo que interesa. Sino que la solución a la invasiva desinformación reside «en bracear y apartar las ramas caídas y la hojarasca. También es cierto que hacen falta más voces creíbles. Han desaparecido los intelectuales y ahora están los opinadores, o sea, los voceros», subraya.
Anima, por tanto, a la lectura, como un modo de dialogar con uno mismo, y por tanto de conocerse y de salir de la zona de confort. Una comodidad que no disfrutaron Ajmátova ni Tsvietáieva, pues así lo escribe Fischer en la novela: «Tuvimos libertad y soledad, pero también sufrimos órdenes y prohibiciones. Vivimos envueltas en las sombras que apagaban nuestras casas y teñían de tristeza y de dolor las alegrías y los juegos. Aún así, pudimos reír y soñar». El lector, reflexiona la asturiana, recibirá ante todo el ejemplo de dos mujeres que basaron sus existencias «en la fortaleza, la resistencia y la integridad. En la fidelidad a sí mismas, a sus ideas. Fueron valientes, pese a los embates de la historia, las traiciones o los abandonos que sufrieron», concluye.