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Fernando Wulff, el historiador que defiende la globalización como antídoto del extremismo

Fernando Wulff publica «A orillas del tiempo» (Siruela), ensayo que retrata tres miradas que se cruzaron hace 2.000 años y, con ellas, tres culturas que compartieron más a nivel social e histórico de lo que parece

Mapa de Claudio Ptolomeo. Wikipedia
Mapa de Claudio Ptolomeo. WikipediaLa Razón

El control de los silencios es una cuestión de complejidad y calidad en la música. Lo afirmaba Paco de Lucía, y lo demostraba entre acordes. También la ausencia de sonido resulta vital entre el público de cualquier teatro, y el silencio que escuchaba Fitzgerald en sus noches de insomnio le fue inspirador. No existe meditación zen sin mutismo, y no hay ruidos en el desierto africano. El silencio es universal, como también lo es aquello que alimenta a nuestra identidad. Fernando Wulff, escritor, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Málaga y amante del flamenco, recuerda las palabras del inmortal guitarrista para introducir la idea de su libro: «No somos otra cosa que habitantes de una única bola contenida en una improbable burbuja que surca el espacio. Nuestra historia no es que refleje unidad, es que es esa unidad», relata. Publica «A orillas del tiempo. Historia entre mundos dos mil años atrás» (Siruela), un ensayo que «no busca ser un libro de historia», sino reflejar hasta qué punto Occidente y Oriente comparten rasgos e historias.

Ptolomeo concedió a la sociedad grecorromana una visión del globo con su mapamundi. En China se referían al Imperio Romano como «la Gran China», y esa sensación de la amplitud, diversidad y complejidad del mundo también se sentía en la India. «La compasión por los animales se siente en todas partes, y el bienestar de la gente es un componente esencial de cualquier gobierno», ejemplifica Wulff, basándose en documentos. Para su libro, ha acudido a estatuas, monedas, contratos, debates, tesoros, discursos, poemas o manuales de Estado, y en ellos ha percibido cómo todas las culturas nos hablan a todos. «Cuando leo un cuento de una señora china de aproximadamente el año 100, explicando que las niñas deben ser educadas como los niños, ¿nos habla a nosotros o no?», propone. Son tres personajes los que le acompañan en esta obra, y que sirven como parte de esa abismal travesía de tratar de cambiar la forma en la que aprendemos del pasado y miramos hacia el futuro.

Tres miradas que, en un momento de la historia, se cruzaron, con el Índico como espacio intermedio. Fueron Trajano, Gan Ying y Sahadeva. El primero «llega al Golfo Pérsico y ve un barco que va a la India. Dice, si yo fuera más joven, iría más lejos que Alejandro Magno. No lo hace, pero su mirada sí mira hacia Asia. Sabe que el mundo continúa», explica el autor. Por su parte, Gan Ying es enviado por el general Ban Chao a Roma, para conectar los dos mundos. No llega a completar el viaje, pero arriba al mismo mar que Trajano, y mira en nuestra dirección. Y por último está Sahadeva, personaje de la épica india, que sueña con un imperio universal. Tres historias aparentemente lejanas pero conectadas, que van en contra de ese pensamiento generalizado de que apenas existen relaciones entre Occidente y Oriente: no son dos mundos, sino uno. «Tenemos que luchar contra las maneras que hemos tenido de entender nuestras realidades», dice Wulff, y para ello añade que deberíamos acabar «con los modelos cerrados de nuestras identidades estatales, de nacionalismos, y con todas las formas etnocéntricas y eurocéntricas, que llevan a que se diga que existe una guerra de culturas en el mundo. Todo eso es peligroso».

El escritor e historiador Fernando Wulff
El escritor e historiador Fernando WulffSiruela

Manipulación histórica

Para Wulff, entre los temas pendientes como especie, destaca que «la única historia verdadera es la de la humanidad como colectivo», y pensar de esta manera es una técnica «imprescindible para remitir extremismos. Tenemos mucha tarea, porque se está tergiversando permanentemente la historia». Y, ¿por dónde se empieza? «La manipulación histórica es parte de la condición humana, y hay que ayudar no solamente a dar perspectivas distintas, sino a que la gente tenga una posición crítica. Mi libro va en esa dirección, y demuestra que la historia conoce cosas que ni la razón ni el corazón conocen», apunta. Algo que afecta al mundo actual en gran medida, pues no habrá fusión de culturas y entendimiento global sin comprender lo que ocurre día a día. «Estamos en un momento único en la historia del mundo», continúa el historiador, «Marco Polo era un niño comparado con los procesos que estamos viviendo, que tienen una intensidad sin precedentes». Y vuelve a la importancia de reformular la visión que tenemos del planeta, pues para aprovechar estos avances «es importante evitar que la reinvención de nuestro pasado nos bloquee, y recordar lo que podemos compartir. Hoy nos movemos en el mundo con unos cambios culturales sin precedentes, una globalización de enormes dimensiones, y también con una capacidad de destrucción muy alta, por eso hay que reflexionar con cuidado», zanja.

Es la inmediatez de la actual globalización la que se debe combatir para no olvidar que se trata tan solo de una más, y que la primera ocurrió hace 2.000 años, cuando aquel cruce de miradas: «Cuando surgen o consolidan las culturas grecorromana, china e india fue el momento con mayores conexiones de la historia, de mayor extensión del pensamiento y la cultura escrita», resume Wulff. Y ello se refleja en dos aspectos que han acompañado al ser humano en todos esos siglos: la escritura y la religión. Entre los tantos epígrafes que incluye el índice de «A orillas del tiempo» –75 capítulos en total–, Wulff dedica parte de la obra a la comunicación del ser humano. «El resultado de aquella gran globalización es el mayor desarrollo de la escritura de todos los tiempos. Es una memoria aparte, y nos genera unas capacidades extraordinariamente nuevas en términos de neurociencia y culturas. Somos una especie parlanchina que en un momento se convirtió en una escritora, y gracias a la lengua controlamos la realidad y nos comunicamos. Es algo genético», plantea el autor.

En cuanto a la religión, el autor anima a dejar a un lado la tendencia de reflexionar desde lo laico. El momento histórico que aborda en el libro es fundamental, pues se demuestra qué tienen que ver el budismo con el hinduismo o el cristianismo. El año pasado, recuerda Wulff, en Egipto apareció, «en una ciudad llamada Berenice, una estatua de Buda. Apareció en un templo de Isis, una diosa mistérica. Fue una sorpresa arqueológica». Y lo compara con «Pompeya, donde en una villa hay una imagen de una mujer egipcia de marfil». ¿Qué tienen en común esas diferentes religiones? Principalmente, que proponen la idea de que hay un más allá al alcance de todos, que ofrecen personajes a los que encomendarse. Como decía el álbum de John McLaughlin, «que tocó con Paco de Lucía», matiza, «amor, devoción y entrega». Eso pasa, asegura, «en el budismo y con dioses hindúes como Krishna».

Las sociedades son «combinaciones de nuestra condición de humanos», explica Wulff, y resulta impresionante que entre el Mediterráneo y el Índico, entre esas dos aguas, se comparten historias y posibilidades, o que «el budismo se expande desde la India hasta China y más allá asumiendo las formas del arte grecorromano», apunta el autor. Debemos pensarnos como parte de la humanidad, siendo conscientes de que «tenemos identidades que son cambiantes. Hay que leer y reflexionar para que nadie las manipule», concluye.

DISFRUTE Y PROTECCIÓN DE LA IDENTIDAD

Un sevillano puede tener más en común con una de Nueva York que con su vecino. Y hay formas de comprobarlo. La identidad se enriquece según el mundo aumenta su interconexión, y consiste «en un nudo de pertenencias familiares, de género, de nación o de barrio», apunta Fernando Wulff. Unas identidades que, dice, «hay que vivir, disfrutar y alimentar», pero también proteger. «Se han alcanzado derechos, y tenemos que tener cuidado de no manipularlos en un sentido defensivo», y ejemplifica: «En EE UU está funcionando una peligrosísima política, que dice que vamos a volver a un auténtico modelo de relaciones entre hombres y mujeres. Eso es brutal, y tenemos que ser conscientes de que existe».