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Crónica

El nuevo calendario literario: día I después de Vargas Llosa

Perú amaneció de luto, el país, que se dividió durante su historia política, se unió en el adiós, la familia quería una despedida privada, pero no le fue posible pasar desapercibido con la muerte

Habilitan un libro de condolencias por el fallecimiento de Mario Vargas Llosa en Madrid en la biblioteca que lleva su nombre Gustavo ValienteEUROPAPRESS

Hace tan sólo un día las banderas de las escuelas públicas, de los municipios, del ejército y de todas las instituciones del Estado en el Perú amanecieron a media asta. El gobierno peruano había decretado duelo nacional. El velatorio se realizó en la misma casa del escritor al que asistió la mandataria Dina Boluarte a dar el pésame a la familia. Su domicilio con vistas al océano Pacífico en el malecón del distrito limeño de Barranco fue testigo de la llegada de amigos del escritor, cuya voluntad fue escapar de ceremonias públicas en su memoria y ser velado en la intimidad. Los restos de Vargas Llosa eran incinerados, tal y como lo había pedido el escritor. No hubo homenaje ni eventos, de acuerdo a su última voluntad y según expresaron sus hijos. El homenaje se dio en otro escenario: las portadas de los diarios de Perú, México, Chile, Colombia y otros países de Latinoamérica y del mundo que dieron cuenta con pesar de la partida del escritor universal. También en las redes sociales que replicaban sus frases o las de sus personajes y en el canal de Youtube donde se colgaban sus entrevistas, las antiguas y las más recientes. Pero sin duda el verdadero tributo a Vargas Llosa se dará en las librerías, cuando los lectores viejos y los nuevos acudan a buscar sus obras. También políticos e intelectuales, escritores, admiradores y colegas de todo el mundo se expresaron a través de sus redes sociales. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, a través de X, resaltó la trascendencia de Vargas Llosa como un gigante de la literatura. «Perdemos a un gran hombre de letras cuya obra hizo eco más allá de las fronteras», escribió Macron. Los Reyes Felipe VI y Letizia también manifestaron sus condolencias en las redes sociales. En su mensaje resaltaron la grandeza del escritor y destacaron su ingreso en el «Olimpo de las letras universales». Así también lo hicieron los presidentes de México, Claudia Sheinbaum y de Chile, Gabriel Boric, y de otros países, que lamentaron la partida del Premio Nobel. Su vida fue tan azarosa como los personajes de sus novelas.

Vargas Llosa, el cadete de colegio militar, el periodista precoz, el febril escritor y esposo de la tía Julia y de la prima Patricia, el candidato presidencial, el polémico y a veces utópico columnista, el último gran exponente del «boom» latinoamericano de novelas gloriosas e inolvidables, el que nunca dejó de escribir a mano y en cuadernos, había muerto. No se marchó un Viernes Santo, como lo hizo el gran poeta universal también peruano César Vallejo, sino un Domingo de Ramos, el 13 de abril, rodeado del calor de su familia. Murió el hombre, pero su obra inmensa será eterna, contrariamente a lo que él deseaba para la humanidad. «Si fuéramos eternos sería algo espantoso. La vida es tan maravillosa precisamente porque tiene un fin», dijo en una entrevista a la BBC en 2019. Y ese fin seguramente lo vio venir hace poco más de dos años, cuando decidió poner punto final a la escritura con su última novela, «Le dedico mi silencio», inspirada en la música criolla y afroperuana y donde reflexiona sobre la identidad cultural de Perú. Y tres meses después, cuando se despidió de los lectores de esa prosa apátrida que pertenecía a todos y que vertía en una columna de opinión donde tenía licencia para despotricar de todo y destrozar a todos: su «Piedra de toque».

Herido y maltrecho

También casi por esa época puso fin a su tumultuoso romance de telenovela con la reina de corazones, Isabel Preysler. Fue entonces cuando decidió volver al país de sus orígenes, al océano Pacífico que veía desde su ventana, al recorrido matutino del malecón en el bohemio distrito Barranco, que era su barrio, últimamente aferrado a un bastón, pero antes lo hacía del brazo de Patricia, la eterna compañera. Con ella celebró a todo dar las bodas de oro matrimoniales, pero la abandonó poco después persiguiendo «una pasión», para volver ocho años después, cual marido pródigo, y quedarse para siempre junto a la esposa y prima «de nariz respingada», a la que conquistó cuando ella tenía sólo 15 años y a la que dedicó parte de su discurso con la voz quebrada cuando recibió el Nobel de Literatura. Se fue únicamente tres semanas después de cumplir los 89 años, el 28 de marzo pasado. El último cumpleaños lo celebró en su casa soplando las velas de una inmensa tarta junto a Patricia, sus tres hijos, sus siete nietos y algunos amigos.

Vargas Llosa siempre fue más allá con su propia vida, que parecía novelada. Su padre resucitó frente a sus ojos cuando tenía 11 años y él había creído todo ese tiempo que estaba muerto, porque su madre así se lo había contado. Y cuando otros escritores llenaban páginas con historias de amores imposibles, él vivía sus propias historias de amor imposible a las que convertía en historias reales. Y cuando otras novelas hablaban de presidentes, dictadores y candidatos, él se llegó a embarcar en una abrumadora e insólita contienda electoral en la que terminó derrotado por Alberto Fujimori, quien luego aplicaría el mismo modelo liberal que Vargas Llosa había proclamado y se convertiría en dictador. De esa experiencia salió herido y maltrecho y como una purga escribió una exultante obra que resumía esos días incasables de campaña electoral: «El pez en el agua». Ahí reunió también las memorias de su infancia cuando su padre al que creía muerto volvió a casa para su pesar. «Tuve una relación desastrosa con mi padre, y los años que viví con él, entre los once y los dieciséis, fueron una verdadera pesadilla», escribiría el Nobel.

Vargas Llosa resumía todas las vocaciones de un intelectual. Fue cuentista, novelista, dramaturgo, ensayista, periodista, polemista y hasta político extremo de izquierda y de derechas. No escatimó nada a su vida, vivió intensamente con pasión, siempre espoleado por el fuego de la literatura. Precisamente los últimos meses se dedicó también a recorrer algunos lugares que inspiraron sus grandes novelas como el bar Catedral, donde se da su famosa novela «Conversación en la Catedral» y el liceo militar «Leoncio Prado», donde transcurrió parte de su adolescencia y que inspiró «La ciudad y los perros». Vargas Llosa, gracias a esa vida y a esa obra inconmensurable, es el que nos ha dejado inolvidables personajes como La Chunga, El poeta, Zavalita, la tía Julia, Pantaleón y Lituma.