"Méritos e infamias"

Más Pushkin

“Toca el turno a la negación de lo que hasta hace poco nos parecía sublime y ahora nos repugna”

Una persona observa la obra 'Miembro del Osoaviajim' de Víktor Sinaiski en la sede en Málaga del Museo Estatal de Arte Ruso de San Petersburgo.
Una persona observa la obra 'Miembro del Osoaviajim' de Víktor Sinaiski en la sede en Málaga del Museo Estatal de Arte Ruso de San Petersburgo.Daniel PérezAgencia EFE

Mientras las bombas caen sobre Ucrania sin que Europa sepa bien cómo responder al oso ruso, vuelven a repetirse los peores espectros de la guerra, que giran ante nuestros ojos como las figuras de los relojes medievales que tanto les gustan a los turistas. Le toca el turno a la negación de lo que hasta hace poco nos parecía sublime y ahora nos repugna. Cuando los cascotes llenaban las calles de Berlín ya hacía tiempo que se inició una purga contra todo lo que oliera a alemán de una punta a otra del continente e incluso se prohibió la interpretación de piezas musicales por el simple motivo de que sus autores fueran germanos. La locura llegó a tal extremo que en los años finales y posteriores al conflicto casi quince millones de «alemanes» que vivían desde hacía siglos, en el periodo teresiano, en territorios ahora conquistados por la URSS fueron deportados en masa. Con el mismo método con el que ahora los ucranios se lanzan hacia las fronteras para salvarse de la guerra de los rusos. Nada ha cambiado en el ser humano, su ceguera sigue intacta. En nuestra isla meridional, donde todo está ya listo para las fiestas de primavera, ahora nos molesta el Museo Ruso de Málaga y la medalla Pushkin que le entregó Putin al alcalde Francisco de la Torre. A nadie le gusta ver lo que sucede en Ucrania, pero choca ver cómo hace nada la excepcional colección de pinturas se consideraba un activo de la ciudad, un vector clave en su promoción del turismo, un referente único que ahora ya no interesa. Ni el museo, ni Pushkin representan los valores culturales de Rusia, como tampoco el ex agente de la KGB que invade un país democrático. Sería ridículo caer en la retórica de la «cancelación» de los símbolos culturales que sólo nos empobrecen más como seres humanos. Nos llevamos las manos a la cabeza al recordar aquello del «entarteten kust» nazi cuando ahora ponemos la misma raya nosotros. Más Pushkin, y si es con Chaikovski mejor.