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Arturo Pérez-Reverte: «Solo los idiotas creen que los de su bando son los buenos»

El escritor publica «El italiano», una novela sobre los buzos que, a bordo de torpedos tripulados, hundían los buques británicos en las aguas de Gibraltar

Arturo Pérez-Reverte está junto a la batería O’Hara, en la cima del peñón de Gibraltar. Una pieza de artillería de nueve pulgadas situada a 421 metros de altura. La defensa, azotada por el viento y coronada por una bruma cerrada que viene y va, es un rescoldo de las antiguas tensiones que se han dirimido alrededor de esta geografía hecha de tierra, ambiciones y mar. Un espacio de imperios y encuentro de civilizaciones, con el Mediterráneo a un lado, el Atlántico, al otro, y con la vigilante costa africana justo enfrente. «Gibraltar es un palimpsesto de fronteras y en las fronteras pasan cosas, se dan situaciones, surgen individuos. Los mismos héroes, los que a mí me gustan, pueden hacer algo encomiable y también algo que puede ser terrible. Una cosa no es incompatible con la otra. Existe una tendencia muy española de no reconocer en el adversario ni una sola virtud y considerar al amigo sin un solo defecto. Pero esa línea es falsa. Es mentira que exista el blanco y negro, el rojo y azul. Solo los idiotas, los malintencionados o los tontos creen que los de su bando son los buenos y juegan con esa clase de manipulaciones. Todos los héroes son ambiguos. Los míos son así. Con zonas claras y oscuras. Se aprende mucho más del hombre que hace el mal, que de los que son buenos y de los que solo se queda la bondad».

El novelista, pantalones marrones, camisa azul, americana negra, unas gafas para protegerse del sol de las doce, contempla a sus pies la bahía de Algeciras, surcada de cargueros, veleros fugaces y lanchas que dejan a su paso estelas blancas, mientras explica los escenarios de su nueva novela, «El italiano» (Alfaguara). Una historia de «mar, amor y guerra», como él mismo la define, que recupera la proeza olvidada, ignorada o poco conocida de un puñado de buceadores italianos que, con trajes de caucho, desafiando las bajas temperaturas y las malas condiciones atmosféricas, tragando agua salada y, en ocasiones, respirando el aire deteriorado de sus equipos, con un hondo desprecio por sus vidas, pero, sin embargo, leales a sus compromisos y sus compañeros, se adentraban en las aguas protegidos por la medianoche a bordo de sus «maiale», unos torpedos tripulados, para hundir los navíos ingleses atracados en el puerto de Gibraltar, a una distancia de tres horas y cuatro kilómetros, sin más orientación que una brújula y la escasa o generosa luz que brindara la luna en cada una de sus misiones.

Un viejo hecho bélico que le relató su padre durante la infancia, a la salida de un cine, cuando apenas contaba once años, y que ha guardado en silencio durante años hasta que le sobrevino la imagen de un hombre herido con los tímpanos llenos de sangre y la respiración suspendida de la voluntad más que de la misma naturaleza. Este náufrago que devuelve la marea es su protagonista, Teseo Lombardo que, al contrario, de otros personajes de su cuño «no es un héroe vencido o cansado, sino todavía puro, algo ingenio, sin azotar por la vida» ni castigado por los sucesos que amargan el carácter y arruinan la conducta.

Una fuerza de élite

Él forma parte de los submarinistas de combate pertenecientes al grupo Orsa Maggiore que formaron parte de la punta de lanza del ejército italiano durante la Segunda Guerra Mundial. Supusieron una pesadilla para las fuerzas navales inglesas, que veían sus embarcaciones explotar en medio de la oscuridad sin saber por qué. «El mismo Winston Churchill reconoció que si los italianos hubieran desarrollado más estas unidades, la batalla en el Mediterráneo habría sido muy diferente de lo que fue». De hecho, estos hombres sacudieron a la armada de su Majestad en Alejandría, Argelia y Malta. «Ellos se atrevían a hacer lo que los británicos ni siquiera podían imaginar». Nunca averiguaron, hasta el final de la contienda, cuando ya no tenía importancia, que estas tropas provenían de un barco que existía en el puerto Algeciras, dispuesto con una trampilla que les permitía sumergirse en las aguas sin ser vistos por sus enemigos. «Cuando atrapaban a uno, jamás decían nada. No delataban a sus compañeros. Solo decían que provenían del mar».

Arturo Pérez-Reverte recuerda que Gibraltar era una plaza inexpugnable, «que había sido bombardeada con escasos resultados. La única forma que hubo de atacarla con efectividad fue a través de estas incursiones submarinas que acometían con hombres jóvenes, pero templados y bien entrenados». El escritor, que adelanta que «mis héroes no tienen ideología», ha tenido acceso a los diarios y cuadernos que estos buceadores escribían al volver de cada uno de sus ataques para que sus compañeros pudieran aprender y, también, enfrentarse mejor a las adversidades que podían encontrar. Unos testimonios que le han permitido conocer los detalles que rodeaban esta clase de operaciones y que le ha permitido reconstruirlos. «Hay un aspecto que diferencia a los latinos de los soldados anglosajones. Estos son imbatibles cuando se trata de combatir en formaciones, pero cuando se quedan solos en retaguardia y se trata de improvisar y de sobrevivir, los latinos son muchos mejores. Están hechos de esa manera, a base de ingenio. Tienen picardía».

El episodio de guerra que retrata la novela todavía es muy controvertido en Italia y no muy conocido por la mayoría, porque parte de estas tropas, no todas, eran de filiación fascista. Cuando se rindieron, una fracción de ellas se sumarían a los aliados y serían recompensados con homenajes, pero, los que continuaron siendo fieles a Mussolini cometerían atrocidades al final de la guerra. Un recuerdo que todavía provoca sentimientos encontrados. «Es otro de los dramas que se produjo alrededor de estas unidades. Parejas que habían permanecido juntas durante la guerra, al final quedarán enfrentadas y divididas por su decisión ideológica». Un hecho que queda reflejado en la novela a través de uno de los personajes Gennaro Squarcialupo, el amigo del protagonista principal, que seguirá siendo fiel al Duce, una elección que lo separará de Teseo Lombardo.

Neutralidad española

Arturo Pérez-Reverte, que señala desde un mirador cuáles eran los antiguos límites del puerto militar de Gibraltar, apunta dónde estaban exactamente las redes desplegadas por los mandos ingleses y que los italianos debían sortear para atacar los barcos con bandera británica. «Los españoles, es increíble, guardaron las formas durante estos acontecimientos. Cuando apresaban a uno de estos buzos lo liberaban, porque era un potencial aliado, pero no hacían grandes favoritismos. España no fue neutral, pero mantuvo la neutralidad en muchos puntos. De hecho, jamás estuvieron al tanto de estos audaces de los italianos».

El novelista, rodeado de cámaras, explica cuáles son los escenarios en los que se desenvuelven sus personajes y la playa donde Teseo Lombardo será recogido por una mujer, Elena Arbués, que no ve en este desecho de la guerra que devuelven las olas a un mero combatiente, sino a un héroe clásico como los que ella solía reconocer en la lectura de las obras de Homero, Tucídides o Jenofonte. «Este libro nace como un homenaje a esa patria que es el Mediterráneo, a su memoria cultural, con sus dioses y héroes. Ella, gracias a las lecturas, lo reconoce como un Ulises, uno de esos guerreros con cascos de bronce. Quien lee siempre es capaz de entender el mundo y también de interpretarlo a su manera. Ella proyecta sus lecturas en él. Elena Arbués es la verdadera heroína de este libro, más que él, que solo es un hombre que cumple con su deber. Pero ella se atreverá a hacer actos que antes no había pensado».

A partir de esta mujer, Aturo Pérez-Reverte introducirá en «El italiano» una trama de espionaje que le dará ese retumbar de los grandes «thriller» y que levantará a su personaje femenino por encima de los combatientes de ambos lados y que se erigirá como la puerta de entrada a la cultura clásica, una referencia que empapa y es transversal a todo el libro. «Sobre todo es una historia de amor. Me apetecía trabajar con un personaje como Teseo, una persona sencilla, masculina, pero desprovista de lecturas y cultura, que es capaz de seducir con sus silencios y su manera de ser». Un héroe griego. O romano. O, mejor dicho, mediterráneo.

Una autoficción

Los lectores de «El Italiano», una historia que avanza y retrocede en el tiempo, encontrarán a un narrador insospechado. Una voz que responde a un periodista, a un corresponsal de guerra, ya con mucha experiencia encima, que, a lo largo de la narración, irá convirtiéndose, a través de distintas apariciones, en un célebre y reconocido escritor. Un perfil que inclinará a la mayoría de los lectores a identificarlos con el propio Arturo Pérez-Reverte, aunque él niega que esa identificación sea al cien por cien real. «Es una autoficción. Es cierto que he tomado aspectos de mí, pero no es real que yo encontrara alguna vez a una Elena Arbués en una librería de Venecia ni otros encuentros que describo. Solo he prestado algunos detalles de mi vida, aunque tenía ganas de incluir este tipo de juego en la obra». A través de este reflejo, el autor evoca cómo se enteró de estos sucesos y también tiñe estas páginas de la melancolía que suele derivarse, por lo general, del inevitable paso del tiempo.