Literatura

Los “héroes cansados” de Arturo Pérez-Reverte

Debí aguardar hasta 2004, cuando el veterano editor Ramón Akal publicó su primera novela “El Húsar”, para conocer a Arturo Pérez-Reverte como escritor

Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Revertelarazon

Debí aguardar hasta 2004, cuando el veterano editor Ramón Akal publicó su primera novela “El Húsar”, para conocer a Arturo Pérez-Reverte como escritor. Existía ya una edición anterior de 1986 que desconocía yo entonces, pero la de Akal era la más completa sin duda por la sencilla razón de que incluía la revisión posterior de su autor.

Mientras devoraba las andanzas del subteniente del ejército napoleónico Frederic Glüntz en Andalucía, en 1808, juzgué oportuno bautizar ya en secreto a Reverte como el “Dumas español”. No en vano, “El Húsar” llegaría a convertirse, a mi modesto entender, en el relato más grande de toda su prolífica obra con permiso ahora, claro está, de “El Italiano”, donde subyacen juntos desde Cervantes y Ovidio, hasta Homero y Virgilio.

En “El Húsar”, Pérez-Reverte recrea al “héroe cansado”, como él mismo define a los inefables mosqueteros de Dumas en uno de sus artículos periodísticos, titulado precisamente “Cuatro héroes cansados” (2017). Recurrente concepto en su universo literario, evidenciado también en la cuidadosa selección de textos revertianos a cargo de José Belmonte Serrano en su libro “Los héroes cansados” (1995).

Es difícil leer así “El Húsar” y no evocar efluvios épicos de otros “héroes cansados” en “La roja insignia del valor”, de Stephen Crane, o en “La línea de la sombra”, de Joseph Conrad.

A esas alturas había tenido yo oportunidad de conocer a Pérez-Reverte en persona. Con toda seguridad, él ni se acordará. Tampoco reparará en que ambos compartíamos ya entonces una hermosa amistad, como en Casablanca: la de Julio Fuentes, el anfitrión que nos convocó a los dos en 1997 en un restaurante madrileño para presentar su primera obra que el editor decidió titular finalmente “Sarajevo. Juicio Final” con el beneplácito a regañadientes del autor.

Fue precisamente con motivo de ese primer libro de Julio, sentados a la larga mesa presidida por él, con Pérez-Reverte a su izquierda y un servidor a la derecha, arropados por los padres del autor junto a un selecto grupo de colegas del periodismo cultural, cuando Arturo trazó este retrato suyo en pocas pero certeras pinceladas: “No me sorprende que Julio Fuentes haya escrito este libro duro, real, excelente y sensible. Vivió meses y meses en Sarajevo, como un drogado de la guerra. Tenía esa mirada inconfundible de quien ha visto cosas que nadie debería ver nunca”.

En la primera obra de Julio sobre la guerra de Sarajevo la realidad superaba, en efecto, a la ficción. Lo mismo que en sus dos siguientes libros, aunque de modo más soterrado: “Resistencia humana” (1998) y “Rebelión” (2000), cuyo colofón a la trilogía que ya había firmado con Plaza y Janés no pudo terminar porque la lotería de la muerte le sorprendió al año siguiente en Afganistán, el 19 de noviembre.

Poco antes de aquel aciago día, Julio y yo habíamos compartido unas cañas de cerveza en Madrid para retomar nuestro proyecto de un libro de investigación con revelaciones sorprendentes sobre el arsenal nuclear que amenazaba a la Humanidad entera, aprovechando el privilegiado parapeto de su corresponsalía de “El Mundo” en Moscú.

De ahí que su viuda Mónica García Prieto se fundiese conmigo en un abrazo, como si fuese de cera, nada más verme en el tanatorio de la M-30. Sin poder contener entonces las lágrimas, Mónica me susurró al oído para que nadie más pudiese escucharla: “¿Sabes, Chema? La última persona de la que me habló Julio antes de morir fuiste tú”.

He aguardado más de dos décadas para contar esto, y hay detalles todavía más íntimos que siempre me reservaré, porque me propuse pasar inadvertido entonces. Como el propio Pérez-Reverte ha comentado a veces, cuando el cruel destino nos arrebató a Julio muchos se apresuraron a ensalzarle en público, algunos de los cuales, por paradójico que resulte, le habían criticado en vida, exagerado su aparente excentricidad con el audífono siempre pegado al oído desde que el fuego enemigo le infligió daños colaterales en Basora, o simplemente no le conocían ni por asomo. Nada como morir así en el reino de la envidia y el cinismo para que a uno le broten “amigos” indeseados, como pústulas infecciosas.

Las situaciones límite engrandecen a los elegidos en la ficción, como el subteniente Frederic Glüntz en “El Húsar”, o Teseo Lombardo ahora, segundo capo de Regia Marina, en “El Italiano”. Pero sobre todo hacen reverdecer de heroísmo, fatigado o no, a personajes tan reales como Julio Fuentes.

Pérez-Reverte retrata en “El Italiano” a Teseo Lombardo y a esa otra “heroína cansada” que es también Elena Arbués, quienes, como Julio Fuentes y él mismo conservan en la retaguardia de su memoria “esa mirada inconfundible de quien ha visto cosas que nadie debería ver nunca”.