Manipulación intencionada

Princesa de Asturias de las Letras
Cuando se publicó por fin la novela «La verdad sobre el caso Savolta», el 23 de abril de 1975,Eduardo Mendoza, su autor, residía en Nueva York por motivos laborales: trabajaba en la Gran Manzana desde hacía dos años como traductor e intérprete para la ONU. En esa faceta profesional, llegó incluso a hacer de intérprete del presidente del Gobierno, a la sazón Felipe González, ante Ronald Reagan. Pero eso ya fue entrados los años ochenta, y aquí hablamos de un día de Sant Jordi de hace medio siglo, cuando Seix Barral puso a la venta la novela de un joven abogado bigotudo llamado Eduardo Mendoza.
Ni que decir tiene que el último Día del Libro con Franco aún vivo, la obra protagonizada por Javier Miranda y Lepprince apenas vendió un puñado de ejemplares. Pero si rebobinamos la historia hasta finales de los sesenta, nos topamos con un abogado veinteañero que se desempeña como gris asesor jurídico para un banco barcelonés, donde se aburre como una ostra y, por las tardes, fuera de la oficina, deja volar su imaginación jugando a recrear historias de anarquistas, pistoleros, sindicalistas, patrones, matones y amantes en la Barcelona convulsa de los últimos años diez (1917-19), heredera de los Mateo Morral, de la bomba del Liceo y de Andreu Nin.
Esta «novelita de quiosco», apenas inocente, hubo de esperar unos años en el cajón después de que la censura del Ministerio de Información y Turismo la tildase en 1973 de libro «estúpido y confuso escrito sin pies ni cabeza» y continuase describiendo su contenido como enredo de «casamientos, cuernos, asesinatos y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir», hasta pasar el fielato franquista en 1975, con la edición de Seix Barral, obligada a cambiar su título original, «Los soldados de Cataluña» –porque el censor pensaba que tenía intenciones independentistas, cuando en realidad se refería a una coplilla popular («Quisiera ser tal alto como la luna / para ver los soldados de Cataluña»), como aquellas guasonas que les cantaban en Madrid a los emisarios del Ayuntamiento de Barcelona, Guitarrí y Guitarró, en la gran novela de Mendoza «La ciudad de los prodigios»–.
Él pensaba llamarla, nunca tuvo alma de publicista, «Puños y besos» o «Tiros y besos». El caso es que este joven Mendoza se las arregló para volver de Nueva York al Sant Jordi de 1976 y recoger de paso el Premio de la Crítica que le habían concedido por aquella vanguardista novela que combinaba de maravilla la novedad formal –estilo collage– con un fondo castizo, enraizado en la tradición cervantina del humor compasivo. Cuando fue al banco a retirar las pocas mil pesetas que esperaba por los derechos de autor se encontró con que era millonario.
Así, la novela que supuso el debut literario del hoy premiado con el Princesa de Asturias de las Letras, unos años más tarde, en 1979 y dado su éxito, fue llevada al cine con aceptable resultado por Antonio Drove. A fecha presente, aquel «novelón estúpido y confuso» lleva vendidos más de 750.000 ejemplares y, al menos durante la época que este que escribe cursó Bachillerato, era lectura obligatoria en los colegios. Esta es la verdad sobre el caso Mendoza.
Manipulación intencionada