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Libros
El regreso de Barry Gifford: de corazones perdidos y carreteras salvajes
La publicación de la saga completa de Sailor y Lula, dos antihéroes tiernos y descarnados salidos de un mundo que colapsa, trae a la actualidad al último gran escritor estadounidense vivo

Corría el año 2000 cuando tuve la inmensa fortuna de que Paco Ignacio Taibo II me cogiera por el cogote en el entonces famoso Tren Negro, que nos llevaba desde Madrid a Gijón para disfrutar de la Semana Negra, obligándome a sentarme junto a Barry Gifford y su compañera en aquel momento, la actriz Laura Morante, para hacerle de traductor y cicerone «no oficial» durante su visita al evento. No sólo había devorado entonces todo lo publicado en nuestro país por el escritor americano, sino seguido también con entusiasmo sus incursiones cinematográficas de la mano de directores como David Lynch y Álex de la Iglesia. Confieso que me enamoré inmediata e irremediablemente de Barry, por supuesto platónicamente, dedicándole (y también a la encantadora Laura) una columna delirante en el diario oficial de la Semana Negra, «A quemarropa», y manteniendo con él varias charlas tan interesantes como enriquecedoras, incluyendo una mesa redonda abierta al público, donde volvió a explicar «Carretera perdida» (1997). O sea: a decir una vez más y para que no haya dudas, que no hay nada que explicar. En sus propias palabras: «¿Es que nadie ha leído “La metamorfosis” de Kafka?».
Por desgracia, a mitad de semana, Barry y Laura tuvieron que abandonar apresuradamente Gijón y España, no recuerdo si por la enfermedad o por el súbito fallecimiento de la madre de Laura. En cualquier caso, sigo teniendo un imborrable recuerdo de aquellos días, de su amabilidad y savoir faire, amén de humildad y simpatía. De ello da buena cuenta que tuviera a bien dedicarme una de sus obras, «Baby Cat-Face», añadiendo en la dedicatoria «to a wonderful writer», lo que viniendo de él aún me saca los colores. De alguna extraña manera, siempre le he echado de menos, aunque no tenga derecho a ello, pues lo nuestro no fue más que un breve encuentro en las carreteras perdidas de un tiempo pasado que, en este caso, fue sin duda mejor.
Una vida en «noir»
Por aquellos días, Barry Gifford seguía siendo uno de los nombres fundamentales de la literatura estadounidense postmoderna o, cabria decir, post-postmoderna, junto a Sam Shepard y Paul Auster. Desde finales de los ochenta, cuando Lynch, fascinado por «Corazón salvaje», llevara la novela a la pantalla, convirtiéndola en obra maestra cinematográfica de un nuevo surrealismo pop americano, Gifford fue un habitual de las librerías españolas, publicado por editoriales prestigiosas como Anagrama o Destino. Ahora, la saga completa de los inolvidables Sailor y Lula aparece reeditada en el sello Dirty Works. Una oportunidad deliciosa para volver a ese universo único.
Nacido en Chicago el 18 de octubre de 1946, de ascendencia judía e irlandesa, mezcla ideal para convertirse en carismática voz americana, Gifford pasó buena parte de su infancia de hotel en hotel, entre Chicago y Nueva Orleans, descubriendo poco a poco que su padre, Rudy Winston, andaba relacionado con el crimen organizado, codeándose con el mismísimo Al Capone. Con el tiempo, estos recuerdos formarían la larga serie de relatos autobiográficos conocidos como «Las historias de Roy». Tras pasar por las Fuerzas aéreas estadounidenses e intentar convertirse en profesional del béisbol, hacia 1967 Gifford decidió dedicarse exclusivamente a la literatura, cultivando tanto la poesía como el relato, la novela y el periodismo.
Con esta vida, era lógico que el escritor se sintiera atraído por la mitología estadounidense más oscura y pop, con la que su obra y personalidad muestran una afinidad tanto electiva como ineludible. En 1984 creó el sello editorial Black Lizard Books, que rescató del olvido la obra de autores clave de la novela negra americana hard boiled como Charles Willeford, David Goodis, Charles Williams o Jim Thompson, favorito de Gifford, cuyo estilo sintético y directo y personajes amorales y cínicos, a menudo condenados de antemano, influirían decisivamente en su propia obra.
En 1989, Gifford publicaba «Corazón salvaje», primera de ocho novelas consagradas a Sailor y Lula, antihéroes tiernos y descarados de un universo de carretera y manta netamente usamericano, cuyas aventuras y desventuras están repletas de humor negro, surrealismo sucio, romanticismo tan naíf como desgarrador, historias dentro de historias y personajes inolvidables. Desde «Corazón salvaje» hasta «La senda del jaguar», publicada en 2015, los libros de Sailor y Lula conforman uno de los ciclos más singulares de la literatura estadounidense de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Entre la poética beatnik, el mito del desperado, el costumbrismo mágico, la serie negra y el neowestern, son la genuina «Comedia humana» según Gifford. Un mosaico del imaginario americano que traspasa todas las fronteras. Algo que Lynch supo ver desde el principio, llevando la magia de «Corazón salvaje» en 1990 a su propio territorio extravagante, con la complicidad de unos Nicolas Cage y Laura Dern en estado de gracia.
«On the road again»
La relación de Gifford con el cine daría lugar a uno de los mejores y más incomprendidos films de Álex de la Iglesia, quien quedaría también atrapado por su mundo, convirtiendo en 1997 la segunda novela del ciclo, «Perdita Durango», en película, con la colaboración del novelista en su guión. Sólo una pega le ponía Gifford a esta perfecta comedia negra y neowestern de carretera con santería, tequila, mafias y luchadores enmascarados: que debería llamarse «Romeo Dolorosa» y no «Perdita Durango», porque un Javier Bardem desquiciado y «montado» por los orichas se come a la Perdita de Rosie Pérez con enchiladas y cerveza Tecate.
Gifford colaboraría con Lynch en el guión original del diabólico «neonoir» «Carretera perdida», trabajando después en el del exótico thriller «La ciudad de los fantasmas» (2002), dirigido y protagonizado por su amigo Matt Dillon. En los últimos años ha seguido participando en proyectos cinematográficos independientes, incluyendo el documental alabado por Lynch «Roy´s World: Barry Gifford´s Chicago» (Rob Christopher, 2020), narrado por sus colegas Willem Dafoe –o Bobby Perú, «como el país»–, Matt Dillon y Lili Taylor, contribuyendo incluso al guión del afamado videojuego «Immortality» (2022), dirigido por el Lynch de los videojuegos, Sam Barlow.
Increíblemente, la saga de Sailor y Lula, cuyos primeros títulos publicó en su día Anagrama, estaba ausente por completo de nuestras librerías. Hemos de agradecer su retorno a la singular editorial Dirty Works, entregada en cuerpo y alma a la literatura estadounidense más salvaje y polvorienta, que va a rescatar los ocho títulos de aquí a junio de 2026, habiendo comenzado ya con «Corazón salvaje» y «Perdita Durango», en nueva traducción del propio editor, Javier Lucini. Una oportunidad que ningún amante de la literatura, pero también del cine, el pulp, la cultura pop y la mitología moderna americana debería dejar pasar. La de leer a quien, con Bret Easton Ellis y Joyce Carol Oates, es uno de los últimos grandes escritores estadounidenses vivos. Además de todo un caballero al que sigo recordando con amor viril y rostro impenetrable a lo Marlon Brando. Él lo entendería.
El origen de una saga por extrañas carreteras
► En el comienzo de todo, Sailor acaba de cumplir dos años por homicidio involuntario. Lula, su novia, lo espera a la salida de la prisión en un Bonneville descapotable blanco del 75 para saltarse la condicional y emprender una desenfrenada huida por las carreteras del sur de Estados Unidos. «Corazón salvaje» inicia la icónica y legendaria saga de Sailor y Lula. Un retablo compuesto por ocho novelas, escritas a lo largo de veinticinco años, que disecciona casi un siglo de historia y cultura estadounidense. No en vano, cuando el manuscrito cayó en manos de David Lynch, no dudó ni un segundo en adquirir los derechos cinematográficos. La adaptación, interpretada por Nicolas Cage y Laura Dern, obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1990 y catapultó la carrera literaria de Barry Gifford, un escritor que se forjó de oído en los diversos trabajos que acumuló desde los 12 años en presencia de tahúres, coristas, ladrones, asesinos, yonquis y «sablistas».
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