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Luis Boullosa: «Una canción precisa apenas difiere de una bala»

Noctámbulo, politeísta (es adorador de dioses diversos, la mayor parte, irreverentes y profanos) y de una inteligencia indócil, publica, de su puño y letra, «Santos y francotiradores», un brillante ensayo sobre música y literatura
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Noctámbulo, politeísta (es adorador de dioses diversos, la mayor parte, irreverentes y profanos) y de una inteligencia indócil, publica, de su puño y letra, «Santos y francotiradores», un brillante ensayo sobre música y literatura
«El periodista tiene que ser periodista, no biógrafo», gruñe destemplado. Luis Boullosa, no-velista, autor de aforismos, bajista, poeta sin poemario, ayer, cliente habitual del trasnoche madrileño y hoy, cronista retirado, pero nunca ausente, ha renunciado en su nuevo ensayo a escribir en pasado. De ciertas inclinaciones eremitas y férreo partidario de los credos y las ideas estajanovistas, lo suyo es la «historia en progresión», que consiste en hacer la crónica de lo que somos ahora, pero desde este mismo instante, sin aguardar a que el tiempo y las parcas deshojen el almanaque. En «Santos y francotiradores» (66 rpm ediciones) prosigue con el análisis sobre música y literatura que ya había iniciado en «El puño y la letra». Josele Santiago, Fernando Alfaro, Pylar, Rafael Berrio, Sonia Barba, Pular, Cuchillo de Fuego son algunos de los barrios estilísticos por los que transita en estas páginas, próvidas en anécdotas y no carentes de cierto trasfondo biográfico.
–¿La canción es tecnología punta no superada?
–(Risas). Empecé a pensarlo a raíz de los libros en papel, que para mí son una tecnología brillante, y el «e-reader». El libro de papel es una acertada conjunción de la tecnología de su momento y de una extrema capacidad para conectar con el hombre. Es un objeto con el que te puedes relacionar de manera íntima. Yo he tenido ejemplares que me ha dado pena perder. Con la canción pasa igual. La canción popular tradicional es una manera de contar una historia, que es parte de la literatura, y, a la vez, es uno de los primeros elementos artísticos humanos: se cantaba antes de que se escribiera. Es un elemento arcaico, que viene desde los orígenes de la humanidad. Las canciones sirven para alejar el miedo a la oscuridad. La canción sigue funcionando hoy de una manera perfecta en ese sentido. Sobrevive porque es efectiva, por cuestiones primigenias, aunque más refinada. Me asombra que sea tan antigua y moderna a la vez.
–¿El rock es aún disidencia?
–Entiendo el rock como una idea, no como una música concreta. Muchos de los artistas de este libro transitan por estilos que no son lo que se entiende tradicionalmente por rock & roll clásico. Hay mucho rock que sigue siendo rebelde, que canaliza esas pulsiones. El problema es que la máquina de fagocitar música está muy entrenada. En la década de los 60 tardaban en comprender cómo había que desactivar a los grupos. Ahora se crean contenidos peligrosos y se desactivan inmediatamente. ¿Cómo? Premiando al artista, convirtiéndolo en uno de los tuyos o ignorándolo, que es, casi siempre, lo que se hace en España. Ahora, el pop y el rock español viven una edad de oro de inconformismo, pero no tiene apenas ningún reflejo.
–¿Los músicos españoles están maltratados?
–Sí, son una de las últimas castas. Están tremendamente olvidados. En nuestro país, al músico nunca se le ha dejado de considerar un bufón, un puro «entertainer», en el peor sentido de esta palabra, un muerto de hambre. Por esta razón nuestros padres no querían que lo fuéramos, porque la consideración social que existía de ellos era mala. España maltrata el talento, en especial, el suyo
–¿Tenemos buenos letristas?
–Enormes. Es una lista muy amplia, pese a la queja ocasional. Tenemos una larga tradición. Siempre hemos tenido grandes poetas y eso se ha notado también a nivel musical. La gente nueva tendrá que demostrar su talento, claro. Lo curioso es que hoy el 99 por ciento de ellos nació en un entorno burgués, pero al convertirse en artista, se han desclasado. No es como el punk vasco de antes, que era mucho más proletario. Ahora tenemos esa burguesía que se ha encontrado con la crisis, la precariedad. De ahí está surgiendo una música y unas letras. Yo prefiero estudiar eso ahora, lo considero bastante más útil que, por ejemplo, hacerlo dentro de 20 años. Los periodistas tenemos que contar qué está ocurriendo hoy en día.
–En su libro habla del miedo. Asegura que es blanco y no negro. ¿Qué teme de nuestra sociedad?
–Este también es un ensayo sobre la desobediencia y la contracultura. En él afirmo que todo se construye a partir del «no». A mí lo que me da miedo es la uniformidad. Vivimos en un mundo en el que, bajo la apariencia de una gran variedad, lo que existe es una tremenda uniformidad. Y se ha logrado, no reprimiendo a disidentes, sino con unas maneras más sibilinas. Yo, en mi generación, veo poca disidencia real, que sea original y creativa, y que, además, esté en marcha.
–¿Por qué?
–Somos extraordinariamente conformistas, no sé si es coyuntural o si es de España sólo o si es algo que afecta a todo el mundo. En nuestra sociedad hipercomunicada existe un grado en el que, considero, tenemos demasiados utensilios y, la verdad es que no sabemos cómo usarlos. Deberíamos educar a la gente para usar las herramientas que tenemos a nuestro alcance, porque si las empleamos bien, sirven para liberarte, pero, si haces un uso incorrecto de ellas, te esclavizan. Con las nuevas tecnologías sucede eso. Al señor de Facebook le debería estar agradecido por todo lo que me ha ayudado su pá-gina para redactar este libro, pero, a la vez, en mi caso, que estoy apartado, también se convierte en un vicio. De todas maneras lo peligroso es la uniformidad. Y algo sucede cuando existe tanto empeño en que te creas diferente cuando eres más igual que nunca.
–Una pregunta original: ¿qué tiene de francotirador un músico?
–(Risas). Lo tiene todo. Sobre todo en estos músicos que hacen arte. Ellos no pertenecen a ninguna unidad. Están en soledad. Y sus canciones son tan precisas que apenas difieren de una bala. Los francotiradores es el nombre más apropiado para los músicos independientes.
–¿Y de santos?
–¡La paciencia! (risas). Y, también, habría que recalcar su laboriosidad y la fe ciega que tienen en lo que hacen, aunque su trabajo no esté bien remunerado. Son, además, impunes al desaliento.

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