Literatura

Una señora muy fea

No sé por qué se compara (el que lo ha vivido lo sabe) lo de plantar arbolitos, el tener niños y el escribir libros.

Una joven escribe en un cuaderno
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Veamos, los quehaceres de jardinería, son sencillos, aeróbicos, saludables y relajantes, personalmente me gustan por eso he plantado, podado y regado diversos vegetales en mi vida.

Lo de tener hijos es harina de otro costal, ni fácil (exceptuando el método conceptivo) ni relajante, ni pienso que saludable (las mujeres célibes viven muchísimo más). A mí me cambió radicalmente por dentro (y por fuera).

Sin embargo, el proceso de dar vida a una obra literaria es partirse en dos, abrirse en canal el cráneo y la pelvis a la vez, con el consiguiente parto de cada uno de los personajes (y cada uno de los capítulos) saliendo de dentro de una con zapatos y sombrero, y con el paraguas abierto.

Escribir un libro me ha costado más, muchísimo más que el parto de mi hijo mayor, sin anestesia (que les aseguro que fue como si me sacaran una mesa por la boca).

¡Ay amigos! sacarse una novela de las entrañas no sólo requiere de creatividad, disciplina, método, investigación, rigor, fuerza, diligencia... sino, al menos en mi caso y en el de otras muchas, desasistir la vida durante años, y convertirse una en un fantasma (como mi protagonista).

¿Saben? Yo era una clasista literaria (leía sólo filosofía y consagrados) desdeñaba a los escritores de ahora y sus “novelitas” pero ¡ah! ya sé lo que vale un peine, amigues. ¡Qué fácil es juzgar desde la barrera!.

Definitivamente plantar un árbol lo planta cualquiera, incluso cualquier tarado puede tener un hijo, y más de uno... Pero, escribir un libro no, ¡eso no!

El día de hoy contenta, y exhausta, como una puérpera, sobre todo siento humildad, embarazo y un profundo respeto, y recuerdo con admiración a todos los escritores que han atravesado este dificilísimo proceso con caprichosos resultados; pero sobre todo a las escritoras.

Como saben ha habido infinidad de mujeres que han escrito mucho y muy bien, escritoras y madres, escritoras, madres y puede que jardineras (o a sus labores) con una constante, que la historia, la estructura y la sociedad se lo han puesto muy difícil para escribir, para pensar, para expresarse y por supuesto para ser publicadas, leídas y consideradas. Para vivir, diría. Sencillamente había que ser un hombre o en su defecto una señora hombruna, exenta de vida.

En “Una habitación propia”, Virginia Woolf define a la perfección, hasta qué punto una mujer necesita desatender su vida y aislarse, como cualquier hombre, para tener una vida intelectual a la medida de sus necesidades. Años después se llenó los bolsillos de piedras y se arrojó al río Ouse hasta morir.

Un personaje interesante de las letras femeninas, puede que la escritora más vendida y leída de la historia, tanto como denostada, es María del Socorro Tellado López (Corín Tellado). Publicó unas 5.000 novelas, una verdadera monstrua en su prolificidad. Jamás la he leído, pero lo haré; se desdramatizaba a sí misma con deliciosa inteligencia y humildad: soy “una escritora de entretenimiento, con novelas que las coges en una estación y las tiras al llegar”. Se separó de su pareja a los tres años de casada y ya no rehízo su vida. Yo nunca he dicho ‘te amo, mi vida. Sólo lo sugiero en las novelas para que se emocionen otros “.

“La campana de cristal” es un libro autobiográfico muy valioso y perturbador porque lo escribió Sylvia Plath a calzón quitado poco antes de meter su cabeza en el horno y abrir la llave del gas; eso sí, con un sabroso desayuno preparado para sus dos hijos que estaban en casa y tendrían hambre.

Y otra náufraga del amor, con pseudónimo. Como admiradora de Chopin que soy, siempre me fascinó el trabajo de su amante, novia o como ustedes prefieran, George Sand. La autora francesa de teatro, poesía y relatos se llamaba Aurore Lupin pero siempre utilizó identidad y vestimenta masculinas para sobrevivir entre los convencionalismos. Les recomiendo “Historia de mi vida” un relato apasionante y muy gracioso de su realidad.

Alejandra Pizarnik es una de mis poetisas predilectas, una bestia: “llevando sus genitales como trapos viejos” escribió de algún hombre al que supongo que tuvo desnudo a la vista. La obra de esta escritora argentina es de lo más intenso y singular que existe en la literatura. Carencia amorosa, vacío existencial. Se tragó cincuenta pastillas de Seconal.

No se asusten amigos, no todas las escritoras se marchan dando un portazo y gritando “Que os aguante Rita”, estresadas, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Dorothy Parker, una de las columnistas más incisivas, insolentes y divertidas de la humanidad murió de un ataque a los 73 años en un hotel de Nueva York, con su perro y una botella. Nadie reclamó las cenizas de este templo a la inteligencia en veinte años hasta que la NAACP “Asociación Nacional para el Desarrollo de las Personas de Raza Negra” compró para ella una tumba; en su epitafio como Parker quería se puede leer: “Excuse My Dust” (“Perdonen por el polvo”). Su obra ha sido poco difundida en español y todavía queda por publicar la obra poética.

Continuará.