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cultura
Emilio Lara: «Las nuevas utopías se gestan en las grandes tecnológicas»
Explora en «Los colmillos del cielo», desde Robespierre hasta Woodstock, las utopías más ambiciosas que han marcado la historia de la humanidad

Navegamos a bordo del buque del capitán Nemo sin darnos cuenta de que surca mares utópicos. Si Julio Verne idealizó el mundo desde la ficción, se han dado numerosos nombres en la historia que han tratado de imponer el cielo en la tierra desde la más pura realidad. De Robespierre a Mussolini, de los jacobinos a Woodstock, la humanidad ha buscado constantemente conquistar la sociedad perfecta, una que conviva en armonía e igualdad. Pero, según Emilio Lara, estas utopías no son más que experimentos sociales que prometen un paraíso en la Tierra y, la mayoría de las veces, «no son sino un cielo con colmillos, ya que el edén suele devenir en infierno». Con una perspectiva enriquecida por las Humanidades, que abarca filosofía, literatura o arte, el antropólogo ha confeccionado en «Los colmillos del cielo. Utopías y desengaños de la historia» (Ariel) unas páginas en las que desengrana los innumerables intentos de edificar un mundo idílico, así como sus prolongadas consecuencias que aún hoy no logramos distinguir.
¿Vivimos bajo un cielo con colmillos?
En España, y al menos en Europa, afortunadamente no. Pero actualmente por supuesto que hay sociedades pretendidamente perfectas en la Tierra. Pensemos en la utopía comunista, que es la más longeva que se ha construido. Sigue habiendo países como Cuba, Corea del Norte, Venezuela o Nicaragua que siguen bajo ella. No es el caso de China, que se ha reconvertido en un sistema totalitario que ha dado cabida a una súper tecnificación y al capitalismo.
Hablando de promesas de un paraíso en la Tierra que, al final, tiende a la tiranía, ¿es internet una gran utopía?
No lo creo. Es más bien una ventana donde la gente interactúa de forma instantánea. Tiene cosas buenas, aunque también es un sumidero de bajo instinto. Internet es como una conversación de barra de bar, de plaza del pueblo. Lo que pasa es que a los malvados y a los tontos les da altavoces, como decía Umberto Eco al inicio de todo esto.
¿Qué utopías se están gestando hoy?
Las veo en las grandes tecnológicas. En EE UU invierten miles de millones de dólares en investigación, en nanotecnología, en nuevos fármacos, en reprogramación celular, en modificación del ADN, en Inteligencia Artificial... Eso puede llevarnos en algún momento no muy lejano a unos superhombres, a unos replicantes de «Blade Runner». A una realidad en la que las personas que tengan mucho dinero puedan alargar sus vidas 200 o 300 años más. Luego, hay otra utopía que tiene que ver con el movimiento woke, muy activo también en EE UU, y que trata de construir pequeñas comunidades identitarias para crear un mundo perfecto, y eso sí lo veo como un peligro. Aunque en Asia y en Oriente se ríen de él.
Hay quienes afirman del ocaso del wokismo, y más con la nueva entrada a la Casa Blanca.
Yo opino diferente. Trump es un personaje atrabiliario, de brocha gorda, un rompehielos del wokismo, una apisonadora. Yo no soy partidario de que para luchar contra el wokismo se adopte su misma radicalidad, sino que hay que hacerlo desde el sentido común. Hay que respetar la libertad de expresión, que es un derecho sagrado e inalienable.
Ante el repaso histórico, en este caso de las utopías, que plantea en el libro, ¿reivindica el riesgo de perder de vista el pasado?
Las consecuencias de olvidar la historia son nefastas. Al conocerla somos menos manipulables por cualquier tipo de poder, menos influenciables. Por eso siempre la han obviado los fanáticos, los demagogos, los totalitarios, porque para ellos la historia es un elemento perturbador. Ellos buscan un reseteo para construir el mundo idílico al que aspiran. Son expertos manipuladores de masas que remueven las bajas pasiones del ser humano, como el odio, la envidia o el rencor. Esto es un cóctel letal que emplearon Robespierre en la fase del terror de la Revolución Francesa, Savonarola en la Florencia del siglo XV, Lenin y Stalin en la Unión Soviética, Mussolini en Italia o Hitler en Alemania.
¿No se salva ninguna utopía?
La única que ha funcionado ha sido la de las misiones jesuíticas del Paraguay en la América española. Durante más de 150 años, en el imperio español funcionó una teocracia amable que crearon los jesuitas en un enorme territorio, que hoy sería Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia. Fueron capaces de sintetizar el idealismo con el pragmatismo, tomaron el Nuevo Mundo como un vergel, una especie de génesis, y para salvar a decenas de miles de indios guaraníes piden permiso a Felipe III de construir un país dentro del imperio. Entonces abolen la pena de muerte, escriben catecismos en guaraní y en español, al Niño Jesús lo visten con ropa de los indios, educan en ambas culturas... Fueron un ejemplo perfecto de utopía amable y sirven de auténtica bofetada a la leyenda negra. Lograron lo que ningún otro imperio ha sido capaz de hacer.
Para alcanzar cierto lugar idílico, por tanto, es importante fusionar culturas. ¿La globalización es por tanto positiva?
Los grandes avances en la historia de la humanidad han sido una correcta mezcla de idealismo, principios y valores. La globalización hace 25 años tuvo efectos muy positivos, pues pensaba que la deslocalización industrial iba a permitir que países en vías de desarrollo alcanzasen la democracia o un mayor respeto a los derechos humanos. Sin embargo, hoy vemos sus efectos perniciosos, pues Europa se ha quedado sin industrias. Eso lo vimos en la pandemia del Covid, cuando Europa tenía una enorme dependencia exterior de medicamentos o equipamientos médicos. La globalización es muy positiva, pero hay que hacer ajustes para que España u Occidente tengan autosuficiencia.
¿Asistimos en España a un final de las ideologías?
Más bien una mutación. Las viejas ideologías que estaban vigentes hasta el final de la Guerra Fría han quedado ya caducas, por lo que hay que revisar la situación mundial desde un punto de vista geoestratégico y geoeconómico. Se pueden seguir manteniendo ideas que han funcionado en el pasado, pero adaptándonos a la vida de hoy.
No hay avances, sin embargo, sin una sociedad ilusionada, y España no parece tenerla, al menos a nivel ideológico.
Estoy de acuerdo. En España no hay ningún tipo de esperanza ni ilusión ni por la política ni por nuestros políticos. Se ha visto en Valencia con la dana. Sin embargo, la sociedad española es esperanzada. Hay alegría por vivir, un orgullo, un sentimiento de convivencia, un afán de prosperar y de disfrutar. Se ha visto que la sociedad va por un lado y la política está empeñada en ir a contracorriente de sus intereses.
En su libro menciona a Platón, Robespierre, Mussolini... ¿qué hay de las mujeres en la historia de las utopías?
No ha habido en la historia una mujer ideóloga de utopías. Es cierto que ha habido reinas relevantes a nivel intelectual, o nombres como Santa Teresa de Jesús. Pero ha habido muchas mujeres que se han dejado arrastrar por las utopías, no han estado en sus núcleos ideológicos, en los círculos de poder. Pienso que es porque las mujeres son mucho más realistas que los hombres. Su inteligencia emocional es superior a la del hombre. Hay mucha utopía de la testosterona. El hombre, por su genética y sus hormonas, tiene mayor propensión que la mujer a la violencia, a la imposición, a la fuerza. Vosotras sois más reflexivas, más prácticas. En este sentido, también me di cuenta con este libro de que la utopía sólo ha existido en Occidente. Eso puede ser, en parte, por las propias religiones que ha habido en estos países, y la ética que deriva de ellas. Es una sociedad que ha vivido en despotismos desde la Antigüedad, y ellos ahogan la libertad personal, la creatividad. Las utopías han sido, para bien y para mal, una creación occidental.
Hablando de creaciones occidentales, también habla en el libro sobre Woodstock. ¿Fue el movimiento hippie la última gran utopía?
Desde mayo del 68 la música ha sido fundamental para la revolución. Y en este sentido los hippies han ganado la posteridad. ¿A quién les van a caer mal? Son gente joven, guapa, de pelo largo, con flores en la cabeza y con canciones maravillosas de Bob Dylan o de los Beatles, además de que tienen lemas maravillosos de hacer el amor y no la guerra. Ellos no querían hacer nada a nadie. Era un movimiento contracultural, niños de papá que durante unos años vivían sin dar golpe en la vida. Era una fiesta, un fin de semana permanente. Esta fue para mí la última utopía efímera de la historia.
¿No ha habido otra gran revolución, por tanto, desde el rock?
Era una música con letras magníficas, que invitaba a cambiar la vida personal, el mundo y el universo, por medio de ritmos, de melodías. La gente entraba en trance, se emocionaba sin fronteras idiomáticas. La música fue la gran banda sonora de esta generación que intentó cambiar el mundo.
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