En su primer libro, «Naturaleza» (1836), Ralph Waldo Emerson abordó la cuestión del ser humano imbricándose con la naturaleza, lo que viene a considerarse un manifiesto del trascendentalismo. Ya en el primer capítulo comentaba la «euforia perfecta» que había sentido en plena naturaleza y cómo esta hacía señales al hombre, que vivía en ella una juventud perpetua mediante esa relación mágica e invisible. Un vecino suyo de Concord, Massachusetts, Henry David Thoreau, era del mismo parecer, y se encontraba felizmente pasando las horas nocturnas pescando en un bote a la luz de la luna, oyendo a los búhos y los zorros, o sentándose en un tocón para contemplar la laguna frente a la cual construyó una casa y en la que vivió dos años, dos meses y dos días.
El autor de «Walden», que había criticado el sistema económico y la avaricia humana en ensayos contundentes, se sentía así rico, si no en dinero, en días de sol que no hubieran sido gastados mejor en cualquier taller o pupitre. Tal vez, se decía, cuando Adán y Eva fueron expulsados del Edén, esta laguna ya existía; de hecho, «es perennemente joven», «en sí misma es inalterable» pese a la intervención invasiva del hombre en forma de caza, ferrocarril o construcciones. La naturaleza, siempre inocente y beneficiosa, allá donde uno estuviera insertado en ella, en definitiva, era la más completa manifestación de lo saludable y del júbilo a lo que debería llevarnos. No le des, pues, la espalda a lo natural, sé parte de ello y «crece salvaje de acuerdo con tu naturaleza, como estos juncos y helechos», escribía Thoreau, y esto mismo y otras muchas frases emersonianas hubiera firmado con gusto Pascal Bruckner, que nos ofrece ahora esta obra.
En su anterior libro publicado en español, «Un instante eterno. Filosofía de la longevidad», ya había explorado un asunto concomitante, reflexionando sobre el tiempo que empieza a los 50 años, esa edad intermedia en que no se es ya joven pero no se ha llegado a la vejez. De esta manera, el ensayista francés componía una autobiografía intelectual y, al tiempo, un manifiesto con respecto a lo que llamaba «el largo tiempo de vida», a partir de cómo los avances científicos y el Estado del bienestar nos ha llevado a una alta esperanza de vida. Lo que podía plantearnos los años siguientes a partir del medio siglo con ideas renovadas acerca de cómo aprovechar el tiempo.
Y algo parecido hace en «De la amistad con una montaña», pues no en vano la naturaleza constituye una suerte de gran reloj. Lo expresó Thoreau en «Musketaquid»: la naturaleza es radicalmente sincera y por lo tanto se gana nuestra confianza como ningún arte podría hacerlo ni ningún reloj podría calcular: «El paisaje contiene un millar de esferas que indican la división natural del tiempo, las sombras de un millar de agujas que marcan la hora». Su maquinaria es inmortal e invisible, y se manifiesta por la rutina de la luz del sol y la belleza de los días. Lo sabe bien Bruckner, acostumbrado desde niño a los montes de Austria y Suiza, que ha experimentado la diferencia entre la relativamente fácil manera de coronar una montaña y, muy al contrario, hacer cumbre, algo que ocurre cuando uno está de vuelta de la ascensión y ha digerido el camino, dándole un significado. En su caso, el lema principal es que, cuanto más alto se sube, más cercano es el reencuentro con su juventud.
De hecho, sigue en la línea autobiográfica, pues se recuerda de muy pequeño sintiendo la atracción por las montañas que nunca le iba a abandonar y que ha convertido en materia de meditaciones. «Cuando asciendo por encima de los 1.000 metros respiro mejor, siento una euforia particular, el éter me embriaga, airea mi cerebro, libera endorfinas. Algo hace que me eleve por encima de mí mismo. Los torrentes que braman y se desbordan de su lecho me exaltan. Me siento en casa», escribe el anciano que es, liberado de súbito de su edad real, viéndose joven.
Mil y un simbolismos y alegorías podrían asociarse al hecho de escalar una montaña, de orden filosófico, naturalista, etc. «No es la fe la que mueve montañas, son las montañas las que mueven nuestra fe y nos desafían a acometerlas», dice, siendo consciente de que, en la soledad de la naturaleza, es imposible estar solo de verdad por el mero hecho de compartirla con cualquier animal que surja al paso: «Todo me conmueve en la vaca: su mirada húmeda y compasiva, sus largas pestañas rizadas, su morro mojado, su piel moteada, sus anchos flancos, su cuerpo fabuloso y el relieve de las venas azuladas de las ubres. Hasta sus boñigas son una muestra de regeneración de la tierra. Ella es la madre universal que nos protege». Con fragmentos como estos, no extraña que Bruckner sea un hombre comprometido con el trato humano a los animales o el hecho de que se esté produciendo un calentamiento que afecta a los glaciares.
No en vano, para el autor la nieve ha sido un paisaje fundamental en su vida, y a ello dedica un capítulo. Asimismo, el libro también es una vía para conocer los antecedentes familiares del escritor, con un padre antisemita y seguidor del Tercer Reich, y los lugares montañosos que han pisado o descrito diferentes poetas o filósofos, como Nietzsche con Sils Maria, a 2.000 metros de altitud, donde concibió a su personaje Zaratustra. Con referencias como estas y su ejercicio de introspección y memoria, explica cómo «uno se enamora de una montaña antes de emprender la ascensión». Eso no quedará exento del peligro que la naturaleza puede suponer en cualquier instante. Pero también es una lección para el autor, que se hace eco de las aventuras mortales de varios escaladores, de temperamento heroico, y que podría corresponder con esta descripción: «¿Qué es un enamorado de la montaña? Es alguien que se estremece de placer con la primera nieve sobre los prados, tiembla ante el pináculo soleado de una cumbre, siente un nudo en la garganta ante el minarete de un pico. Y se complace en que el Everest ascienda cinco milímetros cada año».
- «De la amistad con una montaña. Pequeño tratado de elevación» (Siruela), de Pascal Bruckner, 152 páginas, 17,95 euros.
►SOBRE EL AUTOR: Pascal Bruckner (París, 1948), filósofo y escritor, es doctor en Letras por la Universidad París VII. Roman Polanski llevó a la gran pantalla su novela «Luna amarga» y es un conocido crítico del multiculturalismo y defensor de las minorías.
►IDEAL PARA... aquel que desee saber cómo para tanta gente el subir a la cima para volver a bajar es una mezcla de dolor y placer y por qué son fascinantes las montañas para muchos intelectuales desde la época de Rousseau.
►UNA VIRTUD: El logro de comunicar que escalar «significa oxigenar el espíritu, volver a conectar alma y cuerpo en un único bucle, un ejercicio de amistad que une a los compañeros de cordada».
►UN DEFECTO: La lectura necesita alguien sensible al tema: el alegre asombro que provoca subir un monte. Pero sobre todo se requiere a una persona que comparta la mirada mística y profunda de encarar la vida montañera.
►PUNTUACIÓN: 7/10.