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De Ptolomeo a Euclides: ¿cómo se salvaron los clásicos?

En «La ruta del conocimiento» la historiadora Violet Moller explica en este estupendo ensayo cómo, tras la caída de Roma, se rescataron las ideas del mundo clásico, que significan el origen y la base de nuestra herencia intelectual común
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La aventura de cómo el conocimiento ha sobrevivido una y otra vez a las catástrofes cíclicas que han asolado los tesoros bibliográficos en los que se albergaba la memoria colectiva de la Humanidad, su ciencia y su literatura, es un recurrente esquema, de tintes casi míticos, que conviene tener siempre presente. Es el eterno retorno de una humanidad condenada a empezar de nuevo en una cosmogonía periódica –como estudió Eliade y explotan las ficciones apocalípticas– una historia que nos conmueve hondamente. Pero de alguna manera el ser humano siempre ha vuelto a ponerse en pie y ha comenzado de nuevo su camino de progreso y conocimiento.
Un ejemplo clave es el recorrido de las disciplinas científicas desde la antigüedad hasta nuestros días, más allá de la crisis que supuso el declinar del mundo clásico y el estrechamiento de horizontes del Medievo. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, como mostró B. Ward-Perkins, el nivel de vida, la industrialización y los desarrollos culturales y artísticos retrocedieron de forma dramática. Ciertamente no es esta la única catástrofe del conocimiento: no otra cosa fue el fin de la Edad de Bronce, con el colapso del Próximo Oriente y de los palacios micénicos, cuando se perdió, por ejemplo, la escritura en Europa, que no volvería a aparecer hasta siglos más tarde. Son desastres y violencias recurrentes y, si hablamos de quemas de libros, no hay que ir muy lejos: tras Alejandría, Constantinopla, Córdoba o Bagdad, vino el Berlín de 1933.
Alto desarrollo intelectual
Una de las epopeyas mas apasionantes de la historia cultural es la transferencia del legado de los autores griegos y latinos, que llegaron a altísimas cotas de desarrollo intelectual y de los que se conserva, por desgracia, apenas el 5% de su producción. A estudiar cómo, incluso en el Medievo, brillaron estos rescoldos de saber se dedica ahora un estupendo libro de Violet Moller titulado «La ruta del conocimiento», que sigue la deriva de la ciencia antigua desde que cesó en Alejandría la empresa cultural helenística de recopilar lo mejor del saber. Como una detective cultural, Moller sigue la pista de cómo las tres obras emblemáticas de la ciencia antigua, el «Almagesto» del astrónomo Ptolomeo, los «Elementos» del matemático Euclides y la ingente obra médica de Galeno lograron sobrevivir a ese cataclismo cultural gracias a un tenue hilo que se prolonga en el Medievo gracias a los centros de saber multicultural en el sur del Mediterráneo.
El libro lleva un subtítulo muy sugerente que desvela bien el tipo de aproximación que se pretende, «una historia en siete ciudades»: recorre desde el final de la antigüedad en Alejandría para seguir la transmisión del conocimiento en los grandes centros de copia de manuscritos, traducción, acopio de libros e investigación que fueron Bagdad, Córdoba, Toledo, Salerno, Palermo y Venecia. Salta a la vista que estas ciudades no son lo que hoy los eruditos del norte de Europa considerarían lo más selecto de la ciencia moderna: y el gran mérito del libro es precisamente luchar contra el prejuicio que ningunea los muchos renacimientos que precedieron al centroeuropeo de la Edad Moderna y a su desarrollo posterior en el norte, subrayando lo mucho que supuso el mestizaje cultural propiciado en la España de las Tres Culturas, el Meridione italiano y Sicilia, entre godos, árabes, bizantinos y normandos.
Moller exalta el esplendor de la corte abasí en torno a la Casa de Sabiduría de Bagdad, o la Córdoba omeya como centro de ciencia. Otro tanto ocurre con el Toledo de los traductores y del rey sabio, meca de eruditos en su tiempo, o también en Salerno, gran escuela médica o con la brillante y mestiza Palermo del normando Rogelio II. Todo ello, ciertamente, desemboca en Venecia, donde irán a parar desde el sur los saberes clásicos salvados e hibridados con otras culturas. Pero también, a la par, vendrán desde Oriente los sabios griegos exiliados por la presión turca. Además de una historia de siete ciudades este es un fresco de personajes clave de la cultura entre el 500 y el 1500 , de Maimónides a Gerardo de Cremona o Aldo Manuzio. Es un libro con grandes méritos, pese a algunos defectos y simplificaciones, y muestra la importancia de los continuos renacimientos –no uno solo– que permitieron la transmisión del saber clásico.
Sobre la autora
Violet Moller es una historiadora con un interés particular en las ideas y en la transmisión del conocimiento a través de los siglos. Comenzó su carrera como periodista y obtuvo el doctorado de Historia en la Universidad de Edimburgo. Ha estudiado de manera activa de historia de la ciencia y del papel cultural que tienen las bibliotecas en la sociedad.
Ideal para
Reparar en el papel mediador de las culturas del Medievo que, en centros de saber como el de Bagdad, lograron avances indispensables para la transmisión del conocimiento.
Un defecto
Algunas simplificaciones maniqueas o expresiones desafortunadas, como despachar a Cisneros, uno de los mecenas culturales más notables del Renacimiento, como «clérigo fanático».
Una virtud
El tono narrativo es bastante vivo y casi novelesco, de forma que la peripecia de las obras clásicas a lo largo de los mil años de Historia estudiados por la autora es amena y sugerente en todo momento
Puntuación
9
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