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Centenario

«El gran Gatsby», la novela que retrató el «otro» sueño americano

Se cumplen cien años de la publicación de la obra de F. Scott Fitzgerald, unas páginas que alabó Hemingway y cuyo personaje sigue siendo hoy un icono

Leonardo di Caprio interpretó a Jay Gatsby en la adaptación a la gran pantalla de la novela dirigida por Baz Luhrmann
Leonardo di Caprio interpretó a Jay Gatsby en la adaptación a la gran pantalla de la novela dirigida en 2013 por Baz LuhrmannX

Siempre se ha dicho: «El gran Gatsby», de F. Scott Fitzgerald, publicada por primera vez el día 10 de abril de 1925 en Estados Unidos, es una novela perfecta. Perfecta en su factura y perfecta en su ejecución y perfecta, sobre todo, en la capacidad de Fitzgerald para captar el espíritu de una época, la célebre «era del jazz»: un periodo marcado por la celebración de fiestas constantes y deslumbrantes, por el abundante dinero y por el derroche copioso de alcohol y superficialidad que se vivió como si se tratara de un sueño profundo pero que, no obstante, se desmoronó abruptamente con el crack del 29 y la posterior depresión de los años 30.

Más allá de su perfección (que incluye algunas pequeñas imperfecciones sin relevancia), la novela de Fitzgerald, en cualquier caso, cien años después de su publicación es ya en todo un clásico moderno, no sólo de la literatura estadounidense, sino también de la mundial. No resulta extraño, en ese sentido, que además de ser leído y estudiado y de que haya sido llevado a la gran pantalla, «El gran Gatsby» se haya convertido es una referencia, también, para los jóvenes y los nuevos escritores, que encuentran en esa obra una fuente inagotable de recursos de lo que debería hacerse para escribir, precisamente, una novela perfecta.

No es fácil, sin embargo. Pues el genio de Fitzgerald es único y nadie, salvo él, podría haber escrito esta historia sobre un personaje tan enigmático y contada, a su vez, por un narrador tan poco confiable, y que ya desde su publicación en abril de 1925 atrajo la atención de importantes escritores de entonces, que percibieron en «El gran Gatsby» un retrato fugaz y personal del sueño americano y, en su autor, a un genio que, con su tercera novela después de haberse consagrado con «A este lado del paraíso» y «Hermosos y malditos», se encontraba en la cúspide de su fama y de su arte. Desde Ernest Hemingway, que consideró «El gran Gatsby» una novela sublime, hasta T.S. Eliot, quien la vio como una poderosa representación de la decadencia de la sociedad estadounidense y la búsqueda de significado en un mundo superficial, fueron muchos otros escritores, también, los que admiraron la obra de Fitzgerald. Como John Updike, que, por ejemplo, recalcó la figura de héroe trágico, con su búsqueda del amor y la aceptación social, que emanaba de un personaje como Gatsby, mientras que Salman Rushdie valoró el hecho de haber combinado Fitzgerald el romance con la crítica social, explorando, además, el vacío que hay detrás de tanta riqueza y glamur. Sea como fuere, lo cierto es que a ese elenco de escritores que son devotos de Fitzgerald se suma ahora Rodrigo Fresán, admirador de la obra y de la vida del escritor estadounidense, y que invita a los lectores a celebrar los cien años de esta «Gran novela americana» con «El pequeño Gatsby» (Editorial Debate), un breve libro a mitad de camino entre el ensayo y la crónica periodística que permite descubrir (a quienes no la hayan leído) y redescubrir (a todos los que sí conocen su historia) las claves de una obra que, como el mismo Jay Gatsby, permanece y permanecerá para siempre.

Fresán, que una vez al año lee «El gran Gatsby» y que en cada lectura siempre encuentra algo nuevo, distinto, desvela en su obra los secretos que rodearon la escritura (las primeras dieciocho mil palabras que Fitzgerald le envió a su editor y que el mismo le devolvió para que profundizara más en el pasado del protagonista, así como en el tiempo de escritura y de correcciones y de reescritura y todo lo que giró alrededor de la publicación del libro). Pero, especialmente, Fresán ofrece una clave de lectura para adentrarse en la novela o para volver a ella. Porque, si de algo trata «El gran Gatsby», y esa es la clave de su encanto, es de la posibilidad –o quizá de la imposibilidad– de repetir el pasado.

Porque más allá de una trama que transcurre en Long Island, Nueva York, durante los años 20, y que es narrada por Nick Carraway, un joven que se mudó a West Egg para trabajar en el negocio de los bonos y se encontró con Jay Gatsby, su misterioso vecino, conocido por sus extravagantes fiestas y una enigmática personalidad, lo que marca el pulso de la novela (con ese comienzo tan citado y ese final, tan poético, tan «fitzgeraldiano», que es mejor no reproducir en los tiempos del «spoileo») es el anhelo ferviente e insaciable de Gatsby por volver a conquistar a Daisy Buchanan, una mujer que representa tanto su deseo como su idealización del pasado que se fue y que no vuelve y que, si regresa, lo hace de manera trágica.

En este libro destacan las misivas que envió Fitzgerald a dos de sus psiquiatras
En este libro destacan las misivas que envió Fitzgerald a dos de sus psiquiatraslarazon

Espejo social

Personaje que encarna, por un lado, la belleza y el encanto superficial de la alta sociedad, y, por el otro, la vacuidad, el aburrimiento, el egoísmo de quienes nadan en la riqueza, como el esposo de Daisy, Tom Buchanan, un hombre aristocrático y rancio que exhala una masculinidad tóxica, brusca, brutal. Personajes, en cualquier caso, a través de los cuales Fitzgerald mostró la hipocresía de la élite social y la falta de valores que caracterizó a la sociedad de entonces, que a pesar del acceso a la riqueza no alcanzó la felicidad. El propio Gatsby, ese tipo tan simbólico y extravagante, es, en la novela, quien mejor representa aquello que se llamó el sueño americano, pues su vida refleja tanto la esperanza y la ambición como el desencanto y la desilusión.

«El gran Gatsby», en todo caso, más allá de su condición de clásico o, probablemente, en tanto por su condición de ser un clásico, no fue un éxito de ventas en el momento de su publicación y apenas se despacharon veinte mil ejemplares, lo cual, para Fitzgerald, aunque convencido de su talento, significó un fracaso. Y así lo creyó y así se murió: pensando que su novela no había sido apreciada. Sin embargo, cosas del destino (o del destino de las novelas perfectas), «El gran Gatsby» se convirtió, durante la Segunda Guerra Mundial, en una parte del plan de estudios de la escuela secundaria estadounidense y encontró lectores que ni Fitzgerald siquiera hubiese imaginado. Lectores que supieron que «El gran Gatsby» era eso: un clásico moderno, una novela perfecta, algo que recuerda que del pasado no se vuelve. Ni se repite. Jamás.